Andrés Cascioli (1936-2009)

Andrés Cascioli fue un excelente caricaturista y un audaz editor, cuyas revistas registraron el apogeo y caída del progresismo posterior al Proceso, y abrieron nuevos rumbos en el periodismo.

cascioli

Las revistas de Andrés Cascioli nacieron como una “zona liberada” en medio de la dictadura militar, tuvieron su apogeo con la oleada de esperanza que acompañó el regreso a la democracia, y comenzaron a languidecer ya desde antes de los noventa. Pero abrieron caminos nuevos para el lenguaje periodístico, que serían aprovechados más tarde por otros medios.

Temperamental y apasionado, arbitrario y rencoroso, Cascioli fue a la vez un periodista que editorializaba con sus caricaturas y un empresario periodístico que en su momento tuvo lo que hay que tener para prosperar en el negocio: olfato para anticipar hacia dónde sopla el viento de los tiempos, audacia para jugar con los límites, y astucia para contratar buenos colaboradores.

El olfato le falló en los noventa. Sus revistas habían acompañado, ilustrado y documentado de manera casi única toda una etapa del progresismo porteño, esa suerte de fascismo ilustrado erigido por propia decisión en árbitro del pensamiento políticamente correcto. Este antiautoritario visceral no advirtió que el público ya no aceptaba esa forma solapada de autoritarismo.

Luego de algunos intentos en la edición de revistas de historietas (Casco de acero, Tucson, Maverick), Cascioli se sumó al equipo que en 1972 lanzó la revista Satiricón. Sus dibujos precisos y ricos en significados caracterizaron de entrada las tapas de la publicación, como lo harían más tarde con su propia creación, y la más perdurable, Humor Registrado.

Satiricón fue una vía de escape para la angustia generada por una época difícil, poblada de brujos y terroristas, Falcon verdes y atentados dinamiteros, secuestros y asesinatos, viudas e imberbes. Una tapa mostraba una boca abierta, con una mosca en la lengua, mensaje inequívoco de los riesgos que entrañaba la osadía de criticar.

“Yo andaba como loco con esa mosca: quería que de verdad estuviera posada en la lengua, que la gente sintiera que la mosca estaba ahí”, comentaría años más tarde Cascioli. La revista fue censurada varias veces por el gobierno peronista, dejó de aparecer en 1974, y un intento de relanzarla abortó en 1976 cuando el gobierno militar les planteó la opción de callar o morir.

En 1978, con la realización del mundial de fútbol y el intento de la junta militar de despejar su imagen ante la mirada escrutadora del periodismo internacional, Cascioli entendió que había llegado el momento y con su propia empresa, Ediciones de la Urraca, lanzó Humor, y logró sostenerla.

Cascioli hizo de la caricatura una toma de posición política, un editorial trazado con líneas y colores.

El sello distintivo de la revista fueron las tapas dibujadas por Cascioli, que elevó con singular maestría el estilo de caricatura que había desplegado Ianiro en las cubiertas de Canal TV en la década anterior, hasta convertirla en una detallada toma de posición política, en un editorial trazado con líneas y colores.

El sólo hecho de mostrar en tapa caricaturas de los miembros de la junta fue toda una hazaña. El gobierno no intervino porque eso le permitía descomprimir un frente interno que se le iba complicando. A medida que los conflictos entre los jerarcas militares fueron resquebrajando la estructura monolítica del poder, la sátira se fue volviendo más mordaz.

Humor fue parte de la tozudez editorial de Cascioli –dijo Tomás Sanz, un integrante de la redacción–. No teníamos un gran proyecto, no hubo ni número cero, pero se ve que la gente estaba esperando algo. Creo que valorizaron cierto amago de rebeldía en un principio y al año, siendo ya una revista de peso, tuvimos más audacia en las caricaturas y texto”.

“Humor se proponía ridiculizar a los milicos y ser una revista de cultura”.

Según el propio director, Humor se proponía “ridiculizar a los milicos y ser una revista de cultura”. Así fue atrayendo a lo mejor del humor gráfico de la época, y a las firmas más reconocidas del progresismo local. Enrique Vázquez bajaba línea desde la junta coordinadora radical, y José Pablo Feinmann desde un peronismo hipotético.

