Landrú (Juan C. Colombres, 1923-2017)

El humor de Landrú remite a una Argentina que ya no existe, y el lugar de Tía Vicenta lo ocupa hoy Barcelona

El humor de Landrú (Juan Carlos Colombres) remite a una Argentina que ya no existe. Seguramente más educada y más inteligente, posiblemente más segura y confiada y por lo mismo más ingenua y también más dispuesta a reírse de sí misma. O a resolver o disolver sus conflictos con una pizca de humor. Tía Vicenta, la revista que Landrú fundó y que fue el mejor vehículo de sus creaciones, llegó a vender casi medio millón de ejemplares semanales, con su estilo en parte surrealista y absurdo, en parte corrosivo y desafiante, siempre sutil y refinado. Semejante hazaña sería hoy imposible. Como suele decirse, los tiempos han cambiado, y el público masivo que consumía esa revista tiene hoy el gusto estragado y la sutileza mellada. El lugar de Tía Vicenta lo ocupa ahora la revista Barcelona, lo cual me exime de mayores explicaciones.

El humorismo crítico, gráfico y literario, que Landrú ejerció y propuso en su revista se distinguió tanto de sus predecesores, los costumbristas de Patoruzú y Rico Tipo en las décadas de 1940 y 1950, como de sus sucesores, los militantes progresistas de Satiricón y Humor en la década de 1980. Tía Vicenta apareció tras el golpe de Estado de 1955, como reflejo de un clima social más distendido, menos agobiado por la monocorde propaganda oficial. Aunque su público se reclutaba principalmente entre la clase media antiperonista, sus páginas nunca se prestaron para ventilar enconos ni resentimientos: le tomaban el pelo a todos por igual, y especialmente a los gorilas, cuyos tics y manías Colombres conocía bien porque vivía entre ellos. Como Silvina Bullrich y como Arturo Jauretche, supo captar a esa generación arribista surgida tras la caída del peronismo –profesionales de doble apellido (tipo López García) que habían tenido sus cinco minutos de gloria firmando proclamas contra el tirano; comerciantes e industriales repentinamente enriquecidos en un país que cambiaba–, tilingos y nuevos ricos ansiosos por diferenciarse socialmente, en el lenguaje, la vestimenta, las pautas de consumo.

Los personajes «adultos» de Landrú viven en la Argentina del Centenario, así lo dicen sus vestimentas y sus salones, porque allí es donde los argentinos vivimos imaginariamente. En ese universo habitan las señoras gordas (como la propia tía Vicenta) muy dispuestas a expresar opiniones políticas tan enfáticas como descabelladas, y los viejitos craquelé (como Jacinto W.), más bien ocupados en perseguir mulatas al ritmo caribeño de los Tururú Serenaders. La pugna por el ascenso social se da entre los jóvenes, y la expresan casi exclusivamente mujeres: María Belén y Alejandra en contienda perpetua para diferenciarse de Mirna Delma; benévolamente, el humorista las ayuda publicando una tabla semanal de cosas «bien» y cosas «mersa», guia indispensable para identificar a la «gente como uno». Mucho se habla de Landrú como dibujante, pero creo que, como pasa con Roberto Fontanarrosa, su sensibilidad y su humor son más verbales y literarios que gráficos. Landrú tiene un oído especial para el lenguaje de Barrio Norte (hoy Recoleta) y ese registro sirve perfectamente a su humor: «¡Ay, no te puedo, gordi!»

Pese a sus cualidades como crítico de costumbres, Landrú dedicó las tapas de Tía Vicenta principalmente a comentar la actualidad política, cosa que hacía sin tomar partido, y más bien centrando la caricatura, gráfica y verbal, en las debilidades, manías, o rasgos dominantes de los personajes públicos. Desde Perón a Menem, todas las figuras principales de la escena pública fueron dibujadas por Landrú. El único que se enojó fue Onganía, y se enojó tanto que le cerró la revista. Había otras dando vuelta –La Hipotenusa, 4 Patas, Gregorio–, pero a pesar de su notable calidad no prosperaron. Tía Vicenta ya era sinónimo de humor político, y de su seno había nacido el personaje que encarnaba Tato Bores en la televisión: un dibujito de Oski, colaborador de la revista, cuyo primer libretista fue justamente Landrú. Y así como hay mucho de Tía Vicenta en el verborrágico Tato, también lo hay en el humor de Les Luthiers: los Tururú Serenaders, la banda creada por Landrú que se presentaba en el programa de Tato, fue la primera en usar «instrumentos informales», como el serrucho empuñado por Juan Caldarella.

Todo el humor gráfico y literario posterior a Tía Vicenta, bueno y malo, está en deuda con Landrú, sea porque muchos hicieron sus primeras armas en su redacción, sea porque la tomaron como ejemplo (tal vez con la salvedad de la escuela cordobesa de Hortensia, ¿una vertiente independiente?). Más allá de la caricatura política, más allá de la crítica de costumbres, lo más propio de este artista, creo, lo que lo distingue como argentino porque se inscribe en una tradición local, y lo que ha engendrado a sus mejores seguidores, es el humor surrealista, con el que él mismo se identificaba, y que prodigó en los textos dedicados a La familia Cateura, El señor Porcel o Rogelio, el hombre que razonaba demasiado. Lo retomaron, en distintas direcciones, en diferentes medios, con resultados diversos y con públicos para nada masivos, Copi, Fontanarrosa, Diego Capusotto y Alfredo Casero.

–Santiago González

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