Cristina 2011

La presidente ha adoptado un discurso moderado, ha promovido medidas tendientes a contener la inflación y favorecer el flujo de inversiones, y las encuestas la favorecen: sólo un imprevisto podría impedirle la reelección en el 2011.

Ya ha transcurrido un mes desde la desaparición de Néstor Kirchner, y lo único que cabe decir es que su ausencia se ha sentido más en las filas de la oposición que entre sus seguidores. Resulta evidente que el oficialismo ha superado la emergencia, incluso se ha fortalecido en ella, y ha dado un duro mentís a quienes pronosticaban un vacío de poder.

No es posible asegurar que algo sustancial haya cambiado o esté por cambiar en el gobierno. Se puede conjeturar, en cambio, que la presidente, al ver que la oposición le facilita tanto las cosas, haya considerado preferible combinar las armas tradicionales del kirchnerismo –intransigencia, apriete, cooptación de voluntades– con unos gramos de sentido común.

Cristina Fernández, ahora desprovista del consejo y del soporte político que le daba su esposo, ha dado varios pasos inteligentes encaminados a transitar el 2011 de la mejor manera posible, preservar el caudal de simpatía popular que cosechó tras la pérdida sufrida, y llegar con buen viento al comicio de octubre. Las encuestas, y la falta de alternativas, le prometen éxito.

Quizás la novedad más llamativa tras la desaparición de Néstor Kirchner sea un notorio alivio en el clima público de crispación y enfrentamiento que día a día fogoneaba el ex presidente. Su viuda ha exhibido un temperamento más calmo, más proclive a la concordia, menos insistente en la acusación contra el enemigo de turno.

En ese orden se inscriben su llamado a la unidad y a la autoestima nacional, a propósito de los actos por el Día de la Soberanía; su invocación a la resolución racional de los conflictos entre patrones y obreros, en el mensaje del Día de la Industria; su comentario conciliador tras el incidente protagonizado por la diputada Graciela Camaño.

En cambio, la presidente optó por el camino clásico del kirchnerismo, que consiste en ignorar las situaciones desagradables, en el caso de las muertes ocurridas en Formosa durante un tiroteo entre la policía y manifestantes que cortaban una ruta; no tuvo problemas en dialogar públicamente sobre otro tema con el gobernador provincial, como si nada hubiera pasado.

En un orden más sustancial, la presidente tomó dos decisiones que son buenas para el país… y para sus propósitos electorales. Por un lado, planteó nuevamente la cuestión de la deuda con el Club de París, y por otro, propuso un foro tripartito para que empleadores, empleados y el estado discutan toda una gama de asuntos relacionados con las condiciones laborales.

Como si pagar una deuda fuera un acto de debilidad, la presidente creyó necesario subrayar que en la negociación no intervendría el Fondo Monetario Internacional, un tópico habitual de la retórica kirchnerista cuyo único efecto es negativo para el país, ya que la ausencia del FMI sólo implica condiciones más adversas en términos de intereses y plazos para el pago.

A los pocos días, sin embargo, y después de que se conocieran algunas reuniones secretas del canciller Héctor Timerman y del ministro Amado Boudou con funcionarios del Fondo, se anunció que el organismo multilateral, del que la Argentina es socio voluntario y cotizante, enviaría misiones para asesorar al INDEC en la elaboración de un nuevo índice de precios.

Sobre la llegada de esas misiones hay dos interpretaciones, no necesariamente contradictorias: una dice que en realidad vendrían a recabar disimuladamente los datos que el Club de París necesita para poner en marcha la negociación; otra dice que si la Argentina no abría el acceso a esos datos corría el riesgo de ser separada del exclusivo grupo del G-20.

Sea como fuere, es bueno que el país restablezca, aun vergonzosamente, sus relaciones con el FMI, es bueno que asegure su permanencia en el G-20 (la mesa que reúne a las mayores economías del mundo y a la que fue invitado gracias a la denostada administración de Carlos Menem) y es bueno que llegue a un arreglo con el Club de París.

Un arreglo con el Club, denominación informal para describir al grupo de países (no bancos) a los que la Argentina debe dinero, algo menos de diez mil millones de dólares, pondrá fin al default declarado en el 2001, abriría las compuertas para inversiones ya previstas por varias empresas extranjeras, y bajaría el costo del crédito externo para el país y sus empresarios.

Menos importante es el concurso del FMI para reparar lo que el propio gobierno rompió en el INDEC: no sólo un método de trabajo reconocido y respetado, sino lo que es más importante, su credibilidad. De todos modos, el INDEC nunca sometió sus prácticas a certificación internacional y ésta sería una oportunidad para hacerlo.

