La corrupción y el delito sólo prosperan en una sociedad amedrentada. Resulta muy difícil llevar a la práctica esa clase de actividades antisociales sin que nadie se dé cuenta. Es la tolerancia temerosa de los que ven y callan la que permite que corruptos y delincuentes sientan que pueden moverse a sus anchas. Si cada uno de nosotros se pusiera firme, si demostrara con energía una absoluta intolerancia a la transgresión, otro gallo cantaría. Y no se trata de magníficas acciones heroicas sino, muchas veces, del hecho simple de cumplir con el deber. Lo acaba de demostrar Belén Mosquera, una modesta inspectora de tránsito que supo mantenerse firme y no dejarse amedrentar por un diputado que invocaba sus fueros y otros justificativos igualmente inatendibles para eludir el pago de una multa. Con ese comportamiento normal, casi intrascendente, Mosquera puso en flagrante evidencia a los principales candidatos a diputados del oficialismo en la capital y en la provincia de Buenos Aires. El primero, Juan Cabandié, fue el infractor y Martín Insaurralde, el intendente de Lomas de Zamora, su protector, el que presuntamente aplicó a la “desubicadita” el “correctivo” que reclamaba el aspirante a legislador. Es cierto que la inspectora de tránsito se quedó sin trabajo por haber cumplido con su deber. Todos debemos saber que el coraje cívico tiene sus costos, pero esos costos son infinitamente menores que los de cerrar los ojos ante la corrupción y el delito. Y serán todavía menores si la red de la decencia se amplía y se consolida. El episodio que involucró a la agente Mosquera ocurrió hace dos meses, y sólo nos enteramos ahora, seguramente en el marco de una operación política. Muchos supieron en el momento lo que había ocurrido, y nadie dijo nada. El miedo y la cobardía dominan porque los “correctivos” hacen su efecto, pero son las personas como Belén Mosquera, los desubicados dispuestos a decir que no, las que van a salvar a este país, si es que tiene salvación. –S.G.