La dignidad del Estado

El presidente es además jefe de Estado, y en esa condición debe sostener, defender y hacer respetar su dignidad

matigoA Mauricio Macri sólo le falta reunirse con Pergolini para completar la ronda del espanto.

Hace un tiempo, impulsado por ya no recuerdo qué indignación del momento, escribí que Marcelo Tinelli, Jorge Lanata y Mario Pergolini habían quemado la cabeza de las generaciones de argentinos posteriores al regreso de la democracia. La afirmación era excesiva en varios aspectos: en principio, la influencia de estos tres personajes es muy fuerte en la capital federal y disminuye con la distancia, de modo que hablar generalmente de “argentinos” era una exageración; en segundo lugar, mi frase les atribuía un poder que en realidad no tienen: con más calma diría ahora que los tres han sabido captar los peores rasgos de la degradada cultura porteña; a partir de ellos han sintonizado perfectamente con su público, y con su enorme capacidad de comunicadores han devuelto esos rasgos, amplificados y legitimados por los medios, al conjunto de la sociedad. Quemándole la cabeza, claro…

La vulgaridad chabacana de Tinelli, la transgresión infantil de Pergolini, el resentimiento social de Lanata probablemente hayan sido ingredientes del carácter urbano antes de la aparición de sus tres poderosos voceros, aunque ocultos o disimulados con vergüenza. Pero el estallido progresista producido tras la larga noche del proceso rompió todos los diques, y las innobles inclinaciones encarnadas en el trío pasaron a ser celebradas en la radio y la televisión, y aclamadas desde los diarios. Que las tres figuras son parte de lo mismo queda a la vista por el parecido que guardan entre sí: hay mucho de chabacano y transgresor en Lanata, mucho de transgresor y resentido en Tinelli, mucho de chabacano y resentido en Pergolini. Todos apelan a alguna forma de humor corrosivo para comunicar su mensaje: la burla contra el torpe o ingenuo en Tinelli, la irreverencia contra la autoridad en Pergolini, la ironía contra el poderoso en Lanata. En conjunto, los tres ponen en evidencia la ruptura del tejido social y los tres son festejados por una sociedad sin norte y con la columna vertebral quebrada.

El presidente Macri decidió en la última semana rendir pleitesía a este monstruo de tres caras, que es lo mismo que decir que se rindió a las peores inclinaciones de la sociedad que ha sido llamado a liderar. Se dejó tutear por Lanata, cuyo resentimiento afloró en la decisión de tratarlo “de igual a igual”, y se dejó tomar el pelo por Tinelli, que montó la “cachada” indigna cuya fotografía precede esta nota. Sólo le faltaría presentar sus respetos a Pergolini, aunque éste está algo retirado de la escena últimamente y es difícil que ese encuentro se produzca. De todos modos lo ocurrido alcanza para poner en evidencia que el presidente Macri no aspira a liderar la sociedad, una sociedad huérfana de liderazgo, sino a congraciarse con ella. A ese fin, sus asesores le han sugerido el peor camino: allanarse a las demandas de la vulgaridad y el progresismo, conducta que se advierte en varias áreas de un gobierno que, por lo visto, no pretende mucho más que ser un gobierno de transición. Como resumió brillantemente Dardo Gasparré: “Esperábamos un Alvear… Se quedó en Marcelo T.”

El sistema político adoptado por la Nación Argentina reúne en una misma figura la condición de jefe de gobierno y jefe de Estado, y cada vez hay más razones para pensar que ésa no fue una decisión inteligente de nuestros constitucionalistas. El jefe de gobierno ejerce el poder, el jefe de Estado posee la autoridad. Como jefe de gobierno, el presidente Macri puede elegir las políticas que más le gusten, y hacerse cargo después de su éxito o fracaso; puede inclinarse ante la vulgaridad, la transgresión o el resentimiento: ese es un orden de cosas casi personal. Pero como jefe de Estado, tiene una obligación más alta, comparable a la del rey en una monarquía constitucional: representa la dignidad de la Nación, la dignidad soberana de todos y cada uno de nosotros, y debe sostenerla, defenderla y hacerla respetar. No parece haberlo hecho en este caso.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 8; promedio: 4.8.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *