Maldita inflación


La gente insiste en votar gobiernos de mentalidad populista. Los gobiernos populistas gastan más que lo que recaudan. Para cubrir la diferencia recurren alternativa o simultáneamente al endeudamiento, la confiscación o la impresión de billetes. La impresión de billetes sin respaldo hace que cada uno de los billetes en circulación pierda poder de compra. Como consecuencia, los precios aumentan. Muchos adelantan gastos o gastan a la bartola para preservar el valor de sus ingresos, y la actividad económica disfruta de una alegría pasajera. Otros prefieren o necesitan ahorrar y entonces compran moneda extranjera. La fuga hacia las divisas anula el crédito interno, encarece las importaciones y multiplica el efecto inflacionario de la impresión de billetes sin respaldo. A los gobiernos populistas no les gustan las consecuencias de sus propias políticas, y entonces recurren a la policía y los controles para que la gente no pueda cambiar sus billetes de cotillón por billetes (más o menos) reales. Estas prohibiciones estimulan la creatividad de los actores económicos para la búsqueda de caminos alternativos, y ponen en circulación un imaginativo vocabulario que va desde los “arbolitos”, las “cuevas” y el “arbitraje Montevideo” en los ochenta, hasta los “coleros”, el “blue” y el “contado con liquidación” en la actualidad. Todo termina en algún descalabro financiero mayúsculo cuyas principales víctimas suelen ser los sectores más desposeídos de la sociedad, los pequeños ahorristas, y los jubilados. La historia es tan conocida, y tan reiteradamente catastrófica, que uno se pregunta cómo es posible que a la hora de votar los ciudadanos continúen dando su apoyo a quienes prometen o ejecutan más de lo mismo. Durante la época de la convertibilidad administrada por Domingo Cavallo, el país hizo grandes sacrificios para librarse de la maldita inflación al vincular rigurosamente la circulación de pesos con la reserva de dólares; tras la salida de la convertibilidad, otro gran sacrificio social, la administración de Roberto Lavagna hizo lo necesario para devolver credibilidad al peso como reserva de valor. El kirchnerismo, apostando a una inflación desmesurada para mantener la ilusión de una economía creciente a tasas chinas, desperdició inútilmente el sacrificio que permitió apreciar los beneficios de una moneda sana y el sacrificio que permitió suponer que el peso, por sí mismo, podía ser una moneda sana; el kirchnerismo volvió a arrojar innecesariamente al país al marasmo inflacionario del que no logra salir. Por voluntad de sus propios ciudadanos.

–S.G.

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