La salud de la presidente

Los columnistas políticos de los tres diarios más importantes coincidieron el primer domingo de julio en llamar la atención sobre la salud emocional de la presidente argentina. Para el oficialismo el dato no hará más que corroborar sus interpretaciones conspirativas; para la opinión pública constituye en cambio un legítimo motivo de preocupación. Los tres comentaristas enumeran los incontables problemas que abruman al gobierno de Cristina Kirchner, los tres subrayan las desatinadas respuestas que la Casa Rosada ha dado a tales problemas, los tres se remiten al discurso por cadena nacional del martes anterior como documento de la inestabilidad emocional de la mandataria, los tres llaman la atención sobre los riesgos que esto implica para un sistema absolutamente autocrático como el que rige en el país, donde todo empieza y termina en la presidente, que carece de colaboradores eficientes, carece de un partido propio y de una oposición que la contengan y le marquen los límites, y carece finalmente de una línea de sucesión capaz de ofrecer seguridades de última instancia. “Al kirchnerismo no hay que pretender entenderlo sólo desde la política. La psiquiatría es también una buena fuente de orientación”, escribió Eduardo van der Kooy en Clarín. El director de Perfil, Jorge Fontevecchia, llamó la atención sobre la verborragia y la gestualidad de la presidente, y agregó: “La lucha contra los años crea rictus artificiales, pero la presidenta tiene algunas expresiones que no parecen surgir de la superficie del cuerpo, sino reflejar cuestiones más hondas, del orden de las creencias y los deseos”. Señaló sin embargo que no son sólo el rostro o la entonación de la voz lo que alienta desconfianzas sobre la mandataria, sino sus propios dichos. Los columnistas citan varios ejemplos al respecto, como la mención orgullosa de que en Europa no pueden creer que en Argentina se discutan aumentos salariales del 20 por ciento, la confusión de un accidente de tránsito con un martirio de gendarmes, la acusación de ingratitud a una opinión pública que no valora los sacrificios hechos por ella y su difunto esposo. En el discurso del martes, escribió Carlos Pagni en La Nación “apareció una Cristina Kirchner salida de su eje. Con argumentos incorrectos, desbordada, comunicó decisiones gravísimas mientras intentaba reprimir el llanto y disimular la ira”. El articulista enumeró los sucesos penosos que marcaron la vida de la presidente en los últimos años, “ante los que cualquier ser humano resultaría vulnerable”, y advirtió que “las lágrimas que antes provocaban empatía hoy a muchos les causan intranquilidad”, particularmente en momentos en que las presiones políticas y económicas se multiplican a su alrededor. En este contexto de inquietud sobre la salud presidencial como problema de estado, la denuncia del canciller Héctor Timerman sobre una presunta conspiración contra la presidente, lejos de calmar las aguas, agravó la preocupación sobre la serenidad de juicio en el elenco gubernamental, mientras que el llamado del jefe camionero Hugo Moyano a abandonar la soberbia, escuchar los reclamos de la gente, y dialogar, pareció el sensato, amistoso consejo de un correligionario a su presidente.

–S.G.

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