¿Cuidar a Cristina?

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En Cabildo y Juramento no llegaban a diez; en Callao y Santa Fe sumaban unos veinte; en el Obelisco, corazón de la convocatoria, arañaban los trescientos. Los frustrados manifestantes del 18S volvieron a sus casas con una mezcla de bronca y amargura. ¡Si en las redes sociales, donde nació el llamado tal como en las jornadas gloriosas que colmaron la 9 de Julio, todo el mundo sigue echando espuma por la boca cada vez que se habla de Cristina, de Boudou, de Kicillof! Pero se habían engañado doblemente: en primer lugar, por creer que su “grupo de afinidad” en las redes es representativo de toda la sociedad, cuando ellos mismos lo seleccionaron sobre la base de una identidad o similitud de opiniones; en segundo lugar, y esto es lo más importante, porque olfatearon mal el signo de los tiempos. Las grandes marchas ocurridas durante el kirchnerismo han evidenciado una notable economía de energía social: fueron multitudinarias cuando la sociedad pensó que podían ser eficaces; esto es, lograr que, presionado, el gobierno modificara alguna de sus políticas. Se diluyeron cuando cumplieron su objetivo, o cuando se vio que no lograban nada. Esto ocurrió con las convocatorias del ingeniero Juan Carlos Blumberg, con la crisis del campo, y más tarde cuando las cifras de la inflación y las denuncias de corrupción aceleraron su marcha acompasada. En este momento, la sociedad sabe algunas cosas, y recuerda otras. Sabe por ejemplo que el gobierno tiene fecha cierta, y relativamente cercana, de salida; sabe que el kirchnerismo, porque así se lo dicta su ADN, no va a cambiar ninguna de sus políticas, y sabe que la economía argentina se mueve peligrosamente al borde del precipicio. Y la sociedad además recuerda. Algunos, los más viejos, recuerdan el rodrigazo de 1975, que estuvo precedido por paros y reclamos callejeros, pero todos recuerdan la crisis del 2001, y la catástrofe que sobrevino cuando la clase media salió a cacerolear alentada por la radio de Daniel Hadad, y los barras bravas del conurbano salieron a saquear, alentados por los seguidores de Eduardo Duhalde (con una ayudita de Raúl Alfonsín), para que finalmente los que por detrás manejaban todo el circo se quedaran con los ahorros de la gente. La gente sabe y recuerda y teme. Advierte sutiles indicios –como la cotidiana cantinela sobre el valor del dólar– de que operadores similares a los de hace una década pueden haber vuelto a las andadas. Y tanto como quiere sacarse de encima la pesadilla kirchnerista, quiere evitar cualquier tipo de agitación capaz de ser utilizada en su perjuicio. Cuando no se advierten todavía alternativas políticas claras, ni han emergido figuras de recambio, lanzarse a la calle por una mera necesidad catártica, además de inútil puede ser tan peligroso como entrar a una curva acelerando sin saber lo que hay del otro lado. Al kirchnerismo, en todo caso, ya se lo conoce, y quién más quién menos, cada uno ha elaborado sus estrategias de supervivencia. Tal como están las cosas, entonces, lo mejor parece ser acompañar amablemente a Cristina hasta la salida, tolerarle sus habituales berrinches y arrebatos, tratar de que en el año que le resta rompa lo menos posible y en todo caso soportar estoicamente sus destrozos. Cuidar a Cristina como forma de evitar cosas peores, y tratar de persuadirla al mismo tiempo de que contenga sus impulsos nihilistas, como seguramente lo ha hecho el papa Francisco (¿con una percepción similar?). Esto es lo que sugiere el espíritu de los tiempos, aunque no es seguro que el diagnóstico sea acertado. No parece haber opciones seguras. Cristina también ha visto ya la puerta de salida, ha entrevisto lo que le espera en cuanto la trasponga, y lo que vio no le gusta en absoluto. Eso, con el poder político en sus manos y sin nadie que la contenga en sus excesos o en sus delirios, es lo que la vuelve peligrosa. Vivimos, debemos reconocerlo, tiempos peligrosos.

–Santiago González

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1 opinión en “¿Cuidar a Cristina?”

  1. Es bien probable que sea como usted dice. Francisco conoce el paño, porque él mismo pasó por ahí y debe saber cómo se pasa de una elección ganada al delirio de la eternización en el poder. Así que ejerce la piedad.
    Él debe haber dejado muy atrás los sentimientos negativos: el resentimiento, el odio y la ira. Y sabrá que el actual gobierno no está preparando – en buenos términos, al menos; es decir, aceptando lo inevitable y dialogando – la transición. El verdadero “modelo” de lo que puede ocurrir en los meses que faltan es, me parece, el fin de Néstor Kirchner: desbarrancó, innecesariamente, de puro atolondrado, en una curva. Y hay unas cuantas curvas por delante, casi todas trazadas por el mismo gobierno. De ahí, entonces, el “cuidemos a Cristina”. Porque cada vez que la realidad se le presenta adversa entra en dilemas (como cualquiera) pero aquello que se le “ocurre” se fija de manera inamovible (como la infalibilidad de los papas hasta hace poco tiempo) y, encima, aprieta el acelerador.
    Muchos se han dado cuenta de que no es una persona particularmente inteligente; es como sus discursos: no esclarecen a nadie; a lo sumo, nos esclarecen sobre su estado emocional, pero nada más. Podemos enterarnos, sin derecho a réplica, “por dónde viene la mano” y precavernos de las consecuencias. Hemos caído, por nuestros hábitos políticos, en una situación ridícula, absurda, y, sin embargo, muy humana. Y así nos ven desde afuera…
    Vivimos, como usted dice, tiempos peligrosos.

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