Trump y Hillary

Cuando la clase media se repliega florecen las radicalizaciones. Esto debería ser tenido en cuenta por los dirigentes que alientan políticas económicas cuyo efecto más o menos inmediato (el de largo plazo no importa) es el de acentuar las desigualdades. El escenario electoral estadounidense ofrece una prueba. Como dice Jorge Fontevecchia en su columna de este fin de semana, “Estados Unidos se alejó del centro”. Ese alejamiento se corresponde con el empobrecimiento de su clase media, la que desde la posguerra había hecho pujante su economía y se había erigido en modelo para el resto del mundo. Sucesivos gobiernos equivocaron el rumbo y cedieron a las presiones de las grandes corporaciones y del capital financiero con los resultados que están a la vista: destrucción de empleo, empobrecimiento y, lo más grave de todo, como siempre, pérdida de horizontes. Obama encarnó la esperanza de una reforma moderada, ordenada, decente. Ocho años después, el electorado comprobó con amarga frustración que “no podemos”, que el sistema es más poderoso que el ocasional ocupante de la Casa Blanca. A la frustración siguió la radicalización y, como observa Fontevecchia, los republicanos se movieron más hacia la derecha y los demócratas más hacia la izquierda. Pero, a diferencia de los republicanos, los demócratas le pusieron límite a su radicalización y, aunque por un pelo y algunas maniobras, es cierto, Hillary Clinton le arrebató la candidatura al socialista Bernie Sanders. En el GOP, en cambio, coronaron limpiamente a su expresión más extrema, y Ted Cruz quedó en el camino en favor de Donald Trump. Ahora la sociedad estadounidense, su vasta y vastamente golpeada clase media, se encuentra frente a un riguroso dilema. Trump promete ir contra el sistema que le ha arruinado la vida (“Sólo desde fuera del sistema se puede ir contra el sistema”, dijo su hija Ivanka), pero lo hace con un lenguaje y una gestualidad que seduce a algunos y espanta a muchos; Clinton promete apenas reformas en el sistema, algunas en áreas importantes para la clase media como la educación y la salud, pero lo hace con un lenguaje moderado y aceptable. Clinton cuenta con el apoyo de la gran prensa y del sistema. Trump tiene a la gran prensa y al sistema en contra. El resultado electoral dependerá en primer lugar del grado de desesperación de la clase media, que podría inmunizarla contra el relato de la gran prensa, y en segundo lugar, de la capacidad de los republicanos para dotar de contenido a su discurso y hacerlo más aceptable sin perder fuerza. Ronald Reagan, el último gran presidente republicano, fue también un gran comunicador; en la convención partidaria, Trump no comunicó nada, nada más que ira y no siempre bien dirigida. Me parece que ese discurso, que la gran prensa puede destrozar con relativa facilidad, no le va a alcanzar. –S.G.

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