Mario Roberto Álvarez (1913-2011)

Tal vez a muchos de los que cada día recorren presurosos las calles de Buenos Aires el nombre de Mario Roberto Álvarez no les diga gran cosa. Sin embargo, la obra de este arquitecto infatigable, que no rendía sus convicciones a la presión de la moda, el dinero o el poder, contribuyó en buena medida a definir el perfil moderno de la ciudad que los alberga.

Hasta la más reciente encuesta anual del Diario de Arquitectura que publica Clarín, sus colegas seguían considerándolo como el profesional más prestigioso de la Argentina. En 1976, el Instituto Norteamericano de Arquitectos lo incluyó entre los diez mejores del mundo. Y todavía tenía 35 años de trabajo por delante…

Más de un centenar de edificios emblemáticos de la ciudad llevan su firma: el Centro Cultural General San Martín, las sedes de Somisa, IBM, American Express, y de los Bancos Galicia y Standard, la Galería Jardín, la torre Le Parc, el puente de la avenida Juan B. Justo, los hoteles Hilton y Continental, la Bolsa de Comercio.

Egresó de la Universidad de Buenos Aires en 1937, y gracias a una beca pudo recorrer Europa y absorber los fundamentos de una modernidad arquitectónica a la que ya adhería desde su época de estudiante, y que definiría toda su obra: simplicidad y eficiencia por sobre los estilos suntuarios o los edificios “de autor”.

“Tengo pocas ideas, pero las respeto”, aseguraba con cierta ironía cada vez que se le pedían definiciones sobre su línea de trabajo. Esas “pocas ideas” apuntaban hacia una arquitectura “que funcione bien, sea económica, sobria y simple, que no trate de llamar la atención, y que dure.”

“Busco la eficiencia por el lado de la técnica”, dijo a la revista Noticias. “Creo en la estética de la estática y en ser un arquitecto ingeniero. Mi ideal a seguir siempre fue Pier Luigi Nervi, un gran ingeniero italiano al cual tuve la fortuna de conocer. De él aprendí que la eficiencia consiste en tener una buena arquitectura e ingeniería.”

Al tratarse de alguien que parte de ese núcleo ideológico, poco sorprenden algunas de las respuestas que dio a la periodista Any Ventura, en un reportaje publicado en La Nación en el 2007:

  • “Clorindo Testa hace una arquitectura contraria a la mía. Como alguien lo ha definido, Testa es un arquitecto-artista, un arquitecto que hace arquitectura pintoresca, que a todo el mundo le agrada. Y él mismo es muy simpático. Yo en cambio hago una arquitectura más bien ingenieril.”
  • “Siempre he creído que en Buenos Aires hay cosas buenas, y cosas muy afrancesadas debido a los ricos que iban a Europa, volvían y se hacían el château. Ahora han aparecido nuevamente algunos monstruitos afrancesados, como algunos de la avenida Figueroa Alcorta.”
  • “Hay una gran corriente que sostiene que todo lo viejo es bueno y todo lo nuevo es malo. Algunas cosas no merecen quedar en pie. De lo contrario las ciudades no podrían progresar. En Buenos Aires, el atraso de San Telmo, por ejemplo, es extremadamente exagerado: con respecto a ese barrio, se ha creído que todo lo viejo valía.”

Los criterios de trabajo que se desprenden de las definiciones citadas no fueron para Álvarez meros artículos de discusión teórica o fórmulas para atraer la atención del público sobre su persona; por el contrario, más de una vez rechazó un trabajo, o quedó marginado de un proyecto, por no apartarse de sus convicciones.

“Yo he renunciado a algunas obras; por ejemplo, Alto Palermo (eran setenta mil metros cuadrados), porque uno de los propietarios comenzó a pedir una arquitectura de parque de diversiones, una arquitectura efímera, arquitectura Walt Disney”, dijo en la entrevista citada. “De hecho, he perdido muchísimas obras por no contradecirme”.

Igualmente firmes han sido sus (infructuosas) recomendaciones y proyectos relacionados con la urbanística porteña, como el traslado del Aeroparque a una isla artificial sobre el río (el mismo que defendió Alvaro Alsogaray en los noventa), el tendido de una autopista ribereña, y el soterramiento del estacionamiento y el transporte público.

“Me honro de no haber callado nunca ante ninguna autoridad”, contó en otra entrevista. “Una vez le dije a un ministro: Usted será ingeniero, pero yo de arquitectura sé un poquito más. Inmediatamente me puso en una lista negra.”

Por lo numerosas, las obras de Álvarez son más visibles en la capital, pero se las encuentra en todo el país. En el gran Buenos Aires, un sanatorio en San Martín, un jardín de infantes en Avellaneda; centros sanitarios en Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Jujuy, Catamarca y Corrientes; el estudio de una radio en Mendoza; el aeropuerto en Neuquén; el túnel subfluvial entre Santa Fe y Entre Ríos.

Quienes han trabajado con él coinciden en describirlo como un hombre exigente, pero admiten que antes que nada era exigente consigo mismo. Según Álvarez esa exigencia, antes que una cuestión de ética laboral, era en realidad un método de trabajo que había aprendido de su colega Mies van der Rohe cuando lo visitó en Chicago.

“Nos mostró el proceso con el que él tomaba su decisiones”, le contó a la periodista Graciela Melgarejo en un reportaje concedido a La Nación en el 2003, cuando cumplió 90 años. “Es decir que, de una misma solución, él hacía y estudiaba múltiples variantes”.

“Siempre me ha quedado, por formación, herencia o lo que sea, el hecho de buscar, buscar y buscar, dudar sanamente, no por indecisión porque somos bastante decididos, sino buscar por si no hay otra solución mejor. Tenemos muchas anécdotas de haber hecho de nuevo documentaciones completas y no cobrarlas, cuando descubrimos que podíamos encontrar una solución mejor”.

–Santiago González

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4 opiniones en “Mario Roberto Álvarez (1913-2011)”

    1. Todos hemos pasado seguramente frente a edificios construídos por Álvarez; pocas veces advertimos el nombre que los unía. Gracias a usted por visitar este sitio.

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