La X de la violación en el Colegio

Lo ocurrido en el Nacional Buenos Aires pone una vez más en evidencia todo lo que está mal en las instituciones y en la sociedad

Imaginemos una X, bien grande. En la parte de arriba se van acumulando: la decisión del gobierno de la CABA de anunciar una reforma del ciclo secundario, todavía a medio cocinar y en medio de una campaña electoral; luego vienen los centros de estudiantes de los colegios secundarios de la ciudad, todos en manos de izquierdistas y representativos de menos del 10% del estudiantado, que ven la oportunidad de dañar al oficialismo y toman los colegios como protesta; sigue entonces la inacción de las autoridades, que no saben, precisamente, cómo ejercer su autoridad y terminar con la protesta, y dejan hacer esperando que el tiempo todo lo resuelva; siguen los padres de los niñitos tomadores, que convalidan las acciones de sus hijos, y les llevan sándwiches y colchones, y los dejan sin cuidados en edificios grandes, llenos de recovecos y sin seguridad; y sigue una jueza que dictamina que todo lo que ocurre es perfectamente legal. Algunos padres no están de acuerdo con este estado de cosas, pero no saben cómo expresar su disconformidad o tienen miedo: cuando levantan la voz, los activistas los sacan volando. Algunos medios denuncian las tomas como situaciones irregulares, pero al mismo tiempo entrevistan a los tomadores y consultan sus opiniones sobre la reforma educativa como si estuvieran respaldadas por algún tipo de conocimiento, experiencia o autoridad. Como nos vamos acercando al vértice de la parte superior de la X, conviene enfocar la mirada en uno de esos colegios, el Nacional de Buenos Aires, al que la reforma no afectaría, pero cuyo centro de estudiantes, manejado por la misma clase de minoría activa y escasamente representativa, resolvió asociarse a las tomas; cuyo rector pasa a comportarse a partir de entonces como una especie de movilero que informa a los padres por las redes sociales de algunas de las cosas que ocurren adentro, por ejemplo que “la asamblea estudiantil decidió por tantas decenas contra tantas otras (en un colegio con más de 2000 alumnos) continuar la toma”, y aparecen acá también los padres militantes que festejan y articulan las acciones de sus hijos y reviven sus años juveniles. Imaginemos ahora que en este gran embudo superior de la X todos los ingredientes empiezan a girar aceleradamente, como en el vaso de una licuadora, hasta convertirse en una mezcla exposiva, a la que sólo falta una chispa para que estalle.

Lo que más tememos, siempre sucede. Imaginemos ahora que estamos en el centro de la X, allí donde las líneas se cruzan, allí donde en un pasillo penumbroso del Nacional de Buenos Aires, en medio de la toma, donde todo ha quedado librado al azar y de donde todos los responsables (docentes, padres, gobierno) se han retirado, un adolescente viola a una compañera.

Pasamos ahora a la parte inferior de la X, una pirámide en cuyo vértice encontramos naturalmente a la niña violada, arrojada de la peor manera desde la franja de las construcciones ideológicas, la corrección política, la confusión, la pusilanimdad, la inoperancia y el miedo, contra el suelo duro y frío de la realidad, donde no se las tuvo que ver con un estereotipo de género, sino con un macho joven, en celo, como los que se encuentran en cualquier especie, con las hormonas alborotadas por la primavera y por la adrenalina de la revuelta y el descontrol. “Fue una situación de mierda y una experiencia horrible que no es que pude olvidar y seguir adelante. Es algo que te deja hecha mierda y rompe un montón de cosas dentro tuyo”, confiesa la niña. “Recién hace unos días, después de dos semanas, fue la primera vez que me pude mirar al espejo y sostenerme la mirada sin llorar desconsoladamente. Me culpé incontables veces, tuve que aprender cómo quererme de nuevo. Igualmente, como todo proceso, las etapas pasan y esa tristeza se transforma en bronca y lucha”. La chiquilina participante de la toma se vuelve repentinamente adulta, denuncia, llama al orden y reclama autoridad: “Yo sólo les cuento mi experiencia para que puntualmente sepan que esta persona es un abusador y eso no se pone en discusión. (…) Esto no fue un caso aislado. Es parte de una realidad que vivimos todos los días. Dentro del colegio no es el primer caso, y seguramente no será el último, y no podemos seguir haciéndonos los boludos. (…) Entiendo lo difícil que es aceptarlo, identificarlo, y más aún, denunciarlo, pero es muy importante que lo hagas. (…) Todos tenemos al menos el derecho de saber quiénes nos rodean.” En realidad, la niña es la única que parece haber cambiado después de los episodios que la tuvieron como protagonista. Sus padres, que le habían permitido participar de la toma y que se enteraron de la violación antes de que se hiciera pública, no la denunciaron en su momento, al parecer para no “desligitimar la protesta”. El rector movilero se limitó a emitir su informe en estos extraños términos: “Un/a alumno/a del Colegio ha denunciado haber sufrido un abuso sexual por parte de un/a compañero/a, durante una de las primeras noches de la última toma.” Su transmisión desde el costado del campo de juego concluye así, sin rubor alguno: “Este hecho pone de manifiesto claramente la situación de vulnerabilidad a la que quedan expuestos nuestros alumnos.” Más tarde declaró que a su juicio había dos estigmatizaciones en paralelo, y le ofreció una vía de escape a la progresía: “Aquí todavía no hay victimario ni víctima hasta tanto no se pruebe nada. Para mí son dos estudiantes con problemas diferentes”. Para añadir bochorno a la situación, el ministro de educación expresó de inmediato su desacuerdo con la posición del rector movilero, y le pidió que se pusiera a la altura de las circunstancias. Al caer la tarde del viernes, el rectorado anunció que el alumno acusado sería separado del colegio.

