Delito de opinión

Las demandas del Estado contra Gustavo Cordera por contrariar el dogma progresista sientan un peligroso antecedente

Se llama corrección política a las nociones impuestas como dogma por el progresismo. La corrección política prevalece en las sociedades debilitadas, cuyos individuos no se atreven a formarse una opinión propia sobre nada y ni a defenderla, probablemente porque no pueden reunir los argumentos necesarios para formársela, y seguramente porque no pueden juntar el coraje para defenderla. La corrección política es el refugio de los pusilánimes y de los cobardes, que no pueden dar un paso sin la aprobación del grupo, adolescentes eternos que jamás llegan a la edad adulta. Hasta aquí el problema no pasa de ser una cuestión personal, o social en el sentido más lato de la palabra. Se agrava, se vuelve alarmante, cambia cualitativamente de naturaleza, tan pronto se pretende institucionalizarlo, cuando se vuelca el peso y el poder del Estado para sostener la corrección política, el credo progresista. El músico Gustavo Cordera dijo en una charla informal con alumnos de una escuela de periodismo, lo siguiente: “Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por tener sexo libremente. Quieren jugar a eso. A mí no me gusta jugar a eso, pero hay gente a los que sí. Somos muy complejos los seres humanos”. Ni siquiera podría decir que se trata de la opinión de Cordera, porque el psicoanálisis (Sigmund Freud: Obras completas), la literatura (Marqués de Sade: Obras completas), el cine (Luis Buñuel: Belle de jour, 1967), y en fin cualquier medio convencional de exploración y revelación de la naturaleza humana vienen sugiriendo más o menos lo mismo desde hace siglos. Cordera también se burló, en términos que preferiría no citar textualmente, de la prohibición legal de mantener relaciones sexuales consentidas con una menor, otro asunto controvertido. José de San Martín tomó por esposa a Remedios de Escalada cuando ésta tenía 14 años, y nadie acusa al prócer de pedofilia. En el imaginario occidental, un hombre mayor que responde a las incitaciones de una niña en su despertar sexual aparece como un pedófilo abusador (Vladimir Nabokov: Lolita, 1955), mientras que una mujer mayor que asiste a un jovencito en su debut es vista casi con ternura (Robert Mulligan: Verano del 42, 1971). Lo que expuso Cordera en su reunión con los estudiantes no fueron más que opiniones, discutibles como cualquier opinión y ni siquiera originales, con las que el músico aparentemente coincide. El problema con esas opiniones es que no forman parte del dogma progresista y, tan pronto se enteraron, los medios progresistas (es decir todos los medios) crucificaron a Cordera.1 A uno esto puede no gustarle (a mí particularmente no me gusta que todos los medios digan exactamente lo mismo), pero en última instancia es un problema particular de los medios y de su público. La cuestión, como ya dije, cambia inmediatamente de naturaleza cuando el Estado interviene con la intención de sancionar a alguien por el hecho de haber emitido una opinión. Pues bien, eso es exactamente lo que el Estado encabezado por Mauricio Macri ha hecho por vía del Consejo de la Mujer y el INADI, acusando al músico de diversos delitos que en los hechos se resumen en uno: el delito de opinión. Usted no puede decir lo que piensa si al Estado no le gusta lo que dice, ni siquiera cuando lo que dice dista mucho de ser original. Usted no puede decir lo que piensa si lo que piensa contradice el dogma de la corrección política, como lo demostró el caso de Darío Loperfido al que el gobierno no respaldó cuando había dicho verdades de a puño. Estas son cosas propias de un estado autoritario, no de un estado liberal como lo es el estado argentino según su Constitución.2 La existencia misma de institutos como el Consejo de la Mujer o el INADI (que para colmo solventamos con nuestros impuestos) es típica de un estado autoritario, entrometido en la vida de las personas, no de un estado liberal. El gobierno, que fue votado para otra cosa, parece haber abrazado con entusiasmo el legado de fascismo progresista que recibió; tal vez le haya encontrado alguna utilidad: los pusilánimes esclavos de la corrección política necesitan, piden a gritos un estado fuerte.

–Santiago González

  1. En esta marea de confusiones en la que se mueve la sociedad argentina, un párrafo aparte debe dedicársele a TEA, la escuela de periodismo que invitó a hablar a Cordera. Dijo por un lado que esas charlas tenían carácter reservado y que los alumnos sabían que no debían divulgar su contenido, y después felicitó al alumno que violó la norma por haber sabido reconocer el valor periodístico de lo allí ocurrido. TEA, una tradicional madrasa del progresismo vernáculo, enseña a violar el off the record. []
  2. A fines de agosto, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, publicó un artículo, que tituló La fornicación, en el que criticaba diversos aspectos de la hipererotizada sociedad contemporánea. El secretario de Derechos Humanos del Estado argentino, Claudio Avruj, dijo que la opinión del religioso “merece el rechazo de todos”, y amenazó: “Desde la Secretaría de Derechos Humanos, la Subsecretaría de Protección de Derechos y junto con el INADI, nos vamos a sentar a analizar párrafo por párrafo, y ver qué es lo que corresponde decir y hacer institucionalmente”. Esto es fascismo en acción, sin atenuantes. []

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