«La corrupción nos coloca en un verdadero laberinto: representa un problema real y efectivo que se relaciona con las falencias de nuestra política pero, a la luz del escenario internacional y local, aparece como algo sumamente difícil de enfrentar. Lo que no se puede esperar bajo ningún punto de vista es que sea el crecimiento económico el que traiga aparejada la solución al problema. Si bien es cierto que los países con mejores resultados en el índice de percepción de la corrupción presentan un PBI per cápita muy elevado, los Brics nos muestran que es perfectamente compatible progresar económicamente y no volver más transparente la administración del gobierno. En otras palabras, el crecimiento y la corrupción pueden coexistir perfectamente y, por lo tanto, debemos pensar en otras herramientas si queremos solucionar el problema. En este sentido, la clave es desarrollar un sistema en el que las prácticas corruptas sean difíciles de llevar adelante y en el que exista riesgo real para los funcionarios de ser condenados por sus acciones. Lo que se necesita es obvio, pero difícil de lograr: reforzar la autonomía de los poderes del Estado y, en especial, la del Poder Judicial, gran encargado de que no haya impunidad.» –Iván Petrella, en La Nación, 30-3-15