El costo laboral

Según las conclusiones de un estudio reseñado en el diario Clarín, el costo laboral argentino es muy alto, exactamente once veces más alto que en China, que muestra la cifra más baja. Ese costo laboral alto, nos dicen los economistas, le quita competitividad a la industria argentina, que no puede sobrevivir si no se la protege. La socorrida solución que se ha buscado a lo largo del tiempo en nuestro país es reducir el costo laboral bajando el costo del salario, cosa que se logra, al menos transitoriamente, cada vez que hay una devaluación. El gran objetivo de toda devaluación es bajar el costo del salario, para que las empresas ganen “competitividad”. Esa solución es fácil pero tramposa, porque el costo del salario no es todo el costo laboral. De lo contrario, habría que aceptar que un tornero argentino vive once veces mejor que su colega chino, cosa que evidentemente no ocurre. El costo laboral argentino es alto, en parte porque el trabajador local tiene más o menos idea de cuánto vale su trabajo, y una larga tradición gremial le ha enseñado a defender ese valor. Pero esa parte del costo laboral es muy pequeña en comparación con los otros dos ingredientes: la carga impositiva que pesa sobre el trabajo, y la baja productividad. De la carga impositiva es responsable el Estado, el gran parásito de la vida económica. De la baja productividad es responsable el empresario, que no moderniza su tecnología productiva, o no racionaliza sus procesos como debiera. El tornero chino puede producir digamos 100 piezas en el tiempo en que su homólogo argentino sólo ha completado diez, y esto no significa que el tornero argentino sea más torpe o más haragán, sino que el torno con el que trabaja el chino es más moderno y hace la diferencia.1 Cuando se habla de ganar competitividad, todos se remiten al costo laboral y lo reducen a la necesidad de contener los aumentos de sueldos, pero los otros jugadores se quedan calladitos: el Estado no quiere ceder un palmo en su voracidad recaudatoria, y el empresario prefiere comprarse una casa en Punta del Este en lugar de renovar su maquinaria: es lo que hizo cada vez que el dólar estuvo “barato” (con Martínez de Hoz primero y con Cavallo después, y con las excepciones del caso, tan honrosas como escasas), confiado en que cuando todo finalmente se saliera de madre el Estado acudiría en su ayuda, debidamente chantajeado, con una devaluación y protecciones arancelarias. Para “defender” los puestos de trabajo. –S.G.

  1. La experiencia de este empresario de Tierra del Fuego, según la relató a Clarín, contradice lo dicho y es pertinente reproducir su alegato: “Me contrató una marca oriental la fabricación local de una línea de monitores. Traje la línea de producción de Corea, la misma tecnología que allá, exactamente. Pero cuando allí producía 3.000 monitores, aquí hacía 2.000. Y encima vino el delegado a decirme que era un explotador, que debía bajar el ritmo, y la tuve que poner a 1.500. La mitad de la productividad, para la misma inversión”. (Nota del 27-8-2016) []

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