A cachetazos

griesa

“Ah, pero allá, viejo, nadie te tira un papelito por la calle…” Los argentinos sabemos muy bien que el resto del mundo no vive como vivimos nosotros, pero en el fondo pensamos que los que están equivocados son ellos: deben ser muy ingenuos para detenerse en un semáforo a la noche en una esquina desierta, deben ser muy tontos para leer ellos mismos el medidor de gas y enviar un cheque por el importe, deben ser muy simples para creer que la ley hay que cumplirla a la letra. Para un argentino no hay nada más estimulante que la viveza, esa urgente operación mental que le permite decidir a cada instante qué espacio tiene para violar la norma al filo del riesgo. Así nos manejamos entre nosotros, y así tendemos a manejarnos con los demás, convencidos de que nuestra rapidez se habrá de imponer finalmente sobre la lentitud ajena. Sin embargo, la realidad nos dice todos los días que por esa vía vamos mal, y la historia nos demuestra que en cien años de viveza hemos destruido lo que se había construido en los cien años anteriores con trabajo, perseverancia y coraje, rasgos que se encuentran en la vereda opuesta de la viveza. Vivimos mucho peor que nuestros padres y que nuestros abuelos, pero al parecer de allí no extraemos ninguna lección: si nos va mal, la culpa la tienen los de afuera, y cuanto más abstractos mejor: sucesivamente el imperialismo británico, la sinarquía internacional, el imperialismo yanqui, el castrocomunismo, la OTAN, la socialdemocracia, el neoliberalismo y, últimamente, los populistas y los fondos buitres. Las hiperinflaciones y las guerras sucias no nos han impedido seguir coqueteando, con imprudencia de adolescentes rebeldes, con la inflación y la violencia política. Más atentos parecemos estar, sin embargo, a las lecciones que nos imparte el mundo, ese mundo de los lentos y de los ingenuos que respetan la ley. Los militares argentinos se acostumbraron a hacer lo que les daba la gana con el país, y un buen día creyeron que la viveza y los fierros les permitirían hacer también lo que les daba la gana con el resto del mundo. Pero el vivo de Leopoldo Galtieri, después de lanzar la bravata de “si quieren venir, que vengan”, se encontró con la inflexible frialdad de Margaret Thatcher, esa severa institutriz inglesa que puso fin de una vez y para siempre a las aventuras de los militares. Años después vimos cómo los políticos argentinos, también acostumbrados a hacer lo que les da la gana con el país, a violar los contratos y pasar por encima del derecho de propiedad, creyeron igualmente en que podían hacer jugar su viveza con los contratos y los derechos del resto del mundo. Pero los vivos de Eduardo Duhalde, los Kirchner y Roberto Lavagna, se encontraron con la rigurosa ecuanimidad e independencia del dignísimo juez Thomas Griesa, que a diferencia de Thatcher, exhibió una paciencia infinita y brindó más de una oportunidad a la Argentina para que pusiera sus cuentas en orden. Los políticos de turno no quisieron ser menos que Galtieri y proclamaron que sólo si querían iban a cumplir los dictámenes de la justicia estadounidense, a la que se habían sometido voluntariamente. La respuesta a esa bravata la dio hoy la Corte Suprema de los Estados Unidos.

El mundo nos va educando a cachetazos, y tal vez algún día aprendamos la lección. Nada tiene que ver en esto la legitimidad del reclamo sobre Malvinas o la ilegitimidad de la deuda reclamada. Hay lugares específicos para discutir esas cosas, pero en esos lugares no vale la viveza sino la inteligencia y el trabajo, y probablemente por eso los despreciamos. La lección de Thatcher surtió efecto porque inmediatamente después, localmente, la ciudadanía respaldó al gobierno que llevó a juicio a las juntas. La lección de Griesa sólo surtirá efecto si los argentinos eligen y respaldan gobiernos republicanos resueltos a cumplir y hacer cumplir la ley, pagar las deudas, respetar los contratos, y enviar a los corruptos a la justicia. Que esto vaya a ocurrir es todavía, a esta altura, un interrogante abierto: incluso relevantes legisladores pertenecientes a partidos opuestos al actual gobierno –y me refiero especialmente a Federico Sturzenegger y a Martín Lousteau, aunque ahora traten de disfrazarse de observadores– participaron la semana pasada de una insólita excursión a Washington con la idea de influir (más bien de presionar, de hacer sentir el número) sobre la decision de la Corte Suprema. Esta peregrina iniciativa es de la clase que sólo se le puede ocurrir a una Argentina que no entiende nada de nada, que sigue confiando en su viveza, y a la que le esperan más, más dolorosos cachetazos.

–Santiago González

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2 opiniones en “A cachetazos”

  1. Durante años, en varias ocasiones, el juez Griesa tuvo a raya a los buitres con sus demandas.
    Creo que no me equivoco; basta con repasar los diarios.
    Pero el asunto con la Fragata Libertad, en Ghana, hace dos años, bastó para que Cristina Fernández “pisara el palito” y sobreactuara sobreestimándose Ella y subestimando a todo el mundo, a Griesa entre otros; particularmente a Griesa. Le tiraron desde acá una tonelada de groserías.
    Pero Griesa es un hombre, y un juez, que se respeta mucho a sí mismo; y es muy respetado en su territorio; de ahí la actuación de la Corte Suprema…
    Resultado: o Ella, o él, Griesa; y él (así, con minúscula, como corresponde) eligió continuar respetándose… ¡Más ahora que está por jubilarse! Y aquí estamos nosotros, los vivos…

    1. Es exactamente como usted dice. Hoy recordaba una tapa de Página 12 que alineaba la encorvada figura de este hombre de 84 años con figuras de buitres, un insulto inmerecido.

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