Un futuro sombrío en Haití

Cualquier intento de resolver el problema de Haití debe incluir una autoridad internacional, y el concurso de la élite local y los Estados Unidos para edificar un estado y una instituciones sólidas. Por ahora no parece posible.


El país que hoy conocemos como Haití nació en pleno auge del colonialismo gracias a la explotación de mano de obra esclava. Más de dos siglos después de haber declarado su independencia (el segundo país independiente de América, el primero de raza negra en el mundo) no ha podido aún superar ese estigma de nacimiento.

En su vida independiente, Haití ha tenido más de veinte Constituciones, un emperador, dos reyes, varios dictadores, y uno que otro presidente. Entre esos líderes hubo militares, profesionales, también un sacerdote salesiano. El resultado de su gestión fue siempre el mismo: autoritarismo, corrupción, saqueo de las arcas públicas, ineficiencia, pobreza generalizada.

Azotado por la miseria, los huracanes y ahora un terremoto que devastó buena parte de su magra infraestructura, Haití ya no da más. Han surgido varias propuestas de asistencia, incluída una suerte de protectorado internacional. Cualquier proyecto viable debe incluir a los Estados Unidos y a la élite local, a pesar de que, o porque, son parte del problema.

La sociedad haitiana se reparte hoy entre una elite de blancos, que representa el uno por ciento de la población, posee todos los resortes clave de la economía (alimentos, comunicaciones, transporte, importación y exportación, industria, minería, puertos, bancos) y retiene el 50 por ciento del PBI del país. Esta élite no ha demostrado compromiso nacional alguno.

Le sigue una “burguesía” de mulatos y algunos negros, que representa un cuatro por ciento de la población, e incluye pequeños propietarios rurales, profesionales, administradores e integrantes de la burocracia estatal. Este sector social, directa o indirectamente es parásito del anterior, y su mayor orgullo es diferenciarse del estrato inferior.

El estrato inferior lo constituyen justamente esas masas negras pauperizadas que aparecen en todo reportaje sobre Haití: viven en chozas precarias, lavan su ropa en charcos, comen galletas de barro con sal, y padecen toda clase de enfermedades. Son el 95 por ciento de la población, cantera inagotable de mano de obra esclava, condición de la economía haitiana.

El estado haitiano como tal prácticamente no existe. Cualquier gobierno formal carece de poder frente a la élite económica, es su prisionero. De hecho, la única institucionalidad real imperante en Haití es la que proveen las corporaciones pertenecientes a las familias poderosas, y por eso ningún intento de reconstrucción del país puede ignorarlas.

La élite blanca está integrada en su mayoría por comerciantes procedentes del medio oriente, los Estados Unidos y varios países europeos. Estas familias son tan pocas que su enumeración no llena un párrafo: Acrra, Aped, Baker, Berhmaus, Bigio, Boulos, Brandt, Halloum, Hamdar, Kouri, Loukas, Madsen, Mevs, Saba, Shemali, entre las más notorias.

Conscientes de la precariedad de las instituciones haitianas, estas familias conservan un segundo domicilio en el exterior, cuentas bancarias en el exterior, y servicios de salud especializados en el exterior. Sus hijos van a la universidad en el exterior. Algunos de sus miembros se las arreglan para poseer doble nacionalidad.

Según una antigua costumbre de la elite local, y en busca de protección adicional, los patriarcas de estas familias se integran honorariamente al servicio diplomático de terceros países. Así Gilberto Bigio oficia como cónsul de Israel, y Fritz Mevs cumple idénticas funciones para el estado finlandés.

El principal socio comercial de Haití son hoy los Estados Unidos, que proveen un 35 por ciento de todas las importaciones del país, y absorben casi el 70 por ciento de sus exportaciones. En el 2008 Haití exportó en total unos 500 millones de dólares, sus importaciones en cambio saltaron de 1.500 millones en el 2005 a 2.100 millones en el 2008.

Desde mediados del siglo XIX los Estados Unidos trataron de ganar influencia en el país, hasta que lograron instalar bancos, compañías bananeras, ingenios azucareros, explotaciones mineras, etc. Hoy Haití es más bien un gigantesco sweat-shop: las textiles locales producen para las marcas más populares. El rubro textil encabeza las exportaciones haitianas.

“Muchas empresas norteamericanas les dan esos trabajos a los haitianos porque la mano de obra es barata”, contó al diario Página/12 Roxana Sabalette, una argentina que trabajó en una de esas textiles. “Cobran por docena de prendas y si la calidad de una prenda de la docena no es buena, se para la docena y no se paga”.

En la década de 1990, el presidente Jean-Baptiste Aristide trató de elevar el salario mínimo al equivalente de unos 2,75 dólares diarios, y fue duramente resistido por la elite, que se organizó en el Grupo 184. Aristide, dos veces electo y dos veces derrocado, alimentó peligrosamente con sus arengas el encono de los pobres contra la élite.

Pero las familias poderosas haitianas poseen vínculos muy aceitados con la diplomacia estadounidense y con algunos grupos privados, tales como el Instituto Republicano Internacional (IRI), una entidad orientada a corregir el rumbo de la historia en América latina y otros lugares del mundo, que ayudó a montar los golpes de estado contra Aristide.

