Semejante cosa

La semana pasada, el presidente Alberto Fernández dejó helado al auditorio reunido en el coloquio de IDEA. “Tenemos problemas -les dijo-, y hoy mismo enfrentamos un problema por la falta de divisas que heredamos, por una desconfianza que se crea porque se repiten cosas que no son ciertas, desde los que plantean que se viene una devaluación o que podemos quedarnos con los depósitos de la gente: jamás haría semejante cosa”. La declaración hizo correr frío por la espalda a quienes la escucharon en el momento, y a quienes se enteraron de ella posteriormente a través de los medios. En la Argentina, cuando el poder rechaza enfáticamente la intención de tocar los ahorros del público, el público entiende exactamente lo contrario. La memoria de la infame ley de intangibilidad de los depósitos, que precedió a mayor saqueo de fondos privados de la historia nacional, se volvió dolorosamente indeleble. La frase presidencial resultó todavía más ominosa porque en el momento en que fue pronunciada nadie pensaba ni en broma que alguien en el gobierno pudiese fantasear siquiera con “semejante cosa.”

Pero en la Argentina vertiginosa las semanas son como siglos y lo que un día parece inconcebible al día siguiente exhibe la obviedad de lo cotidiano. En la noche del miércoles, el periodista Willy Kohan dijo en su programa de televisión que tanto en el entorno del presidente como en el de la vicepresidente las miradas conspirativas dominaban las interpretaciones sobre la corrida contra el peso, que la autoridad financiera parece incapaz de contener. Para Kohan, estamos ante “un gobierno que no quiere reconocer el fracaso de su política económica y que responsabiliza de la crisis a los tenedores de dólares que se resisten a venderlos al precio oficial.” La resistencia, claro, no es caprichosa: la brecha entre la cotización libre y la oficial al escribir estos apuntes era del 134%. “Conviene preguntarse -dijo el periodista- qué podría ocurrir esta vez si por resistir una devaluación o por negarse a presentar un plan político y económico creíble el gobierno finalmente se queda sin reservas y tiene que cerrar los bancos para evitar una corrida que signifique el colapso final o el riesgo de una híper.” Hizo notar que frente a la constante caída de las reservas en el Banco Central, hay en poder del público una verdadera superabundancia de dólares debidamente registrados: “Están los depósitos declarados en cuentas de Argentina y el exterior, están los dólares ahorro que la clase media y la clase alta ha venido comprando a lo largo de los años, todo registrado en la AFIP, sin importar si esos dólares están depositados en cuentas, en los colchones o en cajas de seguridad. Y desde luego están los dólares registrados del campo, guardados en silobolsas o en acopios de cooperativas o cerealeras. Todo registrado.” Kohan, un columnista habitualmente sobrio y prudente en sus análisis, advirtió sin demasiados rodeos ni matices que, puesto ante el escenario descripto, el gobierno podría “obligar a que los argentinos tengan que pesificar a la fuerza sus tenencias en dólares registradas. Los argumentos sobran en la liturgia peronista y, sobre todo, cristinista.”

Pero que nadie en el gobierno piense en “semejante cosa”, como dijo el presidente, no quiere decir que no imagine cosas semejantes, ni tampoco que deje de hacerlas. Horas antes, el periodista Osvaldo Granados aseguraba por radio que las reservas líquidas del país habían llegado a cero y que el Banco Central ya había usado más de 500 millones de dólares de los encajes (esto es, esa parte de las colocaciones de los ahorristas en dólares que los bancos depositan en el Banco Central, y que sólo deben estar allí como garantía) para afrontar diversas obligaciones. Granados citó a los economistas Ricardo Arriazu y Marina dal Poggetto como fuentes de esa información, que implica en los hechos un toqueteo de los depósitos privados del tipo de los que escandalizan al presidente.

Quienes el miércoles nos fuimos a dormir rumiando sobre las informaciones de Granados y las razones de Kohan para decir lo que dijo, nos encontramos el jueves por la mañana con la columna de Carlos Pagni, que proporciona un contexto todavía más inquietante a las advertencias de sus colegas. Pagni habla de las ambiciones de Sergio Massa, ahora orientadas a convertirse en jefe de gabinete y “salvar” a un gobierno en crisis antes de que la crisis se lo devore. El tigrense espera que las urgencias de la realidad terminen por debilitar la resistencia de los Fernández a ceder poder justamente al socio político que desde un comienzo ha hecho todos los esfuerzos posibles para tomar distancia de ellos, pero que, por esa misma razón, sería el único en condiciones de devolverle al oficialismo algún grado de credibilidad. “La hoja de ruta del diputado y su entorno prevé una aceleración de la crisis”, agrega Pagni. “Dicho de otro modo: que el torbellino del mercado opere como una especie de ‘Jorge-Remes-Lenicov’, para después tomar el timón a lo Roberto Lavagna.” ¿Qué quiso decir el columnista? Los mercados turbulentos pueden causar muchos desbarajustes, pueden incluso precipitar fuertes devaluaciones, pero no hacen aparecer dólares, al menos de inmediato, que es lo que el gobierno necesita; los mercados turbulentos no confiscan depósitos, ni obligan a cambiar su denominación monetaria. Para eso se necesita una decisión política. Remes Lenicov como etiqueta de un fenómeno sólo puede significar esa clase de decisión. Por si alguno no lo recuerda, Remes Lenicov fue el ministro de economía de Eduardo Duhalde que impuso el “corralón” del 2002, liquidó la convertibilidad, permitió una devaluación mayúscula, confiscó los ahorros en dólares, y los convirtió a pesos a una tasa caprichosa. Tan caprichosa como el dólar “oficial” de Guzmán, Pesce y los Fernández. -S.G.

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