El relato llega a su fin

La promoción del general César Milani le pone el punto final al relato kirchnerista, un discurso cuyo prólogo se escribió en el 2003 en el programa Día D de Jorge Lanata, y cuyo primer capítulo vio la luz pública en aquel inoportuno acto que Néstor Kirchner encabezó en los albores de su gobierno frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, una construcción retórica cuya finalidad era encubrir el propósito fundamental del saqueo con unos telones verbales alegóricos de los derechos humanos, la equidad distributiva, la soberanía económica, y otras nobles imágenes. Todas esas alegorías fueron desdibujándose una tras otra, erosionadas por su propia inconsistencia, la incompetencia, los efectos mismos del saqueo, y la mera intemperie. La promoción del general Milani escribe el último capítulo de un relato mendaz, y lo hace con cierta justicia poética: constituye exactamente el envés del capítulo fundacional de la ESMA, y muestra, con su mismo ejemplo, el dorso de todas y cada una de sus alegóricas imposturas. El círculo se cierra de manera tan perfecta que el epílogo del relato kirchnerista se escribe en el programa de Lanata, ahora llamado Periodismo para todos.

Si sólo tuviéramos que hacernos cargo de lo robado, el kirchnerismo nos habría salido barato. Lo más costoso, sin embargo, no es tan fácilmente cuantificable: para encubrir su robo, el kichnerismo arruinó el país, destrozó sus instituciones, desgarró el tejido social, corrompió a su dirigencia, provocó divisiones, acentuó las inequidades, amparó a la delincuencia más pesada, fomentó el clientelismo, desperdició los frutos del trabajo nacional, abandonó la infraestructura de transporte y energía, vació al estado de su pericia administrativa, dilapidó la década más favorable que haya conocido el país desde el siglo XIX, degradó la moneda, y dejó al país en el más alto grado de inseguridad personal y colectiva de su historia. Hizo escarnio, además, de la noción misma de república, de la división de poderes, de los organismos de control, del sistema de contrapesos que es garantía de una sociedad democrática. Y toda vez que pudo, intentó avanzar sobre la prensa. ¿Quién puede calcular cuánto le costará a los argentinos, durante cuántas generaciones, reparar ese daño?

El kirchnerismo no hizo estas cosas solo. Lo acompañó el Partido Justicialista, lo acompañó el progresismo en su conjunto, con la participación especial de artistas, intelectuales y periodistas, formadores de opinión que sostuvieron el relato a sabiendas de su falsedad; lo acompañó una dirigencia social cobarde y acomodaticia; lo acompañó una llamada oposición política sin coraje, ideas ni convicciones (con las excepciones que todos conocen), y lo acompañó esa gran porción de la sociedad que fingió creer en el relato a cambio de una bonanza imaginaria de billetes de cotillón, y tradujo ese acompañamiento en votos en media docena de oportunidades.

Cuando el relato llega a su fin se pierde esa energía encubridora que calafatea (¡qué palabra tan oportuna!) los rumbos tan pronto se abren en el casco. Cuando el relato llega a su fin se precipita la desbandada y nadie sabe ya lo que tiene que hacer. Cuando el relato llega a su fin lo que queda a la vista es el rostro horrible de la corruptela, de los negocios inconfesables, de las componendas, del saqueo desaprensivo. Cuando el relato llega a su fin se generaliza el miedo, y comienzan las maniobras defensivas. Todas las inciativas del kirchnerismo en los últimos tiempos apuntan a cubrirse la retirada: desde la democratización de la justicia hasta la reforma del código civil, desde las persecuciones contra jueces y fiscales independientes a los ataques contra la libertad de expresión. El gobierno se siente acosado y no acierta a reaccionar, las consecuencias de diez años de desgobierno y delito se le vienen encima en catarata, y presiente que la sociedad no va a tomar a bien el contraste entre el saqueo de los poderosos y sus propias penurias. Aunque Jorge Capitanich trate de revivir todas las mañanas la destreza encubridora de Alberto y Aníbal Fernández, cuando el relato llega a su fin eso importa menos que los fierros de Sergio Berni y Milani. Nos esperan dos años difíciles.

