La Confitería del Molino ante el desalojo

Nota de archivo Publicada originalmente en el diario La Prensa de Buenos Aires. La confitería superó este trance, pero tras una serie de alternativas, a las que no fueron ajenas los conflictos societarios, cerró las puertas en febrero de 1997.

Vacío de sillas y mesas, de vitrinas y mostradores, silencioso, iluminado sólo por las luces necesarias, el amplio interior de la Confitería del Molino parecía ayer por la tarde un espacio irreal, a la vez grandioso y desolado como el escenario de un teatro de ópera cuando los actores se han ido y la orquesta dejó hace largo rato de sonar.

Como el de otras antiguas confiterías, el salón de Callao y Rivadavia tenía algo de escenario: allí los personajes de la comedia humana porteña tejían y destejían innumerables tramas de pasiones e intereses, de fidelidades y traiciones, entrelazadas como las volutas de su estilo art nouveau.

Pero como ningún otro supo albergar al mismo tiempo el mentidero político y la cita galante, el té de las cinco y el copetín after hours, y por añadidura el pan dulce navideño, las roscas de Pascua, y las delicias de su patisserie.

Una orden judicial de lanzamiento parecía haber puesto punto final a la historia de este tradicional lugar porteño. Anoche, sin embargo, se esperaba todavía que sólo se tratase de un punto  aparte, de una breve pausa para reanudar el relato desde otra perspectiva.

Hacia 1850 funcionaba en la esquina de Federación y Garantías (hoy Rivadavia y Rodríguez Peña) la denomnada Confitería del Centro. Sin embargo, la presencia de un molino cercano condujo a sus dueños a cambiarle el nombre por el de Antigua Confitería del Molino.

Ese molino era conocido como el molino a vapor de Lorea, fue el primer molino harinero que se instaló en Buenos Aires, y había sido erigido por cuenta del señor Francisco Hallbach, hijo del primer diplomático de Prusia que representó a ese país en la Argentina.

Muy pronto ese molino se convirtió en punto de referencia ciudadana: varios comercios de la zona lo aprovecharon para su denominación. Así la Sombrerería del Molino, la Relojería del Molino, el Almacén del Molino. Y, también, la Confitería del Molino.

Cayetano Brenna fue un pionero del arte confitero de Buenos Aires.

Alrededor de 1866, el negocio quedó en manos de los señores Cayetano Brenna y Constantino Rossi, el primero de ellos un verdadero pionero del arte confitero de Buenos Aires, según testimonios de la época.

Al iniciarse en 1905 la construcción de la Plaza del Congreso, la Confitería del Molino se trasladó a su actual ubicación en Callao y Rivadavia; en 1914 inició la construcción de su actual nuevo edificio, que se inauguró en 1917.

La construcción estuvo a cargo del arquitecto italiano Francesco Teresio Gianotti, quien había llegado a la Argentina en 1908. A Gianotti se deben también el Pasaje Güemes, al 100 de Florida; la Confitería París; varias residencias particulares, y el edificio del Banco di Napoli, en la Diagonal Norte.

En el momento de su construcción, el edificio estaba a la vanguardia edilicia y arquitectónica, y no se habían ahorrado ni los materiales ni la perfección artesanal que la belle époque porteña exigía para sí misma.

En el Molino se producía todo lo necesario para la preparación de las confituras, desde el chocolate hasta el hielo.

Era también un precursor ejemplo de integración industrial, ya que en sus plantas de elaboración, ubicadas en los subsuelos, se producía todo lo necesario para la preparación de las confituras, desde el chocolate hasta el hielo.

Cayetano Brenna, como dijimos, era todo un creador en el arte de la pastelería. Para celebrar la inauguración del nuevo edificio, en 1917, creó su famoso Imperial Ruso, con obvias alusiones a la actualidad de la época.

Celoso custodio de sus fórmulas y “secretos profesionales”, permutó sin embargo la receta del merengado postre a unos italianos por la de un pannettone que había sido muy de su agrado.

