Una gragea de sentido común

El Congreso exhibió una dosis de sentido común al restringir el comercio minorista de medicamentos al ámbito de las farmacias, y prohibir su expendio en quioscos, almacenes y supermercados.

Por una vez los legisladores hicieron una cosa bien, y es de justicia decirlo. El Congreso restringió por ley el comercio minorista de medicamentos –incluso los denominados de “venta libre”– al ámbito de las farmacias, y prohibió expresamente y bajo severas penas su expendio en quioscos, almacenes y supermercados.

La venta de medicamentos había sido liberada en 1991 en el marco de un decreto firmado por Carlos Menem y Domingo Cavallo que disponía una desregulación general del comercio interior de bienes y servicios, y también del comercio exterior. Pero esa visión puramente económica pasó por alto los efectos no deseables de la medida en lo referente a la salud. El tratamiento de las especialidades medicinales como si fueran una mercancía cualquiera induce a la habitualidad, al consumo irreflexivo; el sólo hecho de que se las pueda conseguir en el quiosco, o que estén al alcance de la mano en los estantes del supermercado, hace presumir su inocuidad, conduce a “perderles el respeto”. Por esta razón, resulta especialmente destacable que la norma aprobada establezca taxativamente que los medicamentos no puedan ser exhibidos en góndolas, y que todos –los de “venta libre” incluídos– deban ser expendidos en el mostrador por personal idóneo. La presidente de la comisión de salud del Senado, Haydée Giri (FpV, Córdoba), estimó que en el país ocurren anualmente unas 100.000 internaciones por uso indebido de medicamentos, aunque aclaró que no todas son atribuíbles al sistema derogado. Su par en la cámara baja, Juan Sylvestre Begnis (FpV, Santa Fe), observó que “la venta en los quioscos impide controlar las fechas de vencimiento y facilita la circulación de productos robados”. La ley, de paso, restituye dignidad y función social a la profesión de farmacéutico, un especialista formado para desempeñarse como auxiliar de la salud que había quedado reducido a la condición de simple comerciante. Así como los quioscos se convirtieron en farmacias al paso, las farmacias se fueron transformando progresivamente en “polirubros”, donde es posible conseguir desde paraguas y pegamento a golosinas y muñecos de peluche.

El Congreso podría dar un paso más en esta dirección y examinar la cuestión de la publicidad de los medicamentos. Algunas cadenas de farmacias publican catálogos similares a los de los supermercados, con abundantes avisos que promueven el consumo de las drogas habituales de venta libre, como antiácidos o analgésicos, pero también de otros compuestos como suplementos vitamínicos o fórmulas para adelgazar que hacen aconsejable la supervisión médica.

–SG

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