Macri en el país de los enanos

La decisión de Mauricio Macri de pedir su propio juicio político agiganta su figura frente a la pequeñez mezquina evidenciada por el resto de la dirigencia opositora.

Lo que no mata, fortalece. Si el juicio político al que voluntariamente pidió someterse Mauricio Macri lo encuentra culpable de haber organizado un grupo de espionaje dentro de su gobierno, su carrera pública estará terminada; si resulta absuelto de esos cargos, sus ambiciones presidenciales habrán recibido un formidable y oportuno espaldarazo.

La decisión del jefe de gobierno porteño, pese a lo que argumentan sus enemigos, no está exenta de riesgos y representa una movida audaz frente al acoso implacable del kirchnerismo y la mezquina complicidad del resto de la oposición. Cierto es que a este político bisoño, por sus propios errores, no le quedaban muchas opciones disponibles.

La opinión pública gusta de los arrestos heroicos, tanto como deplora la pequeñez especulativa de los dirigentes políticos que debieron haber denunciado con toda claridad la endeble causa armada contra el líder del PRO. La imagen de Macri se agigantó por comparación, como la de Gulliver en Liliput. Pero todo es relativo. Y esa talla magnífica no luce en el país de los gigantes.

La causa judicial armada contra Macri no se sostiene ni en su argumentación ni en las pruebas que deberían soportarla. Fue concebida en la SIDE, dependencia del gobierno nacional, y nació en el juzgado de Norberto Oyarbide, protegido y protector de los Kirchner. Un Consejo de la Magistratura independiente debería explicar por qué los tres jueces de cámara la respaldaron.

Fue este fallo de segunda instancia el que descolocó a Macri, confiado en que los tres jueces no iban a dejar de advertir lo que era evidente aun para el estudiante de derecho menos aventajado. En un primer momento imaginó una nueva apelación, pero pronto se dio cuenta que eso equivalía a dejar que Oyarbide le manejara la cronología en las vísperas electorales del 2011.

Los dirigentes no kirchneristas ajenos al PRO comenzaron a relamerse con las penurias de un importante competidor electoral, y ahí nomás se olvidaron de la “capacidad de daño” de Néstor Kirchner y de la defensa de la institucionalidad, para dedicarse sin el menor rubor a brindar su respaldo a los caprichosos razonamientos de Oyarbide, ahora en boca de la cámara.

No hablemos ya de muertos políticos como Aníbal Ibarra, ni de aventureros como Gabriela Cerruti. El público recibió azorado los avales a una causa insostenible procedentes de figuras de la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica, y de todo el espectro izquierdista. En el Peronismo Federal el único claro fue Eduardo Duhalde: “Las escuchas son una obra maestra de la SIDE”.

Ante este panorama, Macri tomó la ofensiva: descartó apelar el fallo de cámara y reclamó avanzar cuanto antes hacia el juicio oral, rechazó la idea (tramposa) de crear una comisión investigadora en la legislatura de Buenos Aires, planteada por la oposición, y pidió directamente ser sometido a juicio político. Esperaba una respuesta para el 12 de agosto.

Esa decisión de ir de frente y de poner en juego su honor personal y su futuro político lo mostró muy seguro de su inocencia, dotado de una dosis no menor de coraje, y capaz de dar vuelta una situación adversa cuando el momento lo exige. Su figura creció en la consideración pública, por sí, y por el empequeñecimiento de los otros dirigentes, que no estuvieron a la altura del caso.

El episodio desconcertó a una ciudadanía que empieza a hacer el cribaje de candidatos para derrotar al kirchnerismo y devolverle al país cierto grado de normalidad, institucionalidad y cultura política. Quienes hoy ocupan el primer plano de la escena política exhibieron una irritante falta de altura, en especial Elisa Carrió, de quien no se esperan estos renuncios.

En el país de los dirigentes enanos, Mauricio Macri parece circunstancialmente un gigante. Pero al igual que Gulliver, debe saber que su talla sobresale por comparación, y que el mundo no es un uniforme Liliput. También existe Brobdingnag, la tierra habitada por gigantes, donde la misma estatura se vuelve un insignificante objeto de curiosidad y entretenimiento.

La Argentina tiene también su zona de gigantes, pero no está poblada por los rivales políticos de Macri, sino por los problemas que plantea este país a quien aspire a gobernarlo, asuntos todos de talla superior a la media. Su trabajo al frente de la ciudad no lo ha mostrado todavía a la altura de ellos, y su predicamento actual resulta entre otras cosas de su falta de experiencia.

Una corta trayectoria en la gestión (entorpecida por el hostigamiento permanente del gobierno nacional), una escasa malicia política, son sólo dos carencias de Macri. Tampoco tiene un partido propio como para lanzarse a una elección nacional. Si se decide a hacerlo, sólo podrá encontrar apoyos en el Peronismo Federal, cuya cabeza, Duhalde, fue quien mejor lo trató en estos días.

Estas no son buenas noticias para el país. Macri es el único dirigente entre los que hoy aparecen como presidenciables al que no se puede adscribir al espacio progresista-populista que ha desgobernado este país desde el regreso de la democracia. Si Macri llegara a la presidencia con el apoyo de los peronistas, ¿quién habrá de condicionar políticamente a quién?

Tal vez sería conveniente, para el país y para Macri también, que éste completara un nuevo turno al frente del gobierno de la ciudad (probablemente más exitoso si lo acompaña un gobierno nacional menos hostil), afianzara su experiencia administrativa, y se dedicara al mismo tiempo a ampliar la estructura del PRO. Pero pedirle eso a un político, aun novato, es pedir mucho.

Y una salida exitosa de la trampa que le tendió el kirchnerismo, con un buen manejo de la oportunidad, lo dejará en propicias condiciones para aspirar a la presidencia en el 2011. Kirchner posee una especie de piedra filosofal, que convierte en oro político a todo a quien se la arroja: pasó con la mesa de enlace, con Julio Cobos, con Martín Redrado, ahora con Macri.

Se dice que la resuelta actitud del jefe de gobierno porteño descolocó al kirchnerismo. Si todo le sale mal al oficialismo, y todo le sale bien a Macri, Néstor Kirchner bien puede encontrar en las elecciones del 2011 a su más opuesto rival encabezando la boleta de la amplia franja del peronismo que no le es adicta. Si bien lo mira, tal vez no sea para él la peor de las opciones.

–Santiago González

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