Fin de fiesta

La buena noticia es que por fin el gobierno parece haber reconocido que tiene problemas en el frente económico. Las malas noticias vienen por el lado de las medidas imaginadas para resolverlos, que fallan en su esencia misma, o en su oportunidad. El corralito fiscal tendido en torno del mercado de cambios refleja una tendencia a acudir al estado policial cuando las papas queman: atenta contra libertades elementales, como la de hacer uno con su patrimonio lo que se le antoje, siempre que sea dentro de la ley. La extravagante normativa creó una miríada de situaciones injustas, y tuvo efectos complicados sobre las operaciones con inmuebles y automóviles. El recurso a la fuerza, a la coacción, nunca resuelve estos problemas, y menos en la Argentina, donde todos ya están entrenados en el arte de buscar atajos. El primer efecto ha sido la organización de un mercado paralelo, cuya fluctuación comienza a encontrar espacio en las páginas de cotizaciones de los diarios. En su confusión, aparentemente decidido a bajar todos los indicadores relacionados con el dólar, el gobierno intervino a mitad de semana en el mercado del llamado “contado con liquidación”, y logró bajarlo de 5,15 a 4,85. El “contado con liquidación” es en realidad una operación con bonos en dólares usada para fugar dinero del país: se los compra en pesos aquí y se los vende en dólares en Nueva York. La ANSES, que administra de este modo el dinero de los jubilados, se desprendió de valiosos bonos en dólares y le abarató la jugarreta a quienes sacan divisas al exterior. Resulta evidente que el gobierno quiere mantener controlado el precio del dólar para que no avive el fuego de la inflación, lo cual desde cierto punto de vista tiene sentido. Pero el precio del dólar sube, como sube el precio de la lechuga o cualquier cosa, justamente porque hay inflación. Las autoridades económicas cayeron en una trampa montada por ellas mismas, más exactamente desde el Banco Central.

El otro anuncio de la semana, la intención de desmontar la maraña de subsidios con que desde hace años se transfieren recursos a sectores que en gran medida no los necesitan, apunta en la dirección correcta, reducir el gasto, pero va a colocar al gobierno en una encerrona parecida a la del dólar: ¿cómo retirar los subsidios sin que el precio de los servicios subsidiados (transporte, gas, luz, agua potable) aumente, y que ese aumento se translade incluso a otros bienes y servicios que los tienen como insumos? Y hay otra cuestión todavía más grave: ¿por qué no se inició este desmantelamiento tres o cuatro años atrás, cuando el viento de cola soplaba generosamente sobre la economía argentina? Las medidas tomadas respecto del mercado cambiario ya han elevado las tasas de interés en pesos y encarecido el crédito, el previsible aumento de las tarifas retirará mucho dinero del consumo, la economía tenderá naturalmente a frenarse. Y al frenazo resultante de nuestros propios problemas se le habrá de sumar el que resulte de la caída de la economía internacional. La fiesta debía terminar en algún momento: la mala noticia es que éste no parece ser el mejor momento. La buena noticia es que tras su triunfo electoral el gobierno pudo haber optado por el delirio de “profundizar el modelo”; en cambio, más allá de sus torpezas, parece haber elegido el camino de la sensatez.

–S.G.

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