Sensatez y sentimientos

Gestos coincidentes de prudencia de parte del gobierno y de grupos descontentos aliviaron un clima de tensión social creciente, sobre el que han advertido las iglesias católica y evangélica.

La presidente pidió la suspensión de un acto masivo de apoyo al gobierno anunciado por sindicalistas y agitadores oficialistas, una decisión que contribuyó a distender el clima de una semana agitada por vaticinios de violencia emitidos desde la oposición y desde la Casa Rosada, con suspicaces miradas de reojo hacia Eduardo Duhalde.

El anuncio presidencial llegó minutos después del encuentro ecuménico entre el hombre fuerte de la CGT Hugo Moyano y el lenguaraz kirchnerista Luis D’Elía, promotores de la movilización programada en coincidencia con el Día de la Soberanía, y cayó como un balde de agua fría sobre los obsequiosos dirigentes. Hay quienes dicen que la decisión fue una prueba de sensatez de parte de la presidente, ejercitada incluso contra la voluntad de su marido, principal promotor de la idea de movilizar a sus barras bravas para demostrar quién manda en la calle. Si bien esta sería la primera vez en que la señora de Kirchner contradice de manera evidente los designios de su esposo, no puede afirmarse que indique en la mandataria una nueva actitud de independencia. Especialmente porque también están los que dicen que la suspensión del acto resultó de un estricto cálculo político, según el cual una movilización como la planeada iba a tener para el matrimonio presidencial más efectos negativos que positivos. Hay que decir también que el repliegue presidencial estuvo precedido por otra retirada prudente, la de Juan Carlos Alderete, cuya Corriente Clasista y Combativa desistió del anunciado intento de paralizar la ciudad. En el corazón de todas estas tensiones está el malhadado plan oficial de crear 100.000 puestos de trabajo artificiales en el conurbano, un plan manejado arbitrariamente por los punteros oficialistas, ante la impotencia y la ira de las organizaciones sociales que no han prometido vasallaje al gobierno. Quienes mantienen su lealtad al estratego de Lomas de Zamora aprovecharon para alimentar discretamente esos enojos. Los sentimientos de impotencia e ira, cuando se suman a la pobreza y la desocupación, producen un combustible de detonación rápida. El riesgo de un estallido de violencia social fue percibido por testigos privilegiados de lo que ocurre en los barrios, personas que recorren sin custodia las calles más desamparadas: los religiosos. El Consejo de Pastores Evangélicos de la capital y la asamblea del Episcopado católico coincidieron en un llamado a la concordia. Bajo el lema “La Argentina que Dios quiere”, el consejo evangélico propuso: “Sin enfrentamientos ni divisiones. Seamos instrumentos de reconciliación”. Y en un documento titulado “Somos hermanos, queremos ser Nación”, los obispos reclamaron “una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación”. A contrapelo de esas invocaciones, tres sacerdotes del culto pagano, Susana Giménez, Mirtha Legrand y Marcelo Tinelli, echaron más leña al fuego con declaraciones tan incendiarias como superficiales. Para los dirigentes cristianos, el problema se manifiesta en los avatares políticos, pero va más allá. “La sociedad contemporánea sufre una profunda crisis de valores y el deterioro de la vida humana en todos sus aspectos”, señalan los pastores, al tiempo que los obispos denuncian “la cultura relativista imperante y el individualismo que lleva al encierro y la indolencia frente al sufrimiento del hermano, y a un progresivo acostumbramiento y resignación ante la pobreza y exclusión”.

Creyentes o no, haríamos bien en reflexionar ahora sobre estas cosas, y sobre las responsabilidades que nos caben. Mañana puede ser tarde.

–SG

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