Humor tenía una aparición quincenal. Hacia 1981, ya vendía un promedio de 200.000 ejemplares por número, y se defendía sola. Las tapas fueron cada vez más audaces, y pusieron en tela de juicio asuntos tan delicados como la guerra de Malvinas, o los intentos de los militares por autoamnistiarse.

La censura llegó por el motivo más banal: una tapa que mostraba al comandante del ejército Cristino Nicolaides haciendo cabriolas sobre una patineta mientras la imagen de la justicia trastabillaba a sus espaldas. Ese número fue retirado de los quioscos, y los editores demandados porque “un comandante del ejército no podía dejar de dominar una patineta”, relataría Cascioli.

Tres números más tarde, la tapa de Humor mostraba a los tres comandantes como los famosos monos del “ver, oir y callar”, lo que llevó la venta de la revista a los 330.000 ejemplares, un desempeño que no volvería a repetir con la denuncia de las mil y una peripecia por las que pasó el gobierno de Alfonsín, ni con la sátira mordaz de la cultura menemista.

La competencia ya era mucha, y las preocupaciones de la sociedad estaban cambiando.

La competencia ya era mucha, y las preocupaciones de la sociedad estaban cambiando. En 1997, la editorial de Cascioli, que se había ampliado para abarcar desde la historieta (Fierro) hasta la ficción científica (El péndulo), y desde las publicaciones infantiles (Humi) hasta el periodismo de investigación (El periodista), cerró sus puertas.

“Éramos dependientes de los lectores e independientes de cualquier otro poder. Pero caímos, como tantas otras pymes en esos años. Además, el menemismo nos hostigó con juicios todo el tiempo”, argumentaría Cascioli en una entrevista. Sin embargo, el menemismo no persiguió a la prensa, y los juicios que tenía la editorial eran por deudas impositivas.

El editor acierta en un punto: un medio depende de su público, y pierde su favor cuando deja de expresarlo. Los seguidores de Humor la abandonaron cuando advirtieron que estaba  atrapada en la arrogancia del progresismo, que en vez de abrir puertas a la imaginación y la crítica, se encargaba de la custodia de esas puertas.

Ese pensamiento único no sólo dejó de reflejar las cosas tal como se les aparecían ante los ojos a los lectores, sino que, para peor, procedió a descalificar por acción y omisión todo intento diferente de dar cuenta de los nuevos vientos que comenzaban a soplar, en el mundo y en el país.

“El humor está para encontrar errores y pegar ahí, muy fuerte”.

Más tarde, Cascioli haría otros intentos de captar el espíritu de la época, y convertirlo en posibilidades editoriales. A él se deben las gestiones para lanzar la edición local de la revista Rolling Stone, un proyecto que finalmente capitalizó La Nación. Y a él se debe El cacerolazo, una versión menor de Humor reciclada bajo el sello de Perfil, que se apagó sin pena ni gloria como las hogueras en las esquinas.

En algunas declaraciones recientes, Cascioli reflexionó sobre el humor. “El humor debe meterse con los poderosos”, dijo a La Capital de Rosario. Es cierto, pero no solamente. La mejor tradición del humor en el mundo apunta a la crítica de costumbres: castigat ridendo mores. Pensar que los poderosos son todo el problema es un tópico progresista.

“El humor está para encontrar errores y pegar ahí, muy fuerte, para que el gobierno los corrija, o para que la gente se de cuenta de que hay cosas que se están haciendo mal. Cuando no hay revistas de humor, como en esta época, los grandes diarios no apuntan a los yerros para corregir, sino para herir y conspirar”, declaró a El Argentino en sintonía con el discurso de Carta Abierta.

Y en el mismo reportaje describió a los humoristas como “gente acostumbrada a luchar contra el poder, a arañarlo, a ver dónde le pegan; en general son gente de izquierda”. Estas declaraciones hablan más de Cascioli que del humor y los humoristas; reflejan su resentimiento contra los poderosos, y su identificación de la lucha contra los poderosos con la izquierda política.

Esa lógica tiñó sus publicaciones, y a la vez trazó un camino, abrió posibilidades expresivas y fue semillero de periodistas para los intentos editoriales que surgirían en el futuro desde las filas progresistas: sin la existencia previa de Humor, difícilmente habrían existido medios como El porteño, Página/12, Veintitrés, o Crítica, al menos tal como los conocimos.

–Santiago González

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