Lectura de la encuesta compulsiva

Los resultados de la encuesta compulsiva están a la vista. Su lección más evidente es que los argentinos están hartos de kirchnerismo: el 54 por ciento de respaldo que obtuvo en el 2011 se redujo a menos de la mitad, el 26 por ciento, en dos años. Las razones de ese hartazgo hay que buscarlas en áreas alejadas de la política: la incapacidad práctica del gobierno para resolver problemas concretos, principalmente la inflación y la inseguridad. También en la corrupción, relevante para algunos sectores más atentos de la ciudadanía. En octubre, cuando este estado de opinión se traduzca en votos, el oficialismo recibirá la notificación concluyente de que sus sueños de continuidad habrán sido sólo eso: sueños. La renovación de bancas que se operará entonces lo dejará sin posibilidades de buscar una reforma constitucional, y muy probablemente le quitará el manejo a su antojo del Congreso. Las fuerzas no kirchneristas que atrajeron ahora el favor del electorado deberán hacer esfuerzos en los próximos dos meses no sólo para resistir la previsible embestida oficialista sino para afianzar, y ampliar, el espacio aparentemente ganado.

La encuesta compulsiva ha dicho con claridad lo que el electorado no quiere pero no arrojó luces definidas sobre lo que el electorado quiere. ¿Quiere una opción centroizquierdista, como indicarían las cifras de UNEN en la capital federal, o de Hermes Binner en Santa Fe? ¿Quiere alternativas peronistas, como sugeriría el respaldo a Sergio Massa en Buenos Aires o a Juan Schiaretti en Córdoba? ¿Tendría chances un radicalismo de nuevo cuño, como sugieren las cifras de Julio Cobos en Mendoza o Eduardo Costa en Santa Cruz, e incluso el tercer lugar obtenido por Margarita Stolbizer en Buenos Aires? ¿Qué lugar le espera al PRO, que a pesar de los globos y los bailecitos, hizo un papel deslucido tanto en la capital federal, donde gobierna, como en Córdoba y Santa Fe, donde presentó sus candidatos más expectables? ¿Hay un futuro para el kirchnerismo? Dicho de otro modo, ¿tiene el kirchnerismo identidad política, capaz de sobrevivir a sus creadores, o ese nombre define simplemente una unión transitoria para el saqueo de los fondos públicos? Estas preguntas tienen menos que ver con el 2013, cuando lo que está en juego es la posibilidad de limitar la capacidad de daño del kirchnerismo en lo que le queda de mandato, que con el 2015, cuando el país deberá decidir a quién confiará sus destinos en lo sucesivo.

Nos esperan dos meses agitados antes de octubre, porque el kirchnerismo va a hacer todo lo posible para mejorar su desempeño. El pronóstico de Sergio Berni de que muchas cosas van a cambiar en ese lapso sonó ominoso. Pero nos esperan dos años todavía más complicados hasta llegar al 2015: resulta difícil imaginar un kirchnerismo en ordenado repliegue, y mucho más difícil resulta imaginar un kirchnerismo en retirada haciéndose cargo de los problemas, principalmente económicos, que se ciernen sobre el horizonte: energía, reservas, inflación. Ese contexto incierto necesariamente habrá de influir sobre la configuración de la oferta para la elección presidencial. Las preguntas planteadas en el párrafo anterior permiten imaginar dos grandes “espacios” políticos (mientras no se regeneren los partidos, tendremos que conformarnos con eso): uno, el del peronismo en todas sus variantes, hacia el que confluirán el PRO, Francisco de Narváez y los sobrevivientes del naufragio kirchnerista; otro, el de centroizquierda, con el radicalismo, el socialismo, la Coalición Cívica y sus aliados. En el peronismo, las candidaturas se resuelven sencillamente, contando los “fierros” (poder territorial, capacidad de movilización, etc.) En la centroizquierda es diferente: Elisa Carrió ya adelantó que el exitoso experimento de UNEN en la capital federal podría servir de modelo para ordenar la oferta del sector en el 2015; ese modelo, sin embargo, exige deponer los egos, y el centroizquierdismo, justamente, es un espacio indigente en “fierros” pero saturado de divos.

La ciudadanía ha dado a entender en esta encuesta que está cansada del kirchnerismo, y todo indica que en el 2015 buscará reemplazarlo. Sería bueno que aprovechara las lecciones del pasado, cuando ofuscada por la obsesión de librarse de un gobierno no querido (y al que había sido en buena medida inducida a no querer por vastos sectores de la prensa) se arrojó en brazos de opciones sanadoras que resultaron peores que la enfermedad. Sería bueno que examinara con lupa las propuestas, y los antecedentes de quienes prometen llevarlas a la práctica. Y también, y sobre todo, sería bueno que esté prevenida contra las operaciones mediáticas del establishment, del poder permanente, o de las mafias (son términos equivalentes, al menos para este sitio) para instalar candidatos que les aseguren la continuidad de los negocios. Operaciones como las que tenemos a la vista respecto de la capital federal, donde los medios siguen hablando del triunfo de Gabriela Michetti, o de la provincia de Buenos Aires, donde Sergio Massa es el nuevo Mesías, tal como en el 2009 lo había sido De Narváez. Los fabricantes de esas instalaciones mediáticas dicen que, a diferencia de De Narváez, Massa tiene “fierros”… circunstancia a la vez atrayente y tranquilizadora para la cosa nuestra.

–Santiago González

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