En algunos lugares de Italia, el Imperial Ruso es conocido como Postre Argentino.

Como consecuencia, en algunos lugares de Italia el Imperial Ruso es conocido como Postre Argentino, y el pan dulce de la Confitería del Molino se hizo aquí famoso por su peculiaridad.

Al mismo tiempo, sus salones eran punto de atracción para los porteños, y también para las celebridades que pasaban por Buenos Aires: el príncipe Umberto, el príncipe de Gales, los tenores Tito Schipa y Beniamino Gigli, las sopranos Lili Pons y María Barrientos.

Y también Amado Nervo, José Ingenieros, Alfredo Palacios y, desde la inauguración del Palacio del Congreso, toda la vida política argentina. En las Cámaras, alguien propuso alguna vez que se instalara en el Molino una campanilla para llamar a sesión.

Pero mientras la confitería conservaba su ambiente victoriano, afuera el país cambiaba, el Congreso empezaba a funcionar con intermitencia, el ritmo ciudadano se aceleraba y dejaba menos espacio para la charla y la rueda de amigos, y Oliverio Girondo se divertía escribiendo: “Las chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino”.

Las viejas glorias habían pasado, los nuevos tiempos no eran demasiado propicios, e incluso llegó un momento en que hubo de pactar con los acreedores para salir a flote. En febrero de este año, un nuevo grupo de accionistas se hizo cargo de la conducción de la sociedad, creada como tal en 1931.

“La Confitería del Molino no cierra. Quisiera que esto quedase claro tanto para el público omo para las doscientas personas que trabajan con nosotros. La empresa tiene la decisión de continuar con sus actividades y mantener las fuentes de trabajo”.

Así nos lo dijo el presidente del directorio que conduce la empresa, doctor Carlos Fernández Orange, aclarando que no había que identificar la Confitería del Molino con el local de Callao y Rivadavia, pero reconociendo al mismo tiempo que la larga historia de la casa hacía difícil para el público distinguir entre una cosa y otra.

“Aquí tenemos una tercera generación de pasteleros, y eso no lo podemos perder”.

“En este momento –explicó–, nos encontramos en el principio de ejecución de una orden de lanzamiento, dictada en función de lo establecido por la ley de alquileres pero frente a la cual tenemos recursos pendientes.

“Respecto de nuestro locador, tenemos pendiente un juicio de escrituración, ya que la sociedad resolvió la compra de todo este edificio el 21 de junio de 1978, y lo señó con un cheque en dólares.

“Ahora todo está en manos de la justicia. Si se expide en nuestro favor, seguiremos aquí. De lo contrario, mudaremos a otro local nuestros salones y nuestras plantas de elaboración”, agregó Fernández Orange.

“Con nosotros, llevaremos nuestro nombre, nuestra marca, nuestras fórmulas de elaboración, y fundamentalmente nuestro personal. Aquí tenemos una tercera generación de pasteleros, y eso no lo podemos perder”, dijo.

El doctor Fernández Orange desmintió las versiones sobre moras en el pago de los alquileres y salarios, y aseguró que la situación económica y financiera de la empresa era buena.

En ese momento, sobre Callao, un camión cargaba vitrinas y mostradores, sillas y mesas. Desde la vereda de enfrente, una pareja de adolescentes, enfundados en idénticos pantalones vaqueros, observaba con indiferencia.

–SG

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4 opiniones en “La Confitería del Molino ante el desalojo”

    1. Hola Paula. Me interesa la historia de las confiterias y los pasteleros.
      E que epoca trabajó tu abuelo en el Molino?
      Era pastelero?
      Algún dato que puedas aportar?

    2. Hola Paula. Me interesa la historia de las confiterias y los pasteleros.
      E que epoca trabajó tu abuelo en el Molino?
      Era pastelero?
      Algún dato que puedas aportar?

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