Mini Davos para maxi pavos

Antes que seducir inversores extranjeros, el gobierno debe movilizar los capitales y recursos naturales y humanos argentinos

minivosA muchos oficialistas devotos, la sola imagen del presidente Mauricio Macri hablando esta semana en Buenos Aires ante una platea colmada de gerentes de empresas multinacionales les llenó el corazón de globitos amarillos; tal como el cartel colocado en una esquina de Nueva York para invitar al foro, les parecía una señal auspiciosa de la reinserción de la Argentina en el mundo. El enorme, y probablemente costoso, esfuerzo promocional fue algo por cierto muy distinto de las excursiones buhoneras del gobierno anterior, pero eso no me parece motivo suficiente para el entusiasmo. Se trató, tengámoslo presente, de un ejercicio básicamente mendicante: le pedimos al mundo plata y tecnología porque -esto está implícito en el reclamo- no tenemos ni la una ni la otra, y necesitamos de ambas cosas para dar de comer a nuestra escasísima población, la mitad de la cual está hundida en la pobreza. En una palabra, montamos un escenario suntuoso para pasar la gorra, y proclamamos nuestro fracaso entre acordes de música sinfónica. Estilo, al menos, no nos falta.

Donde fallamos es en la relación con la verdad. ¿Quiénes vinieron en realidad al fantástico foro del futuro? Los diarios, por lo menos los que leí, se cuidaron de dar una nómina, y los nombres que asomaron individualmente aquí y allá corresponden a empresas que ya tienen presencia en la Argentina.  Si cayó algún curioso, no lo sabemos. ¿Necesitamos en realidad lo que decimos que necesitamos? Capitales tenemos en abundancia, sólo que están fuera del país, a resguardo del manotazo de los políticos. En cuanto a la tecnología, bueno, tal vez en algunas áreas debamos remozarlas un poco, pero todo lo que necesitamos, y aún más, lo sabemos hacer. Es más, ya lo hemos hecho: desde barcos a ferrocarriles, desde represas a parques eólicos, desde ingeniería genética a satélites y vectores. Lo único que necesitamos, a decir verdad, es un estado capaz de crear las condiciones -condiciones políticas y económicas pero también culturales y jurídicas- para que nuestros capitales se encuentren con nuestra capacidad de trabajo y de gestión, y juntos emprendamos la aventura de crear y competir. Otra vez, cuando lo hicimos en serio no nos fue mal: podemos tomar lección de nuestra propia historia.

Lo que verdaderamente necesitamos los argentinos no lo vamos a conseguir en un foro como el celebrado en Buenos Aires. Por supuesto, si alguien quiere venir a instalar una fábrica de licuadoras o de aviones, bienvenido sea. Pero seríamos muy pavos si centráramos nuestras expectativas de crecimiento en la inversión extranjera. A comienzos de la década de 1970, Fiat era la mayor empresa privada del país (la mayor de todas era YPF): fabricaba autos, camiones, tractores, locomotoras, vagones y grandes motores diesel (y cuando digo grandes hablo de varios pisos de altura) para la industra naval. Fiat hizo inversiones en serio para producir en serio en un país en serio, ofrecía los mejores sueldos del país, y todo tipo de servicios sociales de primera calidad. En la década de 1970 la destruyeron el Estado, los sindicatos trotskistas y los grupos terroristas que asesinaron a varios de sus cuadros, entre ellos el gerente general Oberdan Sallustro. Por su propia dimensión, Fiat había tenido más parecidos con las empresas estatales que con el capitalismo liberal, y funcionado bien en un país sin cultura capitalista. De un modo u otro, fue la clase de inversión extranjera que hace la diferencia, que se asocia a un país y apuesta por él. Esta clase de inversión extranjera no volvió a aparecer.

La inversión extranjera que vino después de recuperada la democracia (con algunas honrosas excepciones) no aportó gran cosa, pero se instaló en sectores de la economía con rentabilidad asegurada: venta minorista en grandes superficies, servicios financieros, industria alimenticia con marcas locales centenarias y clientela hecha, acopio de granos, minería de depredación, etc. A diferencia de empresas como Fiat, no buscaron asociarse a un país sino que imitaron su cultura corporativa, orientada a la obtención de beneficios, protecciones y contratos leoninos con el Estado (Siemens, IBM, Skanska), o al saqueo de los recursos naturales (Repsol, Barrick Gold). Saben que un país con los recursos naturales y humanos de la Argentina no puede andar de crisis en crisis a menos que algo esté funcionando muy mal en su organismo, advierten que el gobierno no tiene un plan ni un proyecto en el que puedan insertar provechosamente su actividad, y entonces optan por no correr riesgos y tomar lo que se les ofrece. Y ésta fue la clase de empresas y empresarios que vimos rondando por el ex Palacio de Correos, más bien husmeando qué nuevas prebendas podían obtener esta vez, extorsionando suavemente con vagas promesas de inversiones y empleo.

El gobierno les había preparado algo, pero un voto no positivo de Julio Cobos demoró su aprobación: una ley de “participación pública-privada”, que le permitiría al Estado contratar obra pública al margen de la ley de obra pública y de la ley de concesiones (sin publicidad ni controles) y someter esos contratos a tribunales extranjeros en caso de controversia. El proyecto, que fue diseñado por el secretario de Relaciones Económicas Internacionales Horacio Reyser, sigue en pie y esta misma semana obtuvo el dictamen favorable en comisión que había obstaculizado Cobos. El gobierno les ofrece estas prebendas porque no está en condiciones de brindar lo que los empresarios extranjeros realmente quieren: flexibilidad laboral, baja de impuestos y dólar competitivo. Qué gracia: con esas condiciones, aseguradas por un gobierno seriamente comprometido con la seguridad jurídica y la libertad de mercado, hasta los capitales nacionales serían capaces de volver al país y correr riesgos. Tal vez me equivoque al suponerlo, es cierto. Pero habría que probar, nunca lo hicimos. Cambiemos, porque podría ser nuestra última oportunidad.

–Santiago González

 

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