El centro de estudiantes fue el primero en enterarse de lo ocurrido pero, según propia confesión, optó por guardar silencio “para respetar los tiempos de la víctima” y aconsejó al violador no volver a la toma “para no incomodar” a la joven. Cuando todo llegó para su disgusto al conocimiento público, el centro se replegó al cómodo y seguro territorio de la retórica y culpó a “el sistema, el estado y el colegio.” Los medios le bajaron el tono al episodio, prefirieron hablar de abuso y no de violación, e incluso uno se planteó si hubo “acceso carnal” o no, como si eso modificara las cosas. Los padres cómplices de los indisciplinados no ocultaron su desagrado por la revelación del episodio, y se la agarraron con el rector/a movilero/a “que hizo público esto a más de 2.000 familias con un efecto de caos y espectacularización -según dijo una de esas señoras a La Nación, con lenguaje de caricatura progre-. “Se generó un estado de shock y pánico, sin poder entender qué es lo que sucedió y poder actuar en consecuencia. La carta moviliza de la peor manera, hace pensar lo terrible que es lo que sucedió, pero sin ubicar la situación en toda su complejidad. Sí dice que están actuando. La chica (sic) no menciona dónde ocurrió el hecho y el rector dice que fue en la toma, de un modo bastante demonizante y te diría que hasta criminalizante.” La revelación del episodio disgustó en verdad a toda la izquierda: las organizaciones feministas, las columnistas que habitualmente agitan el tema de la llamada violencia de género, no dijeron ni mu.

Una recorrida por la X que acabamos de dibujar, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba muestra todo lo que está mal en nuestra sociedad y en nuestra organización social. Nuestras instituciones no funcionan, pero tampoco funciona nuestra conciencia social, dinamitada por décadas de lavado de cerebro progresista que se inician con el regreso de la democracia. No debemos pasar por alto el hecho de que este episodio lamentable ha ocurrido en el marco de un gobierno que llegó con la promesa de un cambio. Pero sin cambio cultural no hay cambio, digan lo que digan los indicadores económicos. El gobierno no sólo no lo promueve sino que convalida (como en el caso Maldonado) la lógica progresista en la interpretación de los asuntos públicos. Y los medios lo acompañan.

–Santiago González

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3 opiniones en “La X de la violación en el Colegio”

  1. Los petarditos del Colegio Nacional de Buenos Aires, siempre predispuestos a la indignación colectiva contra toda forma de opresión, real o imaginaria, han vuelto a mostrar la hilacha adoptado una repentina actitud corporativa en defensa de uno de los suyos. El rector, en cambio, ha mantenido una coherente actitud inoperante, ensayada hasta el cansancio cada vez que evitó ejercer la autoridad inherente a su cargo, por miedo a perder popularidad. Prefirió acumular retwits con la promesa de bailar “Despacito” en el patio del colegio.

  2. El nivel de descontrol que quedó al descubierto no es nuevo y ocurre desde hace décadas en el CNBA en sus famosos campamentos y vueltas olímpicas…eso es sabido y por años se ha hecho la vista gorda…no jodamos…

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