Aníbal Ford (1934-2009)

Aparece en Aníbal Ford un tironeo permanente entre la inteligencia, la intuición y la creatividad, por un lado, y el encorsetamiento ideológico al que voluntariamente las sometió, por el otro.

Aparece en Aníbal Ford un tironeo permanente entre la inteligencia, la intuición y la creatividad, por un lado, y el encorsetamiento ideológico al que voluntariamente las sometió, por el otro. Hay que tamizar la obra de este intelectual argentino para encontrar en ella materiales nobles como los que este país necesita urgentemente para su (re)construcción. Pero que no quepa duda: ahí están.

Vayan como muestra estos párrafos suyos del 2002: “Un país no es una entidad metafísica sino un conjunto de afectos, de costumbres, de interrelaciones, de vida cotidiana, de formas de entender o dar sentido a la vida, a la familia, al trabajo, al mundo, construidos en tiempos largos. No es fácil sacarse un país de encima.” Hasta aquí estamos de acuerdo, pero sigue Ford: “Por eso, si lo destruyen moriremos dando testimonio de algo que quiso ser. Y si no lo hacen, seguiremos tratando de que elija con autonomía su forma de participación en el mundo, sus campos de conflicto y de lucha. Y no enroscado en una monocultura que no sólo desconoce que la riqueza de la humanidad está en su propia diversidad sino que, con prepotencia etnocéntrica, se cree el único modelo posible.” La idea de morir dando testimonio era central en el pensamiento de los setenta (Rodolfo Ortega Peña reivindicaba el martirio del pueblo paraguayo al mando de Francisco Solano López), y en cuanto a la prepotencia etnocéntrica de la monocultura, sabemos a partir de Darcy Ribeiro que forma parte del proceso civilizatorio, y en términos históricos probablemente no sea más que una anécdota. “Es difícil pensar la Argentina”, reconoció Ford en ese mismo texto. Abordó el asunto desde todos los ángulos posibles, inclusive desde el poco frecuentado aspecto del territorio. Su investigación sobre la cuenca del Salado sorprendió en su momento por su rara originalidad, por su pesquisa periodística de datos y hechos, en un ambiente intelectual caracterizado por los devaneos teóricos y las polémicas abstractas. Con sus incursiones en el tema de los medios de comunicación ocurre lo mismo que con otros teóricos del tema: sus interpretaciones tienen poco o nada que ver con la experiencia de quienes se dedican al trabajo periodístico, y por momentos no se entiende de qué están hablando. Ford contribuyó a crear y dirigir la carrera de comunicación en la Universidad de Buenos Aires, cuyos criterios no pueden ser más descaminados ni sus frutos más desafortunados. Pero, otra vez el tironeo, él mismo dijo en un reportaje: “las utopías comunicacionales, es decir, las propuestas que afirman que, resueltos los problemas de comunicación entre los hombres, se van a resolver los problemas del mundo, fracasaron siempre. Los problemas económicos, políticos y socioculturales que afectan al mundo exigen transformaciones estructurales, no simbólicas.” En sus ensayos (Medios de comunicación y cultura popular, Navegaciones, La marca de la bestia, Resto del mundo), y en sus ficciones (Sumbosa, Ramos generales, Los diferentes ruidos del agua, Oxidación) habrá que buscar las claves de este escritor que soportó con ácido humor las embestidas ideológicas del gobierno militar y las rivalidades mezquinas de sus propios compañeros de ruta.

–SG

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