Una nación quebrada

El ARA San Juan deja a la vista una Argentina con las fuerzas armadas exangües y la conciencia nacional hecha trizas

Nuestra conciencia nacional está rota, está quebrada. Esto es lo que está intrínsecamente mal entre nosotros, ésta es la misteriosa razón por la que las cosas aquí nunca funcionan como deben, esto es lo que el ARA San Juan ha puesto dramáticamente a la vista. Esa unidad de destino que debería envolvernos, esa ligazón afectiva, esa solidaridad espontánea, esa lealtad última, ese compromiso racional que enlaza a los pueblos conscientes de ser parte de una Nación, parecen haberse eclipsado. No se advierte en nuestro comportamiento colectivo una affectio societatis, esa colaboración voluntaria, activa y también interesada que describe el Código Civil francés, ni se acierta a descubrir cuál es ahora nuestro “proyecto sugestivo de vida en común” con el que Ortega definía el concepto de Nación.

Decir que nuestra conciencia nacional está quebrada implica que alguna vez existió. Y efectivamente existió: como proyecto en el Preámbulo de la Constitución de 1853, como experiencia vivida y exitosa en la Argentina que va de 1880 al Centenario, y más allá. Esa conciencia cobró nueva vitalidad a partir de 1945, y comenzó a desintegrarse sin remedio tras la revolución de 1955, agredida por el antiperonismo cerril hasta la década de 1970, por la izquierda guerrillera hasta la década de 1980, y por el progresismo y la socialdemocracia globalista desde entonces y hasta el presente.

Si se repasan esas fechas, se advertirá que la desintegración de la conciencia nacional corre pareja con el ataque contra las fuerzas armadas de la Nación: el golpe de 1955, y todos los que le siguieron posteriormente, apuntaron a desmontar esa incómoda asociación entre las fuerzas y un movimiento nacional, que los peronistas inauguraron y gustan describir como “pueblo y ejército”; los guerrilleros de los setenta decidieron combatir a las fuerzas armadas para derrotarlas y ponerse ellos en su lugar, y la socialdemocracia y el progresismo optaron por la silenciosa pero efectiva política de mantenerlas sitiadas por hambre y amordazadas mientras persiguen su aniquilación en el plano cultural.

El actual gobierno no ha modificado hasta ahora esa política de Estado, puesta en marcha por el alfonsinismo en 1983, ni tampoco los criterios distorsionados que han informado desde entonces las políticas de derechos humanos y que sirven de base al progresismo izquierdista para atacar permanentemente a las fuerzas, y alejarlas por todos los medios posibles del aprecio público. Como el kirchnerismo destruyó la credibilidad de los derechos humanos, aparece ahora la alternativa de un pacifismo de escritorio que sólo puede alentar en una Nación quebrada: “Ojalá lo sucedido [con el ARA San Juan] nos ayude a reflexionar sobre el anacronismo insensato de los ejércitos y las guerras. Jugamos con fuego. Un plan progresivo, racional y global de desarme es vital para la supervivencia de la humanidad”, escribió el diputado oficialista Fernando Iglesias.

Pero fuerzas armadas y conciencia nacional son dos caras de la misma moneda, ir contra una es ir contra la otra, y no hay nación en el mundo con la dimensión de la nuestra capaz de sobrevivir sin esos escudos, militar y cultural. La existencia misma de unas fuerzas armadas vigorosas y una conciencia nacional firme definen la Nación entera, por oposición a la Nación quebrada. En una Nación entera la identificación, solidaridad y aprecio de los ciudadanos por sus hombres de armas es inquebrantable, porque son los que empeñan sus vidas para posibilitar las de los demás: cuerpos militares como garantía de la existencia de la Nación y fuerzas de seguridad como garantía del imperio de sus leyes. A la hora de la asignación de recursos, una Nación entera los coloca en los primeros lugares porque entiende la importancia de tenerlos bien armados, bien pertrechados y bien cuidados, ellos y sus sufridas familias.

En una Nación quebrada, la sociedad es indiferente respecto de sus hombres de armas, en verdad tan indiferente ahora respecto de la suerte de los 44 marinos del ARA San Juan como lo fue respecto de los 43 gendarmes muertos en un accidente en Salta en diciembre de 2015, y como lo es habitualmente respecto de los agentes de seguridad abatidos a diario en la lucha contra el delito. Para el común de la gente, los hombres de armas son tan importantes como los ascensoristas o los porteros, o menos. El 1% del presupuesto nacional destinado a defensa da la medida de nuestro aprecio. No confundamos ahora simple curiosidad con reconocimiento social: el extravío de un submarino, los detalles técnicos, el costado aventurero, y el rescate “de película” (así lo describió un diario), con la participación de elencos internacionales, despiertan un interés más glamoroso que el ómnibus desbarrancado en el norte porque le reventó un neumático gastado, o que las calles rotas y salpicadas de sangre del conurbano.

Decía Lugones hace 90 años: “Cumplo el deber patriótico de advertir el peligro a los capaces, distraídos, quizá, en una seguridad engañosa. Las llaves de la paz son de oro y hierro y no están en los parlamentos ni en las urnas de sufragar.” Y agregaba: “La fórmula de la seguridad para toda nación es más que nunca en el momento actual: oro y armas. Los indefensos están destinados a sucumbir por conquista, sobre todo si son ricos, es decir más apetecibles a la vez.” Y también: “Un país militarmente débil y económicamente opulento como el nuestro, es una presa. La propaganda comunista procura asegurársela; y cualquier potencia necesitada la codiciaría con inquietante preferencia.” Si hubiéramos sabido escucharlo, los depredadores locales y extranjeros no habrían saqueado este país hasta dejar en la pobreza a la mitad de los pocos que somos.

La conciencia nacional, cuando está unida a la fuerza armada, es, como decía Lugones, la única garantía de seguridad nacional. Ahora, nuestra conciencia nacional está quebrada, y nuestra fuerza armada debilitada hasta lo insostenible. Como caras de la misma moneda, las dos se necesitan para restablecerse y sanar. Los 44 marinos del ARA San Juan nos están pidiendo urgentemente que no las dejemos extinguirse, que volvamos a reunirlas, que les demos renovado vigor; nos están reclamando construir con ellas un puerto de amarre que le brinde destino y amparo a su viaje sin rumbo. Sería nuestro mejor homenaje para estos hombres bravos, y para todos los que consagraron sus vidas para hacer de la Argentina no sólo un lugar (geografía) ni una cultura (identidad) sino una nación (proyecto), que los incluya y supere.

–Santiago González

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4 opiniones en “Una nación quebrada”

  1. Quiero felicitar al Sr. Santiago González por su nota “una nación quebrada”. Lo que expresa en ella es lo que sentí durante mis casi 36 años de servicio como submarinista en la Armada.

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