Líneas de combate

Empezamos el año con el asesinato del fiscal Alberto Nisman y estábamos por cerrarlo con la fuga de los tres condenados por el múltiple crimen de General Rodríguez. Ambos episodios, en el fondo tan similares entre sí, parecían encerrar los últimos doce meses en una cápsula de desaliento capaz de borrar el entusiasmo generado por el cambio de gobierno quince días atrás, y tumbarnos de nuevo en nuestro crónico (y cómodo) fatalismo discepoleano.

Entonces llegaron las condenas por el doloso accidente ferroviario de Once, y alteraron la escena. El cuadro ya no muestra solamente el arrogante accionar de las mafias que, confiadas en su impunidad, desafían a la sociedad justamente para intimidarla, para sumirla en el desaliento y el miedo, en la convicción derrotista de que aquí nunca nada va a cambiar. Ahora el cuadro incluye las primeras condenas que merecen el nombre de tales por un caso de corrupción sistemática, organizada desde el Estado, y con la necesaria participación del sector privado; muestra el poder del pueblo encarnado en un tribunal de justicia, simboliza el resurgimiento de la República como principio organizador de la sociedad.

De un lado, entonces, las mafias; del otro, la República. Las líneas de combate están trazadas, y eso es lo que muestra el cuadro que pretende representar lo ocurrido durante el 2015 en la Argentina. Resulta paradójico que el partido de Mauricio Macri, que se presentaba como una alternativa de eficacia administrativa, por encima de los conflictos que suelen gestarse en el seno de las sociedades, deba ahora vestir las ropas de fajina para enfrentar las batallas que se anuncian. Me viene a la memoria la imagen de Belgrano, el intelectual, el ideólogo, imprevistamente convertido en general, tiznado por el polvo del combate para lograr que sus ideas, las ideas de su generación, de su tiempo, saltaran del papel a la vida.

El asesinato de Nisman y la fuga de los hermanos Lanatta y su secuaz siguen un mismo patrón: son la respuesta de sectores mafiosos, que nacieron en los años de la dictadura militar y se enquistaron en los servicios de inteligencia y seguridad, a decisiones del poder político capaces de amenazar su existencia. En el primer caso, el objetivo fue golpear al gobierno que por las razones que fueran había introducido cambios en las cúpulas de la inteligencia; en el segundo, el propósito fue marcarle la cancha a la gobernadora María Vidal, que prometió cumplir lo que ninguno de sus predecesores logró: sanear las corruptas fuerzas policiales, penitenciarias y de seguridad de la provincia de Buenos Aires. En ambos casos pudo haber complicidades externas, con sus propios objetivos.

Éstos no fueron los únicos desafíos que tuvo que enfrentar el nuevo gobierno desde que asumió hace 20 días. En un tweet del 12 de diciembre advertimos que las mafias estaban impacientes, y anticipamos que desde entonces hasta fin de año Macri iba a saber qué era eso de la soledad del poder. Los primeros en saltarle a la yugular fueron los bancos, que querían zafar de su complicidad en las maniobras kirchneristas con el dólar futuro; después siguieron los devaluacionistas, que quedaron disconformes con el valor del dólar libre, y todavía siguen presionando con comentarios periodísticos insidiosos que aparecen todos los días en uno u otro medio. Otros disconformes son los minoristas, que esperaban remarcar precios que ya remarcaron hace meses, y siguen al acecho.

Los combates recién empiezan. En general, el gobierno ha respondido con firmeza a las presiones, y según los sondeos de opinión la gente parece apreciarlo así: la imagen de Macri mejoró desde que comenzó a gobernar. Reencauzar un país devastado por décadas de corrupción e ilegalidad implica una lucha contra los intereses creados que un gobierno difícilmente pueda conducir sin el apoyo de los ciudadanos. El fallo que castigó a los responsables del accidente de Once, el pedido de investigación al ministro del que dependían los funcionarios condenados, son cosas inéditas en nuestra historia y reflejan el cambio de clima que trajo consigo la asunción de un gobierno que ha prometido respetar y defender los principios republicanos.

Llega el nuevo año cargado de promesas y desafíos. Las mafias, los intereses creados, la patria prebendaria, en fin, como se quiera llamar a esa mitad del país (de la cual los ñoquis son una pequeña parte) que vive del trabajo del la otra mitad, van a hacer lo posible para mantener sus privilegios: son muchos, son astutos, saben funcionar acompasadamente, y cuentan como han contado siempre con el inestimable apoyo propagandístico del progresismo vernáculo. Siguiendo el modelo creado por Jacobo Timerman, a Macri lo van a golpear por izquierda para abrirle el camino a la derecha, a los conservadores del desorden establecido.

Los que votaron a Macri, y los que no lo votaron pero aprecian el rumbo que está imprimiendo a su gobierno, deben saber que el futuro no estará libre de rigores y sacrificios. Habrá combates y serán llamados a las armas, pero a las armas del trabajo y de la ley. La radioemisora cordobesa Cadena 3 tuvo una brillante idea para comunicar los retos que plantea el año que se avecina: sorteó entre su audiencia de alcance nacional un conjunto integrado por un pico, una pala, un ejemplar de la Constitución y una bandera argentina. Nada hay que agregar a esa sencilla elocuencia.

–Santiago González

 

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