Hartazgos, vueltas e internas

La gran pregunta que abre la elección a jefe de gobierno porteño es por qué los ciudadanos se comportaron en la primera vuelta polarizando de manera tan abrumadora su voto como si se tratase de una segunda instancia: entre Mauricio Macri y Daniel Filmus cosecharon casi un 75 por ciento de los sufragios, mientras que el resto se repartió entre una docena de fórmulas.

En elecciones con balotaje como las que se celebran en la ciudad, los votantes ordenan la oferta electoral repartiendo el voto según sus preferencias ideales en la primera vuelta, para dirimir en la segunda el duelo entre los más votados. Pero esta vez no esperaron: apuntaron de entrada a la controversia fundamental, e hicieron oir su veredicto de manera contundente e inequívoca.

Macri no sólo le sacó 20 puntos de ventaja a Filmus: su candidato a primer legislador superó por 30 puntos al de su rival, y además su partido se impuso en todas las comunas de la ciudad, donde presidirá los flamantes cuerpos colegiados. Este resultado abrumador sólo se explica en clave nacional, y refleja un profundo hartazgo con el kirchnerismo.

Leído literalmente, el comicio dice que la mitad de los ciudadanos están encantados con la gestión de Macri. Pero esto resulta difícil de creer aun cuando, con todas las críticas que puedan hacérsele (especialmente en términos de desmantelamiento de la burocracia urbana), Macri haya sido de lejos el mejor administrador de la capital desde el regreso de la democracia.

El nivel de aprobación que según las encuestas tiene el gobierno de Macri en la ciudad ronda el 50 por ciento, lo cual coincidiría razonablemente con el resultado electoral. Pero el porteño es quisquilloso, siempre encuentra motivos de queja, y difícilmente le hace saber a un gobernante que está muy contento con él.

En cambio, el votante de la ciudad es implacable a la hora de expresar desacuerdos o disgustos: el voto castigo es la especialidad de la casa. Y el domingo hizo tronar el escarmiento contra el candidato que llevaba consigo la representación de Cristina Kirchner. Macri fue el instrumento que le permitió expresar su disgusto, sin demoras y drásticamente.

Bien podría decirse que el artífice del triunfo arrollador de Macri no fue su estratega de campaña sino el propio kirchnerismo, que demonizó su figura, entorpeció su gestión en todos los terrenos posibles, lo llevó a la justicia, le creó problemas de seguridad, le bloqueó obras públicas con maniobras burocráticas o chicanas judiciales, y le creó revueltas estudiantiles.

Los porteños repudiaron eso y manifestaron su hartazgo con el discurso monocorde y autoritario del kirchnerismo, con su pretensión de representar a la patria, con su falso progresismo, con el desprecio por la dignidad de las personas que supone creer que todos son manipulables o comprables, con el desconocimiento y desdén por quienes piensan distinto.

Y su hartazgo con la insufrible y ubicua propaganda oficialista, con el fútbol para todos, con los televisores para todos, con la vasta red de medios que pocos leeen, ven y escuchan pero que pagamos todos, con el manejo arbitrario de los dineros públicos, con la utilización descarada y mendaz de valores sociales como los derechos humanos, la inclusión, la equidad.

Para que no quedaran dudas, no solo expresaron su hartazgo los votantes de Macri, sino inclusive los votantes de Filmus: más de la mitad cortaron boleta para rechazar a su primer candidato a legislador, Juan Cabandié, una figura asociada a La Cámpora, el grupo de jóvenes ambiciosos que la presidente injertó en las listas electorales en todo el país.

El castigo electoral fue entonces directamente contra Cristina Kirchner. Recordemos que fue ella misma quien armó las candidaturas, y quien chantajeó a los porteños prometiendo una mejor relación entre el gobierno central y la ciudad. “Pensá en Cristina”, decían los carteles de campaña de Filmus. Eso fue exactamente lo que hicieron los votantes.

La del domingo fue la segunda gran derrota electoral del kirchnerismo luego de la que sufriera en los comicios legislativos del 2009. Fue también la primera gran derrota electoral de Cristina Kirchner, y un nuevo reto a su estrategia de apoyarse en La Cámpora. Semanas atrás, en Tierra del fuego, su candidata a gobernadora, que llevaba un vice “camporista”, perdió la elección.

Al igual que en el 2009, la primera reacción del kirchnerismo fue culpar a los medios y retorcer la interpretación para convertir la derrota en un triunfo: “Tenemos mucho para celebrar”, dijo Filmus sin demasiada convicción. “Fue la mejor elección del kirchnerismo en la capital”. Es cierto, pero no alcanzó para ocultar el revés mayúsculo sufrido por su fuerza.

El jefe de gabinete Aníbal Fernández la emprendió contra los porteños: “Los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen, tienen los gobiernos que se le parecen”, dijo. “A mí me llama la atención que la ciudad de Buenos Aires se le parezca a Macri; yo nunca vi a nadie a quien le importara tan poco un gobierno”. Curiosa manera de atraer voluntades para un balotaje.

A menos que el gobierno no esté pensando en una segunda vuelta. Retirarse tendría un costo político, particularmente entre la propia tropa, pero sería en definitiva comprensible. Insistir en someterse a una nueva derrota, en vísperas de las difíciles elecciones que le esperan en Santa Fe y Córdoba, es una decisión irracional, con efectos más costosos todavía.

El kirchnerismo podría retirarse de la segunda vuelta en la capital con el argumento de que su realización implicaría un costo para el erario público y una molestia para los ciudadanos sin beneficio para nadie, ya que no hay manera concebible de que Filmus pueda revertir un resultado que colocó a Macri a sólo tres puntos de la mayoría absoluta.

Pero hay un riesgo implícito en esa situación. El gobierno podría usar ese mismo argumento para justificar también la eliminación de las internas abiertas, simultáneas y obligatorias previstas para el 14 de agosto, ya que ninguno de los partidos que se postulan ha presentado listas rivales de aspirantes a la primera magistratura.

Los votantes de la capital pudieron castigar al candidato kirchnerista porque antes del comicio ya sabían que la opción era Macri. No ocurre lo mismo a nivel nacional, donde la presidente está muy bien parada frente a sus competidores para las elecciones de octubre. Se le atribuye una intención de voto del 40 por ciento, que es lo que necesita para ganar en primera vuelta.

Y Cristina está obligada a ganar en primera vuelta. Para ello es imprescindible que la ciudadanía acuda a votar sin una clara idea de quién puede ser el candidato en condiciones de derrotarla. La dispersión del voto le facilitaría lograr que ninguno de sus rivales se colocara a menos de 10 puntos de distancia, otra condición para evitar el balotaje.

Si el gobierno nacional elimina las internas abiertas, que serán la instancia decisiva para ordenar una oferta electoral aun dispersa y poco atractiva, los votantes acudirán a la elección presidencial tan solo guiados por el olfato y las encuestas. Sólo con las internas abiertas se podría instalar en el país un escenario similar al que hubo en la capital federal.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 2; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

2 opiniones en “Hartazgos, vueltas e internas”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *