Hugo y Cristina

La gran expectativa que creó la movilización organizada por Hugo Moyano sólo se explica por la orfandad política en que se encuentra la mayoría de la sociedad argentina.

Crecientemente intranquila por lo que percibe como el rápido deterioro del clima económico y la falta de respuestas atinadas (o exceso de respuestas desatinadas) desde el gobierno nacional, esa porción de la sociedad dirige sus ojos hacia cualquiera que exhiba la decisión y el coraje necesarios para marcarle los puntos a una presidente que parece haber perdido el rumbo.

Esa gente sintió en parte frustradas sus expectativas al concluir el acto en la Plaza de Mayo: encontró sabor a poco en el discurso del dirigente sindical y le pareció que poca gente había respondido a su convocatoria. Tal vez debió haber previsto que simplemente se trata de dos peronistas que discuten espacios de poder, y lo hacen en los términos que ellos entienden.

Más allá de los “carpetazos” (Cristina mencionando el pasado de Moyano en la Juventud Sindical; Moyano recordando el pasado de los Kirchner en Río Gallegos), el líder de la CGT mostró una prudencia y una moderación en los dichos y los hechos que lo elevaron casi a la categoría de estadista frente a la vehemencia autoritaria de los últimos mensajes presidenciales.

Le hizo saber a Cristina que seguramente iban a tener que convivir durante un tiempo más, y la invitó a escuchar los reclamos de la sociedad. “No pierde nada, señora presidenta, con dialogar: eso demuestra grandeza”, le dijo. “No puede seguir con esa soberbia abrumadora”. Este señalamiento de Moyano reflejó mejor que ningún otro el temperamento de la calle.

La presidente se enfrenta a una situación económica complicada, no la sabe manejar, y se muestra sorda a todos los consejos y recomendaciones que se le dan incluso desde su propio partido. Moyano le advirtió casi con delicadeza que por ese camino va mal, y le hizo el obsequio de no mencionar la palabra “inflación”, proscripta del vocabulario oficial.

Pero su reclamo sobre el impuesto a las ganancias tiene a la inflación como supuesto implícito. Y la inflación es el mayor problema que enfrenta hoy la Argentina, y la fuente primera del creciente malestar social. La inflación expresa y resume el (des)manejo de la economía que acompañó desde sus comienzos la gestión de Cristina Kirchner, y que ella defiende como política de estado.

El dirigente sindical parece decir que mientras sueldos e impuestos se indexen adecuadamente, él no tiene problemas con los billetes de cotillón; pero el gobierno encuentra cada vez menos margen de maniobra incluso para esas correcciones: al fin y al cabo, alguien tiene que pagar la acumulación de chapuzas y despilfarros, y ya sabemos quién será.

Deliberadamente, Moyano quiso mantenerse dentro del ámbito gremial, más aún, dentro del ámbito de la CGT: no aceptó apoyos políticos (PRO) para la movilización a la Plaza de Mayo, ni tampoco apoyos de sectores sindicales (CTA) ajenos a la central obrera. En ese ámbito concentra su lucha por conservar la secretaría general.

Con ese objetivo decidió enfrentar a Cristina, y lo hizo levantando la bandera del impuesto a las ganancias, fácilmente compartible incluso por las clases medias. La disputa entre ambos seguirá tanto tiempo como uno y otro se mantengan en los lugares que actualmente ocupan, y es síntoma de realineamientos en el justicialismo tendientes a generar su propia oposición.

Entretanto, los demás jugadores involucrados en los conflictos que están por debajo de este enfrentamiento, básicamente políticos y económicos, siguen en las suyas, sordos, ciegos y mudos, atendiendo su juego como Antón Pirulero: ¿La oposición partidaria? En uso de licencia. ¿Los dirigentes empresarios? Aplaudiendo.

–Santiago González

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