Ariel Delgado (1931-2009)

Periodista de poco frecuente profesionalismo, editor inteligente, armaba su propio diario en los extensos informativos de Radio Colonia

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Por la garganta de Ariel Delgado pasó la historia de nuestra vida durante los últimos 50 años. La frase con que se lo presentaba –“la voz de las noticias”– no era excesiva. Pero además de eso fue un periodista de poco frecuente profesionalismo, un editor inteligente que armaba su propio diario en los extensos informativos de Radio Colonia.

Dueño de una voz de timbre brillante, creó un repertorio de modulaciones sumamente personales con los que imprimía urgencia, vivacidad y dinamismo a las noticias, les ponía énfasis que eran todo un editorial, o se detenía con morosidad en los detalles truculentos de la crónica roja, que junto con la política conformaban los platos fuertes de su menú.

Aunque pasó por varias emisoras, a Delgado se lo identifica con la uruguaya Radio Colonia, y con Crónica, para la que trabajó en sus versiones radial, gráfica y televisada. Por su trabajo sufrió el acoso de los gobiernos de Isabel Perón y de las juntas militares. “Es difícil ser periodista en este país si te la tomás en serio”, comentaría años más tarde.

La voz de Ariel Delgado está asociada en la memoria a dos momentos particularmente agitados de nuestra historia: la turbulencia golpista que puso en jaque a los dos gobiernos más o menos legales posteriores a 1955, y la tormenta de odio, de locura y de muerte que nos azotó en la década de los setenta.

Los sesenta eran años en que se demandaban noticias con voracidad, se compraba el diario a la mañana y se esperaba la salida de la sexta al caer el día, se armaban encendidas discusiones frente a las pizarras de La Nación y de La Prensa, y el debate se prolongaba en las esquinas porteñas bajo el abanico verde del toldo del bar.

Pero ni los diarios, ni mucho menos la radio, brindaban información sustantiva. Entonces, en la casa, o en el novedoso y ubicuo aparato de transistores, se sintonizaba Radio Colonia. Y allí aparecía la voz inconfundible del locutor que, iniciando cada noticia con el estremecedor “…bueenosáires…”, nos contaba con lujo de detalles cosas que aquí nadie osaba informar.

Desde los estudios de la radio, Delgado supo sacar partido de los cables de las agencias internacionales, cuyo estilo conciso y contundente le añadía dramatismo a los informativos. “Cada vez que en la Argentina había lío las radios ponían la marchita militar y bueno, había que escuchar Colonia para saber qué pasaba”, evocaría el periodista, nacido en Corrientes.

“Éramos el tuerto en el país de los ciegos, nadie informaba nada de nada.”

La popularidad de Ariel Delgado en los sesenta era tan grande que su voz y su estilo eran plato predilecto de humoristas e imitadores, que recitaban para regocijo del público el característico “hay más informaciones para este boletín”, con la entonación conocida y esperada por todos.

Pero en los setenta ya habíamos empezado a perder el humor. Durante el gobierno de Isabel Perón se persiguió a Radio Colonia con clausuras solicitadas al gobierno uruguayo y con interferencias de la señal. Pero con las juntas militares llegaron las amenazas pesadas, y Delgado debió exiliarse en Italia.

Regresó más jugado políticamente, más identificado con la izquierda, y ya el público y los medios eran otros. Pasó por varias emisoras locales hasta que recaló en esa expresión tan rara de periodismo creativo e independiente que es Crónica, primero como secretario de redacción del diario, y luego en los noticieros de Crónica TV.

“Trabajé en muchas radios y Colonia es la que más recuerdo”, diría en un reportaje publicado por la revista La Maga. “En su momento la radio cumplió con el papel de mantener una lucecita. Recuerdo que fuimos los únicos que informamos la desaparición de Rodolfo Walsh.”

Esa evocación de un logro profesional casi íntimo es típica del periodista de raza.

–Santiago González

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2 opiniones en “Ariel Delgado (1931-2009)”

  1. Ariel Delgado, equiparable a un vaso de agua en el desierto: nos informaba en medio del silencio del autoritarismo peronista de los 50′. Inolvidable para sus contemporáneos.

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