El acuerdo con la UE

El gobierno de Mauricio Macri ha recibido en vísperas electorales un significativo espaldarazo publicitario con el anuncio del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, convenientemente exaltado por la gran prensa local, que no ahorró figuras retóricas para exagerar la nota. Sin embargo, la cuestión suscita algunas reflexiones, apresuradas y provisorias sin duda, dada la escasa información disponible. El acuerdo ha sido descripto como un “entendimiento político”, lo que equivale a decir que ambos bloques se han comprometido, después de veinte años de escarceos, a marchar en la dirección de una complementación económica. En condiciones normales, calculan los diplomáticos, el proceso, que debe comenzar por la aprobación legislativa del acuerdo en cada uno de los países miembros de los dos bloques, podría demandar entre dos y cinco años. Lamentablemente, las condiciones no son normales. Muchos socios de la UE revelan una creciente incomodidad con las políticas impuestas desde Bruselas, y está por verse su disposición a someter sus economías locales a los avatares de nuevas aperturas. La Argentina y Brasil, los dos socios mayores del Mercosur, por su lado, atraviesan circunstancias políticas y económicas internas sumamente volátiles que también abren interrogantes sobre el respaldo que pueda conseguir el entendimiento en el futuro. El anuncio del acuerdo careció de toda simetría, y pareció más bien una decisión puramente europea. Sorprende el minucioso detalle con el que la UE hizo el anuncio, que ya anticipa salvaguardas tan potencialmente arbitrarias como el “principio precautorio”, capaz de paralizar cualquier intercambio si hay una amenaza percibida contra la salud humana, animal o vegetal, y también ambiental, aun cuando no se la pueda sustanciar científicamente. En comparación, el sitio oficial del Mercosur en portugués ni menciona el acuerdo, mientras la versión en castellano reproduce una declaración de la cancillería argentina que es apenas una enumeración dulzona de afirmaciones vagas sobre las bondades del libre comercio. La culpa, claro está, no es del ministro Jorge Faurie, sino de la ausencia absoluta de políticas de estado que padece la Argentina. Nuestra nación, hoy lo comprobamos una vez más, no sabe a dónde va. Tras el porrazo del 2001, sucesivos gobiernos, incluido el actual, ni siquiera han intentado proponer un modelo de país, una metodología para construirlo, y un papel para cada uno de los actores sociales. No sabemos lo que queremos, y así y todo el gobierno, con la ligereza y la improvisación que han caracterizado sus cuatro años de mandato, propone embarcarnos en un acuerdo con un poderoso bloque comercial que sabe muy bien lo que quiere, acompañados por un socio con ideas bastante más claras sobre su lugar en el mundo, y para peor con una economía en parte dependiente de empresas multinacionales que ya han definido en el ámbito del Mercosur una distribución del trabajo que no nos favorece, y en parte en manos de unas mafias prebendarias. En estas condiciones, ¿cómo encajamos en el relacionamiento con Europa que se nos propone con bombos y platillos? Me temo que, sin un proyecto nacional, sin un modelo de país, sin una idea clara y razonablemente compartida de lo que queremos ser, incluso bajo el mejor de los acuerdos vamos a terminar acoplándonos a los proyectos, los modelos o la voluntad de los restantes socios. Y, sí, tal vez algunas migas caigan para este lado. Pero por nuestras mismas características, por nuestra debilidad intrínseca, por nuestras indefiniciones, por nuestra orfandad estratégica, habría sido preferible a juicio de este cronista optar por el camino de los tratados bilaterales, más acotados, menos comprometedores, como hicieron otras naciones del continente, especialmente las de la costa del Pacífico, con apreciable éxito. –S.G.

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