Precisamente el encargado de los asuntos haitianos en el IRI era Stanley Lucas, integrante de una de las familias haitianas (Loukas), acusada por Amnesty International de haber participado en una matanza de campesinos en 1987. Mientras el IRI presionaba sobre Washington para que tomara partido por la élite, ésta conseguía deshacerse de Aristide.

Bill Clinton no quiso mantener tropas en el país, y pidió el auxilio de la ONU, que puso el mantenimiento del orden en manos de Brasil. Pero grupos armados por la élite y, según denuncias, conducidos por algunos de sus miembros se dedicaron luego a asesinar seguidores de Aristide en Cité Soleil, la gigantesca villa miseria vecina a la capital.

El semanario The Economist propuso la instalación en Haití de una autoridad internacional, bajo los auspicios de las Naciones Unidas o de un grupo de naciones (los Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Brasil), formalmente conducida por una figura respetada como Clinton, a quien se le sumaría Lula da Silva luego de terminar su mandato.

Según la propuesta, esa autoridad debería poner en marcha un plan de desarrollo, que ya fue presentado por el gobierno haitiano a los países donantes de ayuda, y que propone que la asistencia se dirija a la infraestructura, los servicios básicos, y medidas contra la erosión de los suelos, que hagan al terreno más productivo y menos vulnerable a los huracanes.

Pero el problema haitiano no es un problema de infraestructura, es un problema de debilidad institucional, de lisa y llana ausencia del Estado. Más que una asistencia de fomento y desarrollo, lo que Haití necesita es una intervención orientada hacia la construcción del Estado, como explicó el experto argentino Gastón Aín.

“Su objetivo principal es el reemplazo o creación de la autoridad política así como el establecimiento de una autoridad que posea el monopolio de la fuerza, garantice el estado de derecho y provea seguridad a personas y bienes”, dijo Aín, que fue asesor de la OEA en Haití, en un artículo publicado en La Nación.

“Un Estado relativamente organizado, con presencia en todo el territorio y con monopolio sobre la violencia, control de fronteras, un ejército subordinado a los mandos civiles, capacidad de cobrar impuestos a grandes exportadores e importadores y una justicia independiente en condiciones de terminar con la impunidad, no ha sido funcional a los intereses de la elite económica”.

Tampoco ha sido funcional a los intereses de la “burguesía”, experta en corrupción. La periodista argentina Teresa Bo dice recibir reiterados pedidos de que la ayuda que se envíe a Haití no llegue a través de las instituciones locales, porque se la roban. Cuentan el caso de Gonaives, una ciudad costera azotada en el 2008 por un huracán. Un año después de recibida la ayuda, la gente sigue durmiendo en carpas, el barro cubriendo las calles.

Quienquiera que sea que tome las riendas en Haití, y alquien tiene que hacerlo, porque la situación de su población es escandalosa, deberá trabajar con la elite local para persuadirla de que su posición privilegiada en el país también entraña responsabilidades y exige compromisos. Y si no logra persuadirla, deberá ordenárselo.

Allí se requiere la intervención sabia y mesurada del otro jugador importante en el área: los Estados Unidos, que a esta altura de la historia ya deberían haber aprendido que políticas como las que promueve el IRI pueden ser buenas para los negocios este año, aunque a la larga traen malos resultados.

Hasta ahora, el gobierno de Barack Obama ha hecho lo correcto: enviar la cantidad de tropas necesarias para asegurar el movimiento en el único aeropuerto, proteger el palacio de gobierno, que derruido y todo sigue siendo simbólicamente el asiento del poder, y evitar de paso cualquier travesura alentada desde Caracas o La Habana.

Pero, ¿quién custodia a este custodio, quién ayuda a los Estados Unidos a poner en caja a la élite haitiana y a sus propios halcones? ¿Acaso la Unión Europea, sumida en una agria disputa interna porque Hillary Clinton llegó primero a Haití para la foto?

¿Acaso el Mercosur, donde Argentina y Brasil dilapidaron su liderazgo regional en torpes chisporroteos como los exhibidos en Colombia, Honduras, la cumbre de Mar del Plata?

El futuro de Haití aparece sombrío.

–Santiago González

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2 opiniones en “Un futuro sombrío en Haití”

  1. Sí, la verdad que reconstruir la infraestructura para que se aprovechada por los poderosos blanquitos es un insulto casi. Para mí hay sólo dos opciones… ayudar a la gente y reestablecer mínimamente algo de lo que era antes, o instalar un gobierno extranjero y limpiar y ordenar las cosas… obviamente que dicha tarea traerá algún beneficio económico a los que pongan el pie en el país… igual es un claro ejemplo de lo que es la humanidad.

    1. Usted plantea un buen punto. Hay muchas corporaciones estadounidenses especializadas en “reconstruir”, con gran experiencia acopiada en Irak, y que probablemente estén viendo el caso Haití con ojos codiciosos. Por eso es necesario el concurso de varios actores que se controlen entre sí. Gracias por su observación.

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