La soledad

Si hay algo de verdad en las encuestas, Cristina Fernández puede ganar cómodamente las elecciones presidenciales de octubre, aún en primera vuelta. Esto significa que millones de voluntades, a lo largo y a lo ancho del país, sintonizan con la suya, entienden su mensaje, lo acompañan, cada una con sus razones.

Contra ese escenario optimista, las últimas apariciones públicas de la presidente han estado pobladas de alusiones a su salud, a su cansancio, a su desaliento. Su mirada tiende a volver al pasado, a reseñar lo hecho, a comparar el país recibido en el 2003 con el país actual, a evocar e invocar la figura de su desaparecido esposo.

Incluso en plan de lanzar críticas, como lo hizo en la última semana, sin pelos en la lengua, contra el líder sindical Hugo Moyano, empleó un tono que tuvo más de reproche y disgusto frente a lo que percibe como ingratitud o deslealtad, que de grito de batalla. Cristina Fernández parece una persona sumida en amargas tribulaciones.

En primer lugar, la presidente está huérfana de quien fuera su compañero de toda la vida, en la intimidad y en la política. Aun cuando Cristina asumió la presidencia en el 2007, Néstor siguió encargándose de fijar las líneas generales del gobierno y de manejar la compleja trama de relaciones e intereses sobre la que construyó su poder.

En segundo lugar, la presidente está huérfana de colaboradores. A Néstor nunca le interesó el gabinete porque él manejaba todo, y prefirió poblar los ministerios con figuras decorativas; la presidente carece así no sólo de asesores capaces sino de figuras políticas fuertes, en condiciones de poner el cuerpo entre ella y Moyano, por ejemplo.

En tercer lugar, la presidente está huérfana de partido. Nunca le interesó el peronismo partidario, para el que tuvo expresiones despectivas como “pejotismo”. Néstor reclutaba mediadores usando dádivas o chantajes; Cristina no se ocupa de eso, ni le gusta como práctica, y los mediadores, como Moyano, devienen en chantajistas ellos mismos.

En cuarto lugar, la presidente está huérfana de proyecto. ¿Qué le propone al país para los próximos cuatro años? Del futuro Cristina no habla, más allá de un vago llamamiento a “profundizar el modelo”, que nadie sabe qué quiere decir, porque nadie sabe cuál es el “modelo” ni mucho menos qué significaría profundizarlo.

En quinto lugar, la presidente está huérfana de energía. Los problemas de salud la han obligado a cancelar viajes al exterior, como este mismo fin de semana, a suprimir o acortar jornadas de trabajo. “Estoy haciendo un inmenso esfuerzo personal y hasta físico para seguir adelante”, admitió en su último mensaje público.

Cristina Fernández se encuentra en el centro de todas estas orfandades, y con plena conciencia de su situación. Porque, junto a esas decisivas carencias, a la presidente no le falta inteligencia, ni le falta personalidad política. Quienes trazan maliciosos paralelismos con Isabel harían bien en recordar a Cristina Fernández senadora.

A Cristina no le falta inteligencia para saber que gobernar cuatro años más le exigirá tomar decisiones que no habrán de ser sencillas: el viento de cola ya no alcanza, las expectativas sociales son distintas, la inflación apremia, la inversión no crece al ritmo del consumo, la caja se achica, el déficit se agranda, la relación con Brasil se complica…

Ni tampoco le falta inteligencia para saber que si quiere enfrentar esos retos deberá reunir un elenco de colaboradores eficaces y armar una base de sustentación política capaz de respaldarla cuando llegue el momento de adoptar medidas, algunas tal vez impopulares, y de afectar intereses, algunos tal vez muy poderosos.

Ni le falta inteligencia para saber que si se decide a postularse para la renovación de su mandato, y lo consigue, los próximos cuatro años –los años del pato rengo, cuando hasta los más leales empiezan a pensar más en su propia suerte política–habrán de imponerle exigencias a su salud y a su resistencia física mucho mayores que las actuales.

Y, por último, mucho menos le falta inteligencia para saber que, si pretende seguir gobernando con relativo éxito, no tendrá más remedio que refutar a su marido y mentor, a cuyo influjo rindió en el 2007 su personalidad política. Esto lo ha venido aprendiendo, tal vez a su pesar, en los meses transcurridos desde la muerte de Néstor.

Cristina advierte en el horizonte los millones de voluntades que estarían dispuestas a acompañarla en octubre, y tal vez se sienta obligada a responderles. Pero cuando vuelve sobre sí, cuando reflexiona, percibe su orfandad: orfandad de partido, de colaboradores, de proyecto, de energía. Orfandad de Néstor.

En vísperas de decidir sobre su futuro político, Cristina Fernández es una mujer sumida en amargas tribulaciones.

Cristina Fernández está sola.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 4; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *