Mercedes Sosa (1935-2009)

La “Negra” Sosa le dio su voz a una o dos generaciones, en la Argentina pero también en el resto del continente, que colocaron sus ideales y sus esperanzas en un progresismo social con identidad latinoamericana.

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Mercedes Sosa era dueña de una voz privilegiada, un instrumento personalísimo que educó y perfeccionó a lo largo de su carrera para llevar su arte desde la gran plataforma de Cosquín hasta el Carnegie Hall de Nueva York o el Olympia de París, y convertirse en emblema de la música popular argentina y latinoamericana.

“Yo sé lo que canto y para qué lo hago”, dijo una vez, implicando que su repertorio no era elegido al azar, o según la conveniencia de su timbre, sino que las suyas eran “canciones con fundamento”, como se tituló su primer disco, y también canciones con un propósito que no necesitó hacer explícito: sus convicciones siempre fueron bien conocidas.

La “Negra” Sosa le dio su voz a una o dos generaciones, en la Argentina pero también en el resto del continente, que colocaron sus ideales y sus esperanzas en un progresismo social con identidad latinoamericana. Ese público le fue leal, y ella devolvió esa lealtad, presente su canto en los momentos de lucha, de repliegue, de resurrección y de fracaso.

En los setenta, la izquierda acudía a los recitales de Mercedes Sosa con disciplina militante; la dictadura le impidió cantar, y entonces sus discos de vinilo circularon de casa en casa como volantes subversivos. La voz de la Sosa era como un santo y seña, un punto de referencia y de encuentro para las voluntades dispersas, acorraladas.

Entonces llegó 1982 y la apoteosis de las trece funciones en el Ópera: si alguien podía abrir las ventanas para que corriera un poco de aire en un país sofocado era ella. Toda una generación que nació por entonces a la vida política lleva la marca de dos momentos particularmente intensos: esas funciones y la voz de Raúl Alfonsín recitando el preámbulo de la Constitución.

Los años posteriores trajeron el fracaso de la promesa democrática, el derrumbe de los ideales, la cruda realidad de una pobreza inimaginable, el desdibujamiento de la identidad perseguida, barrida ahora por una mundialización sospechosamente inevitable. La voz de Sosa fue ganando gravedad, y perdiendo filo, su figura se volvió maciza y contundente.

“Me queda creer en la inteligencia y en la bondad de la gente, nada más”, reflexionó la cantante, reflejando el tono espiritual de tantos desengañados. Entonces apareció lo mejor de su compromiso, la tenacidad en ofrecer su canto aun a costa de su salud, la apertura a otros ritmos, el cobijo a tantos artistas jóvenes.

La muerte de Mercedes Sosa ha dado motivo para muchas impugnaciones o exaltaciones basadas en criterios ideológicos, la misma torpeza que acompañó en su momento a otras figuras públicas que tuvieron opiniones muy definidas y no las ocultaron. Aunque en su caso, esas opiniones fueron la materia misma de su arte.

La voz por momentos dulce, por momentos enérgica, de la cantante contribuyó deliberadamente a propagar, a legitimar por la vía de la canción, un conjunto de visiones e ideas sociales y políticas que tuvieron una amplia difusión en el país y en América latina, y que acarrearon a sus pueblos incontables penurias y frustraciones

Y nunca quedó del todo claro si el vínculo emocional entre Sosa y su público nacía de esa voz rica en matices y modulaciones, de esa manera única e inimitable de interpretar una canción, o bien de una identificación ideológica que la Negra vivía como un acto amoroso. Probablemente fueran las dos cosas.

Ahora estamos a solas con su canto, que será escuchado de manera diferente con el paso del tiempo. Como sucede con las reliquias y monumentos de religiones ya olvidadas, podemos apreciar mejor la belleza de esos símbolos cuando ya estamos libres de las pasiones que en otros siglos llevaron a los hombres a matarse por ellos.

–Santiago González

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