–Santiago González

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8 opiniones en “El relato llega a su fin”

  1. Una descripción impecable y pormenorizada de la situación inaugurada en 2003 y que ahora, por acumulación de imposturas, llega a su fin; aunque no sabemos cómo va a terminar, ni cómo vamos a salir se esto…
    Entre los “vivos”, que son pocos comparativamente, pero más de los que nuestra sociedad puede a esta hora soportar, y los ingenuos, que son , por cierto, numerosísimos, hacen un caldo de cultivo en el que la élite K se apoya y resiste. Pero no me parece bien tratarlo a Lanata como un mero oportunista, o algo por el estilo: fue, junto con otros, descalificado, basureado y ofendido en público; y les respondió con su inmensa capacidad para el periodismo de investigación, con golpes (histrionismo mediante; pero, al fin y al cabo algo de humor – sardónico, pero humor -, que es algo de los que los K carecen por completo) tan contundentes y certeros que lograron instalar en la sociedad informada – y en la no informada – el factor central para el análisis del proceso K: la corrupción, la impostura, la inautenticidad fundamental de Néstor, Cristina y su camarilla. Lanata volvió a ser – durante 2012/13- aquél muchacho que editara Página 12, que fue el diario que le contestaba al poder menemista, y que aportaba a la orientación de unos cuantos que veíamos con profundo desagrado como tantos se dejaban llevar de las narices… Por cierto que sus editoriales, Santiago, son consistentes en una dirección desde un principio – y hace ya unos cuantos años -, y yo se lo agradezco; pero vivimos en sociedades de gran escala, y para contragolpear a semejante impostura, hace falta, también, la gran escala… ¡Aunque esté financiada por Clarín, que, al fin de cuentas, no es, como grupo económico, social y cultural, peor que los K!
    Gracias, como siempre, por sus análisis.

    1. Creo que Lanata contribuyó más a la desinformación del público que a su información, incluso -y especialmente- desde los días de Página 12. Denunció la corrupción, es cierto, pero al mismo tiempo fomentó con su habilidad de comunicador el tipo de mentalidad que a la larga sería funcional al kirchnerismo. No es casual que los medios que fundó y muchos de los periodistas que se hicieron conocidos a su lado terminaran trabajando para los Kirchner. Salvadas las distancias, me hace acordar a Lavalle, un brillante militar a quien llamaban la espada sin cabeza.

      1. Sí, pero los K lo obligaron a elegir (“En la vida hay que elegir”, dice Cristina Fernández) el sistema político de división del poder y controles, o republicanismo. Me parece que nunca lo había tenido muy en claro. Y, en consecuencia, a juntarse con…, bueno, lo que hay disponible en nuestra pseudorepública, que es variado pero, en cualquier caso, no es tan nocivo como los K. Su equipo y el show de los domingos (le aclaro que yo preferiría que no fuesen necesarios programas como ese) hicieron, en términos de escala e impacto, un boquete grande en ese casco que es el “relato”… Yo lo veo como una maduración en él; y, en todo caso, es mejor que esté de este lado (un lado complicado pero humanamente rico) y no del lado de los impostores como V. Hugo, Verbitsky, etc.
        Hay gente en transición de la tradición autoritaria a la republicana; puede ser que esta vez haya un cambio, porque la primera está tocando fondo. Usted tiene perspectiva histórica, y en periodismo, muy poquitos la tienen…
        Gracias nuevamente.

        1. En este punto estoy de acuerdo con usted: no hay que desconocerle a nadie la posibilidad de cambiar. De lo contrario nos condenaríamos todos, porque probablemente todos en algún momento estuvimos equivocados. Si bien al único que yo escuché hasta ahora hacer un mea culpa fue a Mariano Grondona, no pierdo las esperanzas de que su ejemplo sea imitado.

  2. Me consuela que alguien pueda mantener la cordura como para describir sin ambages el descalabro en que nos encontramos. La mayoría sólo atina a despotricar, y no los culpo. Gracias por escribir.

    1. Es cierto lo que usted dice, pero tanto a los que describimos como a los que despotrican nos falta todavía dar dos pasos fundamentales: imaginar un futuro posible, y ponernos a trabajar por él, sabiendo que el fruto de ese trabajo será para nuestros hijos o nuestros nietos. Para galvanizar un conjunto semejante de voluntades se necesita liderazgo, y eso o bien nos falta o bien no lo sabemos ver. Gracias a usted por su comentario.

  3. Análisis devastador por la claridad del comentario. Gracias, Santiago González, por ofrecer esta visión sin remilgos de lo que es una triste realidad para una nación que se empecina en no ver.

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