Imagen con fantasma

Cuando el principal y más eficiente sector económico del país ofrece por sí solo poner fin a la pobreza y la exclusión, un gobierno sensato debería escuchar.

El discurso con el que el presidente de la Sociedad Rural Hugo Biolcati inauguró la tradicional muestra anual del campo argentino despertó las iras del oficialismo, que recurrió de urgencia a sus plumas más habilidosas y a sus espadas más afiladas para atacarlo desde todos los flancos.

Las razones de esas iras no son claras. El mensaje fustigó al gobierno, es cierto, pero lo hizo con cuidadosa moderación y mayormente en cuestiones relacionadas con la actividad agropecuaria. Hizo un crudo diagnóstico de la situación del país, especialmente en lo social, pero no cargó las culpas particularmente sobre la actual gestión.

Con firmeza, el orador proclamó el compromiso de las entidades rurales con las instituciones republicanas y con una sociedad sin exclusiones, con el diálogo y el entendimiento. Pero, claro, la Sociedad Rural carga con el fantasma de una historia más bien reñida con esas preocupaciones, y el oficialismo optó por cargar contra el fantasma.

En efecto, es mucho más sencillo embestir contra el espectro de la oligarquía ganadera que digerir la contundencia del cuadro social trazado por Biolcati. En la Argentina de hoy, dijo, una de cada tres familias esta excluida, marginada de los parámetros básicos económicos y sociales.

“El 36% de los hogares no tiene cloacas, el 27% habita en zonas inundables, el 11% no tiene un baño con descarga de agua, el 12% sufre hacinamiento, el 16% está en riesgo alimentario, el 22% sufre de exclusión laboral severa, y el 27% no tiene un proyecto de vida más allá del día a día”, agregó.

El orador recordó que en su primer centenario la Argentina era el granero del mundo y una de las naciones más prósperas del planeta, y observó que hoy “somos un país vapuleado por la corrupción, la imprevisión, la exclusión y la pobreza”. Y de inmediato enumeró las causas que, a su juicio, condujeron a este estado de cosas:

“Desde la segunda mitad del siglo XX, las disputas, los condicionamientos externos, los seis golpes de estado que reemplazaron gobiernos constitucionales por dictaduras, el obsceno endeudamiento público, algunas desatinadas privatizaciones y algunas malintencionadas nacionalizaciones destruyeron lo construido hasta ese momento”.

Así, cientos de miles de familias quedaron hacinadas en bolsones de sometimiento. “Esclavos de territorios electorales que conforman el feudo de una ‘federación’ de gobernantes, intendentes, caudillos y punteros políticos que se hacen fuertes y poderosos a medida que los pobres son cada vez más pobres y dependientes de sus favores”, dijo.

“En estos 200 años aprendimos que queremos vivir en democracia y sostener sus instituciones”, insistió Biolcati, como si percibiera la necesidad de aventar una y otra vez el fantasma de golpismo oligárquico asociado históricamente a la entidad que preside desde que sucedió a Luciano Miguens.

“Debemos dotar a esta democracia de la plena vigencia de sus instituciones para que la Argentina sea auténticamente representativa y federal. Una República de verdad donde el poder legislativo no delegue su poder y ejerza las atribuciones que la Constitución le ha asignado como un deber ineludible”, agregó.

“Un federalismo real, donde los gobernadores no tengan que ponerse de rodillas frente a la todopoderosa autoridad central y mendigar algo de la riqueza que ha generado el trabajo de los hombres de su provincia”, dijo también el presidente de la Sociedad Rural, y sentenció: “Hoy no tenemos esa Nación”.

Resulta difícil no coincidir con estas aspiraciones, como también resulta difícil interpretar, como hicieron todos los voceros oficiales y oficiosos, que las críticas que encierran van dirigidas exclusivamente al actual gobierno. Los enumerados por Biolcati son viejos pecados de la vida política argentina, pecados que más bien se remontan al infausto 1930.

El orador cargó sí contra el gobierno al referirse a la política agropecuaria: “¡Qué poco saben del campo esos funcionarios! ¡Qué poco lo conocen! ¡Habría que pedirles que averigüen cómo hace el campo para producir alimentos para más de 300 millones de personas!

“Que lo recorran a pie y vean esa gigantesca fábrica sin techo que trabaja sin cesar. Que no insistan con políticas equivocadas… ¿Todavía no se dieron cuenta que con esas políticas tuvimos la peor cosecha de trigo del último siglo, no pudimos cumplir la cuota Hilton, y falta carne en la Argentina?”

Biolcati, entrando de lleno en el reclamo y la propuesta sectorial, propuso impulsar un proyecto agroindustrial capaz de convertir a la Argentina en el principal proveedor de alimentos del mundo. “Ese será el fin de la pobreza y la exclusión, la posibilidad de bienestar y trabajo para millones de argentinos”, dijo.

“No queremos un país que deposite cada vez más pobres y desocupados en las villas miserias del conurbano de esta gran ciudad. Tampoco queremos un desierto verde de soja que produzca riqueza para pocos. Queremos agricultura con agricultores, trabajadores arraigados a su tierra, a su pueblo”.

Cuando un factor de poder como la Sociedad Rural, que la historia asocia con mayor o menor justicia a los movimientos golpistas del pasado, hace esta profesión de fe democrática, cuando el principal y más eficiente sector económico del país ofrece por sí solo poner fin a la pobreza y la exclusión, un gobierno sensato debería escuchar.

Pero no hubo representantes del gobierno en el acto de la Rural. El ministro de justicia Aníbal Fernández describió a Biolcati como “un pobre hombre con plata” y calificó su discurso de “espantoso”; el de Agricultura, Julián Domínguez, en una sorprendente mezcolanza del rito católico, afirmó que había sido como “escuchar a Satanás celebrando la Misa de Gallo en Jueves Santo”.

Al oficialismo le dolió ver a su héroe corrido por izquierda desde el lugar más improbable, sin advertir que fue el mismo gobierno con su tozuda impericia el que dejó libre ese espacio, regaló los argumentos.  Y no sólo a la Sociedad Rural, sino a cualquiera, en cualquier segmento del arco político, con una mínima cuota de sentido común. Kirchner lo hizo.

–Santiago González

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