Si el acuerdo con el Club de París permitiría impulsar la economía de manera genuina, con inversiones frescas, el foro propuesto para la discusión de las condiciones laborales buscaría bajar las revoluciones del motor preferido de Néstor Kirchner para mantener la actividad económica: la inflación, por primera vez reconocida como problema, aunque implícitamente.

El denominado Consejo para el Diálogo Económico Social persigue lograr acuerdos para contener a la vez los precios y los salarios. Como de esos acuerdos también participa el Estado, cabe suponer que alguno de los participantes le habrá de solicitar que también haga su parte en el esfuerzo conteniendo la emisión monetaria, que está en la raíz del asunto.

La presidente parece segura de contar con la colaboración empresaria en ese foro, en el que incluyó como aliciente el debate sobre la industria de los juicios laborales, una pesadilla para el mundo corporativo. Y parece no tener dudas sobre la colaboración sindical, lo que remite de inmediato el análisis a la figura de Hugo Moyano.

Desde la muerte de Néstor Kirchner, el único lugar seguro que le queda a Moyano es al lado de la presidente, y preferentemente de la mano. Su jefatura política formal en el Partido Justicialista no es reconocida en los hechos, sus colegas de la CGT lo detestan, y la justicia ronda peligrosamente su persona, particularmente en la causa por los medicamentos.

Como otros líderes gremiales, comprueba incrédulo que la impunidad ya no es automática: el bancario Juan José Zanola está preso por la causa citada, el ferroviario José Pedraza está a punto de ser llamado por la justicia en relación con el asesinato de Mariano Ferreyra, el propio líder camionero lee en los diarios inquietantes notas sobre su pasado en la Juventud Sindical.

Y como si eso fuera poco, los dirigentes del radicalismo anticipan una y otra vez la intención de su partido de desarticular el sindicalismo peronista, el sistema de obras sociales, y exigir declaraciones patrimoniales a los jefes de los gremios. Por mero instinto de conservación, Moyano y sus cofrades van a ceder a las demandas de la presidente, y a respaldar sus deseos.

Así las cosas, sumadas a una economía con buen pronóstico, la presidente tiene buenas probabilidades de encarar auspiciosamente la campaña electoral. La oposición, en todos sus matices, le allana el camino. Cerró el año con un miércoles negro en el Congreso donde fracasó en toda la línea en su intención de enmedarle la plana al kirchnerismo.

La oposición no pudo poner fin a los superpoderes, no pudo dotar al país de un presupuesto razonablemente controlado, no pudo asegurar la administración de justicia poniendo orden en el Consejo de la Magistratura. Sus principales dirigentes habían prometido actuar conjuntamente para lograr esos propósitos básicos. No cumplieron, y están pagando el costo.

Encuestas confiables conocidas en estos días asignan a la presidente una intención de voto que duplica a las de sus dos inmediatos seguidores… sumados. Cristina Fernández necesita muy poco, realmente, para asegurarse la reelección. A esta altura, parecería que sólo un escándalo de corrupción que la salpique directamente, o un desborde inflacionario, podrían frustrar ese empeño.

–Santiago González

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2 opiniones en “Cristina 2011”

  1. Estimado Sr. González:

    Concuerdo razonablemente con su análisis. Me permito agregar, desde la convicción que afirma que el actual gobierno representa muy acabadamente el pragmatismo peronista, que, al igual que en 1950, es el momento en el que el liderazgo ejecutivo y partidario se volcará hacia una centroderecha muy grata a los inversores y grupos de poder, y que las ingenuas ilusiones de quienes aspiraban a una revolución social (jamás será otorgada de manos del peronismo) serán, por enésima vez, defraudados. Es posible que la calma, cuyos precios desconocemos pero podemos deducir (cese de las confrontaciones con grupos económicos, mayor apertura a inversiones externas, regularización de las relaciones internacionales) redunde en una mejor calidad de vida para el sufrido pueblo argentino, ajeno a los roces y las componendas del poder. Quien suscribe estas líneas se define como un marxista, pero de cuño clásico, ya extinto, y cuyo ceño se frunce ante la amplia confusión que la izquierda nacional (un oxímoron en sí mismo) padece en relación a su concepción del peronismo y la demonización del desarrollo capitalista, tan deseado por Marx como paso imprescindible para una distribución de la riqueza más equitativa. Si Madame Fernández es capaz de lograr un incipiente avance en ese campo, bienvenido sea éste. Muchas gracias.

    1. Algunos días y varias cosas han pasado desde que se escribieron esta nota y su comentario. Me parece que el rumbo de Madame Fernández todavía sigue siendo objeto de estudio. Gracias por su comentario.

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