¿Relato o pedagogía?

Desde diversos lugares se le reclama al presidente Mauricio Macri que construya su propio relato, que debería comenzar por desmontar y poner en evidencia las supercherías del relato kirchnerista, felizmente difunto. Aunque comparto la intención de esas propuestas, la manera de presentarlas no me parece adecuada. En principio porque la idea misma de un relato político, más allá de lo que los Kirchner hayan hecho con ella, connota manipulación y engaño: lo relatado por oposición a lo real. Recordemos que para el pensamiento progresista no hay tal oposición, porque lo real no existe como tal y apenas contamos con relatos de lo real. Los que proponen a Macri instalar su propio relato parecen compartir la misma superstición sobre la irrealidad de lo real. Para devolverle cierta entidad a lo real, cierta prevalencia sobre cualquier relato, el presidente sí debería, como también se le reclama, presentar en toda su crudeza las miserias de la herencia recibida: un país reducido a escombros en su infraestructura, en su economía, en su cultura y en sus instituciones. Con abundancia de estadísticas y de pruebas documentales, lo más alejadas posible de los recursos literarios de las narrativas políticas.

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Los que todavía tenemos memoria de la última guerra y su posguerra, sabemos que los pueblos son capaces de enormes sacrificios cuando se les explica claramente, con realismo y sin relato, por qué son necesarios, cuáles son los esfuerzos que se les demandan, cómo van a ser aprovechados, y cuáles serán los progresos que pueden esperarse, realísticamente hablando. Pero además, los pueblos necesitan otra cosa (y para comprender esta necesidad no necesitamos remontarnos al pasado, basta con ver lo que ocurre hoy en cualquier parte del mundo occidental): los pueblos necesitan valores, necesitan sentido, necesitan trascendencia. A lo largo de nuestra historia, esos valores señeros fueron sucesivamente la independencia, la organización, el progreso, la inclusión: ellos animaron a nuestros antepasados, ellos justificaron sus luchas y sus sacrificios, ellos encendieron la esperanza. Desde hace más de medio siglo no hemos sido capaces de generar valores, de construir sentido. Pusimos todo el empeño, eso sí, en demoler todo rastro de los antiguos valores y sentidos. Esta es la clave de nuestra decadencia, aunque no estemos solos en ese camino descendente. Pero como no somos tontos, el mal de muchos no debería servirnos de consuelo: sería inaceptable para nosotros si algo de dignidad argentina aún nos queda.

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La asunción de un nuevo gobierno, de signo prácticamente inédito en la vida política de la Argentina moderna, y el vuelco en el comportamiento del electorado que representó su triunfo en los comicios indican que éste es el momento preciso para renovar valores y sentidos. Es algo que necesita el país, pero también es algo que necesita el gobierno para asegurarse los apoyos necesarios y el éxito de su gestión. Nadie está dispuesto a hacer sacrificios si no sabe para qué, y si no tiene algún grado de certeza de que esos sacrificios no van a ser malversados: los pueblos pueden perder muchas cosas, pero no la memoria. Y no es por vía del relato como se construye valor, sentido, certeza. Estas cosas se proponen, se ofrecen, se sugieren, se someten a debate, con la elocuencia necesaria para despertar la imaginación y encender la voluntad. Se trata, en definitiva, de un proyecto, de una idea lanzada hacia adelante, con la mira puesta en el futuro. En la trascendencia.

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La imposición de un relato sin anclaje en la realidad, casi siempre a contrapelo de la realidad, es la versión posmoderna del adoctrinamiento: otra forma de apoderarse de los corazones y las mentes de las personas para manipularlos al servicio de una camarilla todopoderosa, casi siempre anclada en algun momento del pasado histórico o mitológico que sirve para agregar valor y sentido donde no lo hay. No es relato lo que necesita el nuevo gobierno, sino debates iniciados a partir de sus propuestas sobre valores y sentidos, en los que la ciudadanía se eduque, se reeduque, sobre lo que significa vivir en libertad, sin tutoría del estado, bajo el imperio de la ley, con igualdad de oportunidades e igualdad ante la ley, con la mirada alejada de lo inmediato, proyectada hacia el horizonte. La mayoría de los emisores de mensajes en la Argentina, sean los medios, la academia o la política, lamentablemente son contrarios a esos valores. Son extremadamente reaccionarios en nombre de un mal entendido progresismo. El gobierno necesitará acompañar su gestión de mucha enseñanza, mucha educación, mucha pedagogía , si quiere que esa gestión sea acompañada. La pedagogía es justamente el arte de organizar la educación para la formación de ciudadanos con las características que una sociedad determinada considera deseables, es decir según sus valores y de acuerdo con lo que da sentido a esa sociedad, y la proyecta hacia el futuro. Valores, sentido, trascendencia: ahí está la clave.

–Santiago González

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