Anunciantes y periodistas

La cofradía periodística inglesa (en su mayoría progres como acá y en todo el mundo) lanzó un grito de alarma porque algunas empresas y corporaciones están usando su poder como anunciantes para influir en el contenido de los medios. En su sitio PressGazette, han denunciado a la cadena de bicicleterías británica Evans Cycle por haber desistido de publicar avisos en medios del Daily Mail y The Sun, disgustados por ciertas columnas publicadas en ellos que no fueron del agrado de sus propietarios. Un artículo firmado en PressGazette por Dominic Ponsford cita como antecedente presiones similares del HSBC sobre el Telegraph que desde hace dos años han ablandado, dice, toda la cobertura que el periódico ofreció sobre los asuntos del banco. «Los diarios a veces cometen errores. Y a veces promueven opiniones con las que muchos están en desacuerdo», revela con audacia Ponsford. «Pero yo prefiero una prensa militante e imperfecta antes que amordazada por anunciantes que ejercen presión comercial para influir en el contenido editorial». Ponsford parece ignorar la historia de su oficio. La prensa nació militante, es decir nació para propagar determinadas opiniones sobre los asuntos públicos, y refutar las opiniones rivales. Cuando el poder económico se volvió más fuerte que el poder político, la prensa se «independizó» de las cajas partidarias para depender del público lector y de los avisadores. El poder económico tiene asociaciones gremiales que ventilan intereses sectoriales, pero no tiene una voz política común en la sociedad pese a tener intereses comunes. La llamada prensa independiente pasó a cumplir ese papel, y en general su “militancia” refleja el punto de vista político del poder económico. Como tampoco puede desatender el favor de sus lectores, la prensa ha adoptado una doble estrategia: atraerlos con temas no políticos, como deportes, espectáculos y chismes, y al mismo tiempo presentar el punto de vista del poder económico con tintes amables (de modo que no choque contra lo que el lector percibe como su interés propio), entretenidos o muy generales: nunca le va a decir compre Ford y no compre Chevrolet, le va a sugerir que tener un auto es algo bueno y deseable. Esta es la prensa que tenemos y así funciona: el poder económico de los anunciantes influye de hecho en el contenido editorial, por cierto de manera más sutil que la aplicada por el bicicletero inglés, desde que los partidos y las facciones políticas dejaron de hacerlo. Y contra lo que cree el señor Ponsford, el avisador tiene tanto derecho a poner el dinero de sus avisos donde más le gusta (y a retirarlo de donde no le gusta) como el lector tiene a cambiar de diario o a no leer ninguno. Este también es el sistema que tenemos y así funciona, e incluso asegura cierto un margen de libertad. ¿Acaso un sistema con pauta uniforme y universalmente asegurada sería más rico o más libre? Probablemente ocurriría todo lo contrario. La verdadera amenaza contra la libertad de prensa es la concentración de la propiedad de los medios. Cuantos más jugadores compitan en el mercado, más posibilidades hay de que la verdad asome por uno u otro lado, y de que un mayor espectro de opiniones encuentre plataforma para hacerse oir. –S.G.

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