Papeloneros

Se atribuyen los traspiés iniciales del nuevo gobierno justamente al hecho de ser nuevo, de no estar familiarizado con los entresijos del poder, y también al hecho de que muchos de sus nombres más importantes provienen de la actividad privada y les faltan todavía largas horas de navegación en las procelosas aguas de la política. Sin embargo, una rápida revista a algunos de los papelones más resonantes de la flamante gestión revela que sus principales protagonistas fueron los políticos veteranos, y no los novatos, los recién llegados a los despachos oficiales.

Empecemos por Patricia Bullrich y Christian Ritondo, y su inesperada recreación de los Keystone Cops en la persecución de los tres presos fugados, rica en situaciones  evocativas de aquella saga cómica del cine mudo: anuncios apresurados y sin verificar, desinteligencias o rivalidades entre las fuerzas actuantes, enfrentamientos que nadie podía demostrar, y capturas que eran ciertas en un momento, falsas al siguiente, y ciertas otra vez, y así. Nadie puede alegar que a Bullrich o a Ritondo les falta experiencia en la función pública, ni que desconozcan las mañas de los agentes de seguridad, y sin embargo…

Aparece luego en esta cronología de despropósitos el gobernador jujeño Ernesto Morales, un veterano dirigente radical cuya trayectoria como negociador en el partido más quisquilloso de la Argentina lo proyectó más allá de su patria chica hasta convertirlo en un dirigente con reconocimiento nacional. Y sin embargo, como movido más por un impulso de revancha personal que por el ejercicio responsable del poder que le fue confiado, manejó de la peor manera posible la compleja, delicada cuestión de Milagro Sala. Actuando como cegado por el deseo de meterla presa, puso en un brete al gobierno nacional, que ahora afronta piquetes y protestas por todo el país. Para peor, y pese a que la prensa genera titulares escandalosos todos los días, a casi un mes y medio de su detención la justicia no ha logrado vertebrar todavía una causa en su contra, lo que alimenta las acusaciones de que la detención de Sala es puramente política.

Cierra este  repaso el director del INDEC Jorge Todesca, un hombre de filiación peronista a quien no le faltan antecedentes en la actividad política ni en la función pública. Sin embargo, toda esa experiencia no le sirvió de freno cuando en un arranque de irritación decidió echar de manera destemplada a Graciela Bevacqua, una profesional que se había convertido en emblema de un INDEC profesional y confiable, que fue arrojada a la calle por los Kirchner cuando decidieron destrozar las estadísticas nacionales, y reincorporada por el nuevo gobierno a poco de asumir. Todesca no logró conciliar sus comprensibles necesidades políticas con las también comprensibles exigencias de rigor planteadas por Bevacqua, algo incomprensible en una persona de su edad y de su experiencia en los quid pro quo de la política.

Parece haber en algunos integrantes del gobierno (y no en su presidente) algo así como una necesidad de hacer sentir su autoridad. Como si estuvieran acosados por el estigma de que sólo el peronismo puede gobernar. Como si ese sentimiento los condujera a excesos (verbales, conceptuales, ejecutivos) de los que después resulta difícil volver. ¿Qué sentido tiene incluir en un proyecto de seguridad la controvertida autorización para derribar aeronaves que no se identifiquen, cuando el país no tiene los medios ni para detectarlas ni para derribarlas? ¿Qué quedará de la frase “les daremos cinco minutos y si no se van, los sacamos” cuando cualquiera de los próximos piquetes o cortes de rutas se extienda más de cinco minutos, como probablemente habrá de ocurrir?

–Santiago González

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