Contra las encuestas

Uno es dueño de las palabras que calla, y esclavo de las que pronuncia. ¿Por qué voy a regalarle mi palabra a un encuestador? ¿Por qué voy a confiarle mi opinión a un desconocido, que viene a preguntármela enviado sabe Dios por quién? Los que se ganan la vida realizando encuestas obviamente dicen otra cosa, pero, piénselo un momento, nunca, nunca, jamás, una encuesta va a ser conducida en función del interés de quien la responde. Siempre, en todos los casos, sin excepciones, la encuesta tiene por objetivo final la manipulación de la conducta del encuestado. Y no sólo del encuestado, sino de toda una porción de la sociedad presuntamente representada por él. Todos experimentamos una inclinación natural a responder encuestas: nos hace sentir bien que nos tengan en cuenta, nos halaga que alguien reclame nuestra opinión, nos reconforta creer que en el momento de la encuesta estamos incidiendo en alguna medida en la marcha de esas cosas que sentimos muy por encima de nosotros, y que generalmente ocurren sin que nadie nos pregunte nada. Pero eso es una ilusión: a nadie le importa específicamente ni mi opinión ni la suya. Para el encuestador no somos una persona sino una muestra, una pequeña porción de flan extraída de un flan inmenso.

Nuestra vida social se desenvuelve en dos espacios o escenarios principales: el político y el económico. En el primero decidimos con nuestras acciones de qué manera se distribuye el poder en la sociedad a la que pertenecemos; en el segundo, nuestro comportamiento determina de qué manera se distribuye la riqueza en la sociedad que nos alberga. En los dos espacios tenemos la oportunidad de emitir opiniones vinculantes: en el caso de la política, con el voto, y en el caso de la economía, con la compra o la venta: cada acto concreto de compra o de venta (el trabajo es uno de esos actos) emite a su manera un voto. El ciudadano elige entre una oferta electoral, el consumidor entre una oferta de bienes. Un resultado electoral refleja la opinión de la ciudadanía en un momento dado; el balance entre los actos de compra y de venta en un momento dado refleja la opinión del mercado.

Las encuestas proponen acciones sociales ficticias, no vinculantes: ni el ciudadano vota ni el consumidor consume, pero dice, declara, qué votaría o qué consumiría si tuviera que hacerlo en ese momento. El objetivo explícito de esta clase de consultas es conocer las opiniones del encuestado, para luego generar una oferta (electoral o comercial) adecuada a esas opiniones; el objetivo real de las consultas es manipular la opinión del ciudadano o del consumidor para orientarla hacia la oferta existente. De las encuestas no surgen nuevos dirigentes ni nuevas agendas políticas que sintonicen mejor con el estado de opinión vigente, lo que sí surgen son nuevos discursos políticos, nuevos relatos que supuestamente reflejan “lo que el pueblo quiere”. Tampoco surgen de las encuestas nuevos bienes y servicios, sino otra vez, nuevos relatos publicitarios, nuevas estrategias de venta (y nuevos precios, de paso) para el mismo producto de siempre. Ninguna de las innovaciones, tecnológicas o de cualquier tipo, que han revolucionado la oferta de bienes de consumo surgió de una encuesta.

Si la encuesta es mala de por sí, mucho peor es el uso de la encuesta. En el caso de la política, los medios suelen reproducir resultados de encuestas, sin decir quién las ha solicitado y pagado, lo cual sería el requisito mínimo para que el público pudiera tomarlas con la debida cautela. Aún así, la encuesta crea falsas sensaciones sobre ganadores y perdedores que retroalimentan la decisión de la gente, y alteran su decisión de voto. El uso de las encuestas al que estamos habituados sirve para instalar o para hundir candidatos. En el caso de los bienes de consumo, las encuestas suelen usarse como argumento publicitario explícito (“nueve de cada diez prefieren…”) pero nadie toma esas declaraciones seriamente. Lo más peligroso es el uso de encuestas supuestamente “sociales”, encargadas con fines políticos o comerciales, que después sirven para sostener (es una manera de decir) notas periodísticas sobre costumbres o comportamientos colectivos (que los comitentes de las encuestas desearían inducir). A fuerza de repetidos, esos sondeos de opinión terminan por convertirse en modelos de opinión.

Cuando uno responde una encuesta está devaluando su voto… o su dinero. El voto o el dinero son símbolos que facilitan las transacciones sociales, sean políticas o económicas. El voto simulado de la encuesta política, o la compra simulada en las encuestas de consumo, son lo mismo que el dinero emitido sin respaldo, y tienen el mismo efecto deletéreo. Si los políticos no tuvieran encuestas a mano, como ocurría en el pasado, se esforzarían por atraer votantes con plataformas originales, con ideas, con proyectos, es decir con liderazgo, y no se reclinarían en la comodidad de decir que van a hacer “lo que quiere la gente” (que normalmente no tiene muy en claro lo que quiere); si los proveedores de bienes no contaran con encuestas, buscarían mejorar la variedad y calidad de su oferta de bienes, y no venderían como innovaciones lo que suelen ser meros cambios cosméticos, adecuados a la percepción del público. En otras palabras, si no respondiéramos encuestas tendríamos ante nosotros mejores ofertas, y podríamos discriminar mejor y más libremente entre ellas.

–Santiago González

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2 opiniones en “Contra las encuestas”

  1. Excelente nota. Siempre sostuve que la encuesta política debería estar prohibida ya que de ninguna manera beneficia al votante sino que, como Ud. dice, sólo sirve para manipularlo. Basta con preguntarnos cuál es el aporte a nuestra decisión electoral para ver que su único efecto es el de torcer la intención de voto hacia los dos candidatos que “alguien” nos dice que terminarán por definir el resultado, relegando a quienes según esas mismas encuestas no tendrían posibilidades. Lo más perverso es que el propio efecto de las encuestas encolumna los resultados según sus predicciones, otorgándoles una reputación inmerecida.

    1. Efectivamente, la encuesta permite la existencia de políticos sin plataforma, los que prometen de manera vaga trabajar para “la gente” y una vez electos trabajan para sí mismos y para las encuestas: mientras las encuestas “den bien” no es necesario hacer nada. Gracias por su comentario.

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