El radicalismo parece haber logrado finalmente quebrar el hechizo alfonsinista y dado un paso en la dirección del buen sentido, al decidir embarcarse en un programa de gobierno común con la Coalición Cívica y el PRO, y dejar a los ciudadanos la responsabilidad de elegir en las primarias quién será el candidato a presidente postulado por ese acuerdo. La hoja de ruta trazada el año pasado por Elisa Carrió muestra otro tramo cumplido, y la autora no oculta el entusiasmo: “Hoy ya creo que se gana en primera vuelta”, arriesgó. Consideró que la coalicíon “tiene todas las posibilidades de mantenerse porque nadie pierde su identidad. Y además porque no hay extremos: es toda gente de centroderecha o centroizquierda, pero más bien gente que coaliga en el centro”. Para Carrió, el entendimiento sancionado implícitamente por la convención nacional del radicalismo “abre la posibilidad de la República”.
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Los voceros del oficialismo prefirieron desestimar el acuerdo identificándolo con otras experiencias históricas de ligas antiperonistas, como la Unión Democrática de 1945 o la Alianza de 1999. Esa visión es ingenua: el gran enemigo de estas fuerzas republicanas no es el peronismo, ni siquiera ese hijo bobo llamado kirchnerismo, sino el establishment, la mafia, la madeja de intereses parásitos del Estado que en el pasado han usado en su favor el autoritarismo militar o peronista, y han asfixiado los mejores intentos por recuperar calidad institucional. El establishment gastó ya mucho dinero en Sergio Massa, que les ofrecía las impecables garantías que sólo puede ofrecer un peronista, pero el intendente de Tigre no levantó cabeza, y desde hace tiempo las miradas mafiosas se vuelcan hacia Mauricio Macri. A decir verdad, el líder del PRO ha demostrado en la ciudad un comportamiento irreprochable con los intereses creados, todos los cuales han visto satisfechas sus demandas. Cada vecino de la ciudad podría señalar en su barrio por lo menos un ejemplo flagrante de esa connivencia. La escritora Gabriela Massuh los ha recopilado con minucioso esfuerzo en su libro El robo de Buenos Aires. Marcelo López Masía está por publicar Socios. Los cien pactos PRO-K, un libro en el que pasa revista a los redituables entendimientos que estos aparentes enemigos tuvieron en la administración de la ciudad. “El PRO tiene el mismo ADN de liderazgo personalista que su supuesto antagonista, el FPV”, afirma el periodista. Esto se advierte en la pobre herencia política que deja Macri en la ciudad: aspiran a defender sus colores dos impresentables como Horacio Rodríguez Larreta y Cristian Ritondo, y una intrascendente como Gabriela Michetti. Autoritarismo –cuando “Basta de demoler”, una ONG empeñada en preservar el patrimonio urbano, le empezó a resultar molesta, el gobierno de la ciudad le inició una demanda millonaria–, manía recaudatoria –el PRO llegó a la CABA con la promesa de bajar impuestos y los aumentó todos de manera extravagante, además de crear otros nuevos–, capitalismo de amigos, y la confesión del propio Macri de que comparte las banderas del peronismo alcanzan para completar el retrato de esta “esperanza republicana”. No debe sorprender, entonces, que el establishment, al que el republicanismo le importa un comino, se apreste a desplazar todo su respaldo hacia el jefe de gobierno porteño. Por lo pronto, la gran prensa presentó la convención del radicalismo como una votación de apoyo a la candidatura presidencial de Macri, no como una decisión de armar un frente común republicano con el PRO y la Coalición Cívica, y dirimir en las primarias la candidatura presidencial. Ahora que ha superado el gran escollo de sus propias internas, el radicalismo debe demostrar que tiene vocación de poder, y debe hacerlo con la energía suficiente como para evitar el “ninguneo” de la prensa militante.
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Pese a su natural euforia, Carrió reconoció que las exigencias y complicaciones de un entendimiento como el que ella imaginó iban a aparecer a poco de andar, empezando por la conformación de listas de candidatos a cargos ejecutivos y bancas legislativas. Reclamó además a sus flamantes socios que hagan callar a sus operadores. “Cuando los operadores hablan mucho y están excitados confunden el panorama. Los líderes estamos en un nivel distinto, de mayor seriedad”, dijo. Carrió se quejó de que los voceros del radicalismo y del PRO “ningunean” a la Coalición Cívica, y ella se siente en condiciones de disputar la candidatura presidencial, y subraya su vocación de poder. “Voy a ser la sorpresa en agosto”, afirmó. Carrió pareció hablar de sí misma y de los operadores de sus rivales políticos, pero en realidad estaba advirtiendo sobre cómo la prensa militante del establishment podía interferir en su cuidadosa estrategia, e influir sobre la opinión ciudadana (y sobre la voluntad del radicalismo) para mantener las cosas como están. Su hoja de ruta, como ella dijo, enseña el camino hacia la República. Pero son los ciudadanos los que deben asumir conscientemente la responsabilidad de recorrerlo. “Ahora le toca a la sociedad elegir, pensar y razonar quién quiere que conduzca esta primera etapa de la República, esa etapa de transición a un modelo político distinto”, dijo. El que quiera oir, que oiga.
–Santiago González