Ya hemos visto esos pesados arcos metálicos que el gobierno de la ciudad colocó sobre las avenidas porteñas. Las espantosas estructuras sostienen unas cámaras que leen y proyectan en una pantalla las patentes de los autos que pasan por debajo. Supuestamente sirven para detectar autos robados, o usados en delitos, idea que sería ridícula si fuera cierta. Pero no lo es: los delincuentes no son tan estúpidos. El propósito de esa costosa instalación (además del negocio que significó para sus proveedores) es recordarnos a todos los ciudadanos que estamos rigurosamente vigilados, que nuestros desplazamientos quedan registrados en los lectoras de patentes (si usamos nuestro auto) o en la tarjeta SUBE (si vamos en tren, subte o colectivo). Los lectores de patentes son así al mismo tiempo una herramienta más del Estado para el control de los ciudadanos, y un factor de intimidación. Los que endilgan al PRO la etiqueta de “liberal” o “neoliberal” deberían rever esa calificación: el partido orientado por Mauricio Macri ha demostrado una inclinación al control ciudadano, una vocación por el registro, numeración y rastreo de personas y cosas tan intensa como la de sus predecesores kirchneristas. En estos días nos enteramos, por ejemplo, de que la ministra de seguridad Patricia Bullrich ordenó espiar a un experto en informática que demostró la debilidad del sistema de voto electrónico propuesto por el gobierno, y de que su par en la provincia de Buenos Aires Cristian Ritondo propuso que los motociclistas lleven poco menos que tatuada la patente de su vehículo. El gobierno de Macri no desmontó ninguno de los sistemas de control ciudadano instalados por el kirchnerismo, que van desde el temible Proyecto X de la Gendarmería Nacional, hasta el casi ingenuo Registro Nacional de Antedecentes de Tránsito (ReNAT), pasando por otras cosas más complicadas como el Sistema de Identificación Nacional Tributario y Social (SINTyS) o el Sistema Federal de Identificación Biométrica para la Seguridad (SIBIOS), y sin olvidar la re-nombrada Agencia Federal de Investigaciones (AFI) ni la itinerante Dirección de Observaciones Judiciales (O-Jota). (Los interesados en estas cuestiones pueden consultar libros como SIDE, de Gerardo Young, o Espiados, de Claudio Savoia). Sumemos a todo esto las innumerables cámaras de seguridad, públicas y privadas, que registran a cada paso nuestros movimientos, o la cantidad de datos personales que contiene (o puede contener) el nuevo Documento Nacional de Identidad, y llegaremos prontamente a la conclusión de que la idea de tener una vida privada es simplemente ilusoria. Quienes manejan los tableros de control quieren que lo sepamos, y que seamos conscientes, primero, de que somos permanentemente espiados, como lo demuestra la cotidiana aparición en los medios de “escuchas” y “filtraciones” que ni siquiera los “poderosos” pueden eludir, y, segundo, que el manejo de la información obtenida mediante los recursos de control y espionaje es absolutamente discrecional, como lo demuestra su fracaso cuando se trata de descubrir un crimen o delito complejo. La idea, que subrayan los novedosos e inútiles lectores de patentes, es más bien empequeñecernos, atemorizarnos, lograr que se haga carne en cada uno de nosotros nuestra impotencia frente al Poder. Esclavizarnos.
–Santiago González