Sandro (1945-2010)

Sandro fue leal a su oficio y a su audiencia, se respetó a sí mismo y respetó a su público, no cosechó lo sembrado por otros sino que abrió surcos nuevos. El reconocimiento popular sugiere que esos valores son apreciados.

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En un país fraudulento, Roberto Sánchez no defraudó. Fue leal consigo mismo y con su audiencia. En un país que no respeta, fue respetuoso. Se respetó a sí mismo y respetó al público que fue construyendo en cada etapa de su carrera. En un país de parásitos, no cosechó lo sembrado por otros: se contó entre quienes abrieron surcos.

El público –lo estamos viendo– retribuyó lealtad con lealtad, respeto con respeto, trabajo con reconocimiento. La gran mayoría silenciosa –lo vimos el año pasado con Alfonsín– no se engaña, ni se deja engañar por la charlatanería o la fantochada, y guarda sus afectos y su aprecio para las figuras de buena madera.

Sandro fue uno de los protagonistas de una época de la Argentina, más ingenua, más amable, más generosa, más confiada, más cordial, más hospitalaria. Esa Argentina fue asaltada a sangre y fuego por los dos terrorismos, fue degradada hacia la vulgaridad y la chabacanería por los medios de comunicación.

No sabemos si esa Argentina volverá alguna vez. La guardan en su memoria los porteños orgullosos de su barrio, los bonaerenses que todavia se empeñan en sacar las sillas a la puerta cuando cae la tarde, habitantes de ese suburbio que vio crecer a Sandro, que le brindó sus primeros escenarios, y que fue su hogar toda la vida.

Sandro fue leal a su arte, ya desde la aventura rockera de sus comienzos, que abrió paso a todo el formidable movimiento que vendría después. Merecidamente, justamente, muchas figuras representativas del rock le reconocerían ese papel y lo homenajearían cantando sus canciones o cantando con él.

Cuando el rock argentino conoció su apogeo él ya había explorado y encontrado otras formas de comunicarse con el público, al que él escuchaba tanto como lo escuchaban a él. Formas filosóficamente contradictorias con el rock, menos desesperadas, menos cínicas, más amables, más estimulantes para la capacidad de soñar.

Su perfil de baladista romántico fue el que lo llevó a la cima de la popularidad, en la Argentina y en el resto del mundo de habla castellana. Esas canciones, y su manera de interpretarlas, hablaban del amor mezclando el romanticismo clásico con la sensualidad más franca de los nuevos tiempos.

La fórmula tuvo impacto explosivo particularmente entre las mujeres, que encontraban en él la combinación generalmente soñada y habitualmente imposible de padre, hijo y amante.

Sandro fue respetuoso, primero con su propia persona, a la que mantuvo al margen del chismorreo que suele rodear a las figuras famosas del espectáculo. No fue uno de esos eternos personajes del “ambiente” que aparecen fotografiados todas las semanas: sus fotos más habituales tienen como fondo la muralla gris que protegía su intimidad.

Por lo mismo, fue respetuoso con su público. Nunca volcó el peso de su popularidad en favor de ninguna causa política, toda una rareza en un medio que tiende a creer que la cualidad de actor o cantante alcanza para solventar una opinión sobre el manejo del estado o la conducción de la economía.

Cuidó su repertorio, cuidó sus presentaciones, y se entregó sin retaceos para ejercer su oficio, en sus mismos comienzos, cuando el calor y actuaciones en cadena lo desmayaron una vez en el escenario, y en el fin de su carrera, cuando subió al escenario acompañado de un complicado equipo que lo ayudaba a respirar.

Desde los frebriles sueños de adolescencia en las calles de Valentín Alsina hasta la conquista del Madison Square Garden, y de allí a las cuarenta noches en el Gran Rex, la trayectoria de Sandro no conoció desvíos ni desvaríos. La gente que salió a la calle en su hora extrema le dijo, nos dijo, que aprecia esas cosas.

–Santiago González

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