
Cuando un piquete obstruye el tránsito, el afectado tamborilea los dedos impaciente sobre el aro del volante, calcula cómo la inesperada detención va a afectar sus tareas del día, y maldice la ausencia del estado. Hasta cierto punto tiene razón: cada piquete que corta una calle es una prueba flagrante de inoperancia estatal.
Para el frustrado automovilista esa ausencia del estado se hace evidente en la falta de una fuerza de orden público que desaloje a los manifestantes y libere la circulación. Pero el estado estuvo ausente mucho antes, al desatender o ignorar las causas que impulsan a una cantidad de personas a salir a la calle y bloquear el tránsito con su cuerpo.
Por su sola presencia, el piquete denuncia la ineficacia de alguno de los poderes del estado, una inoperancia crónica, que ha colmado la capacidad de espera y de tolerancia de la gente; una sordera insoportable, que empuja a los des-esperados a un paso extremo para hacerse oir. Un piquete es un testimonio inapelable de fracaso. Continuar leyendo “Piqueteros”