Tiempo nuevo

La sociedad argentina declara que no quiere volver atrás y dibuja el perfil de quienes han de acompañarla hacia el futuro

Argentina celebró su Gran Encuesta Nacional, universal y compulsiva, y los resultados están a la vista: el país ingresó (por fin, pensarán algunos) en un tiempo político nuevo, cualitativamente diferente, sin que esto implique en principio, un juicio de valor: no sabemos si será mejor o peor, pero podemos reconocer que es distinto, y lo más probable es que tenga sus ambigüedades, como pasa siempre. La buena noticia aquí es la retirada del tiempo viejo, más que nada porque se había vuelto estéril: un estilo político gestado por los grandes movimientos populares del siglo pasado, degenerado por los golpes cívico-militares, y renacido como un engendro deforme, asfixiante y voraz a principios de los ochenta.

Este tiempo nuevo aparece con mucha más ambición, empuje y decisión en el seno de la sociedad que entre sus dirigentes. Todavía predominan en la clase política, en la clase empresaria, en la clase mediática demasiadas rémoras del tiempo viejo, mañas acumuladas en décadas de mala praxis. Y no hablemos de otros sectores, como la clase sindical o la clase prebendaria, parásitos de un estado de cosas concebido precisamente para albergar parásitos. No es la dirigencia la que conduce este cambio en la Argentina, es la sociedad, el pueblo llano, el que lo reclama, el que señala el camino, y lo hace discriminando, entre la oferta política, a quienes percibe como agentes de lo nuevo para separarlos de los militantes de lo viejo.

En este sentido, la gran encuesta nacional mostró una sociedad mucho más independiente, madura e inteligente que lo que la mayoría de los comentaristas supone. La gente ya no vota partidos: peronismo y radicalismo han desaparecido, como tales, de la escena política (Massa y Randazzo tuvieron papeles deslucidos; CFK mostró que, como ha insistido este sitio, es poco más que un espectro agitado por los medios; nadie se ocupó de Sanz ni de Alfonsín, ausentes hasta de los paneles de comentaristas). La gente ya no vota con la billetera (en lo que esta expresión tiene de inmediatez irreflexiva): en sus casi dos años, el actual gobierno le dio pocas satisfacciones en ese sentido. La gente ya no responde al picaneo de la izquierda progresista o kirchnerista: aerosoles, piquetes, vandalismo, pancartas y cortes de ruta carecieron de todo impacto como lenguaje de una campaña basada en tremebundas denuncias de represión y hambre.

La gente, como dijimos, votó con enorme inteligencia y sutileza, sin ajustarse a patrón alguno, para hacer saber qué clase de dirigentes busca y está dispuesta a promover y respaldar, más allá de los beneficios, o perjuicios, inmediatos. En la capital federal votó a Elisa Carrió, en la que percibe integridad moral y compromiso con la república, a pesar de que el jefe de gobierno del distrito conduce una gestión difícilmente identificable con esos valores. En la provincia de Buenos Aires respaldó a un perfecto desconocido como Esteban Bullrich para expresar su reconocimiento a María Eugenia Vidal, en la que percibe coraje, cercanía y autenticidad. En Córdoba, a pesar de su satisfacción con la gestión del gobernador Juan Schiaretti, la ciudadanía votó a los candidatos de Cambiemos para expresar su adhesión al presidente Mauricio Macri, en quien ese gran centro productivo cree encontrar la clase de liderazgo que el país necesita para desarrollarse.

Macri, Vidal y Carrió fueron así los grandes emergentes de la consulta del domingo, y sus estilos, sus personalidades y sus compromisos van dibujando el perfil del dirigente que la sociedad considera más adecuado para acompañarla y conducirla en esta decisión, cada vez más firme, de alejarse de un pasado que sólo le ha traído frustraciones, atraso y empobrecimiento, para lanzarse a un futuro que todavía no sabe bien cómo será pero por el que parece dispuesta a hacer sacrificios y postergar expectativas. Si la dinámica de las cosas se mantiene, Cambiemos puede esperar en octubre un resultado todavía más favorable. Con todas sus promesas, este tiempo nuevo trae también sus exigencias: para el gobierno, interpretar la necesidad de cambio que la sociedad ha vuelto a manifestar y traducirla en políticas, muchas de ellas prometidas pero no cumplidas; para la sociedad, generar una alternativa política de recambio. Nunca fue una buena idea conferir todo el apoyo, todo el tiempo, a una misma parcialidad: sin alternancia, el sistema se anquilosa y se corrompe. Eso también lo hemos aprendido.

–Santiago González

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