Elogio de la locura

locarHoy quiero hablar de dos locos: Elisa Carrió y Domingo Cavallo. No es que sean locos: ha sido la gran prensa la que los ha investido de locura en el imaginario colectivo. A Cavallo, los columnistas habituales lo han tildado de soberbio, enajenado, arrogante, empeñado en sostener “la locura (no podía ser de otro modo) del uno a uno”; los caricaturistas se dedicaron a exagerar su mirada de ojos claros, penetrante, encendida. A Carrió, la han llamado loca, pirucha, agorera, mística, pitonisa, con jugadores ausentes y patitos en desorden.

locavAl margen de esta coincidencia descriptiva, el trato que la prensa da a uno y a otro es diferente: a Cavallo prefieren ignorarlo, sumirlo en el olvido. A Cavallo no se lo nombra, no se lo consulta, no se lo invita a paneles ni mesas redondas; su nombre sólo se pronuncia para asociarlo falsamente a dos episodios odiosos: la estatización de la deuda privada y la pesificación de los depósitos, cosas con las que nada tuvo que ver. Carrió, en cambio, es invitada frecuente de los programas de entrevistas por televisión por la simple razón de que su sola presencia eleva la audiencia. Los periodistas están convencidos de haber logrado que ella misma genere sus propios anticuerpos y que, por lo tanto, diga lo que diga, resulte inofensiva. Tal como hicieron con Cavallo, han logrado asociar su nombre a una idea tan antipática como falsa, según la cual Carrió se lo pasa haciendo denuncias en los medios que nunca se comprueban. La realidad es exactamente al revés: Carrió hace denuncias en los medios, es cierto, pero al mismo tiempo las presenta ante la justicia, que es donde importan y tienen consecuencias, cosa que prácticamente ninguno de sus rivales políticos imita.

Carrió y Cavallo son ahora candidatos a diputados nacionales, una por la capital federal, el otro por la provincia de Córdoba. La prensa se esmera en silenciar a uno y distorsionar a la otra. El espacio político organizado por Carrió en la capital es el único que se presenta con listas alternativas a las internas abiertas (Carrió encabeza una de tres), pero la prensa ha descripto ese meritorio esfuerzo como una “ensalada”, ha ocultado el hecho de Carrió cuenta con el mayor respaldo en el electorado capitalino, y ha preferido poner el foco en una improbable ventaja de Gabriela Michetti (PRO) sobre Pino Solanas (aliado de Carrió) en la candidatura a senador. Mientras manipulan de este modo la información sobre la ciudad, La Nación, Clarín y Perfil están unánimente consagrados a instalar y promover la candidatura de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires.

Pero, ¿por qué la prensa trata a estos dos políticos de manera tan desfavorable? ¿Qué es lo que tienen en común? ¿En qué consiste su locura? En efecto, Carrió y Cavallo suelen ubicarse en espacios políticos distintos; mientras uno pone el acento de su discurso en la economía, la otra lo coloca en la institucionalidad. Ni siquiera es seguro que tengan buena opinión el uno del otro. Pero ambos son temibles para las mafias que se han apoderado del país, de las que la gran prensa forma parte. Son temibles porque poseen una inteligencia brillante para captar situaciones y pronosticar sus consecuencias: en los albores del kirchnerismo Carrió denunció que estábamos frente a un régimen infinitamente más corrupto que el menemismo, y que Julio de Vido era su cajero; Cavallo, por su parte, hizo tempranos diagnósticos sobre el estancamiento con inflación que entonces teníamos en el horizonte y hoy ante nuestras narices. Son temibles porque saben comunicar sus criterios con claridad y sin medias palabras. Son temibles porque no tienen miedo de perder: Carrió y Cavallo han sufrido caídas tremendas, y se han recuperado a fuerza de tenacidad, humildad y sacrificio. Inmediatamente después de su dura derrota electoral en el 2011, Carrió anunció su pasaje a la resistencia, y se dedicó a hacer trabajo de base junto a Toty Flores. Después de la violenta campaña de infundios que sufrió en el 2001, Cavallo se dedicó a escribir un blog sobre temas económicos, y a contestar personalmente día tras día cada uno de los comentarios que dejaban sus lectores. Son temibles porque no transan, o por lo menos no brindan la menor seguridad de que vayan a transar. Son temibles porque comparten virtudes escasas en la política argentina: coraje, decencia, voluntad, entrega, intransigencia. En eso consiste su locura.

Están en buena compañía: el otro gran loco de la política argentina fue Domingo F. Sarmiento. Como en su caso, Carrió y Cavallo exhiben luces y sombras, genialidades y estupideces, aciertos y errores. Pero la locura que comparten está amasada con el más noble leudante cívico: el patriotismo.

–Santiago González

ReferenciasMi ambición a esta altura de mi vida, por Domingo Cavallo

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4 opiniones en “Elogio de la locura”

  1. La “locura” de Lilita, la única “loca de la casa” en la comunidad política (Cristina Fernández no es ninguna “loca”; es una “viva”, como su difunto esposo, que es bien distinto), es la que la condujo a proponer, a fines de los noventa (usted recordará en qué año) la ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO, en la que fue – creo que inmediatamente – secundada por la CTA, la Iglesia Católica (su sector social, al menos, el ligado a Caritas). Cuando en 2008 logró que se tratase en las cámaras y estaba por ser aprobada como ley, la presidente “robó” la iniciativa (tal como fue caracterizado por usted el acto), la impuso por decreto y la imprimió en la opinión pública como iniciativa propia, cuando lo cierto es que ni siquiera se les había ocurrido como parte necesaria del maremágnum de subsidios… Su locura le costó (y le seguirá costando, probablemente) que no se la vea como presidenciable; pero nada más: su rol lo desempeña con abundancia.
    Pero la “locura” de Caballo es muy diferente: es la que le impidió reconocer, aun mínimamente, que la lectura económico-social y la prospectiva de Rodolfo Terragno, que se le enfrentó públicamente en 94 (¿94 ó 92?), exhibía una lógica rigurosa, tan rigurosa como la que Caballo pretendió – y pretende – tener en cada una de sus intervenciones… El narcisismo de Lilita apoya por detrás, o por abajo en sus iniciativas; el de Caballo, me parece, va por delante…

    1. Elisa Carrió presentó su proyecto sobre Ingreso Ciudadano a la Niñez en 1997, cuando todavía pertenecía al radicalismo. Su proyecto era efectivamente universal, y comprendía a todos los menores desde el cuarto mes de embarazo hasta los 18 años.

      Cavallo y Terragno debatieron en 1993 y nuevamente en 1995; lo hicieron honestamente y con respecto recíproco, y ese intercambio de ideas puede ser útil todavía: refleja las perspectivas de alguien que cree en una economía (mayormente) libre y alguien que cree en una economía (mayormente) dirigida. Seguramente, durante su gestión ministerial junto a Carlos Menem Cavallo cometió muchos errores; personalmente, creo que el mayor fue no haber reclamado con suficiente energía a su gobierno la instalación de una red de contención social para las muchas personas que iban a verse afectadas en el tránsito de una economía protegida, prebendaria y subsidiada a una economía libre y competitiva. La Convertibilidad fue la única institucionalidad que conoció el país desde el retorno de la democracia, ofreció oportunidades de ahorro y progreso a una población castigada durante décadas por la inflación, y obligó a las empresas a poner orden y rigor en su funcionamiento (personalmente, me tocó colaborar en el ordenamiento así forzado de una empresa periodística privada, donde el desorden administrativo disimulado por la inflación era tan grande que hasta ñoquis había en su plantilla). La economía pudo recuperarse rápidamente tras la crisis del 2001 gracias a las inversiones y la infraestructura creados en esos años (por algunos, ya que otros prefirieron vender sus empresas o viajar a Miami). Lamentablemente, todo lo conseguido en el período de la convertibilidad fue desperdiciado primero por el propio Menem en su afán reeleccionista, luego por las mafias económicas congregadas detrás de Duhalde, y finalmente por la satrapía que nos gobierna. Recuperarlo va a exigir sacrificios mucho mayores que los que implicó la convertibilidad de los 90.

      1. Le agradezco la respuesta; toda una respuesta, sin dudas, que merece relerse.
        En nuestro medio es muy difícil distinguir verdaderas diferencias entre personas.
        Cavallo salvó a Menem, con la convertibilidad, durante un tiempo, pero el riojano (que prometió “riojanizar al país”, y casi lo logra) no estaba a la altura de la circunstancia; y, con su egoísmo y su miopía (y su ignorancia), generó, otra vez, un barranca abajo. Sí, ahora pasa lo mismo, y estamos viendo el barranco…
        Es bueno y necesario que el gobernante tenga sentido de la oportunidad; pero el oportunismo es otra cosa y la serie de gobernantes que se anotan en la “tradición oportunista” es demasiado larga. Perón, que algún día habrá de dejar de ser visto como un genio, le imprimió, en los 50, una impronta duradera y un dinamismo incontenible.
        Cabe la esperanza de que se esté produciendo un agotamiento por exceso y se produzca una apertura a otras posibilidades. ¿Quién sabe?
        Creo que los debates Cavallo-Terragno merecen repasarse con comentarios pertinentes. En nuestro país, la palabra no se usa para debatir.
        Gracias, nuevamente.

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