Pueblo y mercado

En un extremo del espectro político se habla del mercado del mismo modo que en el otro extremo se habla del pueblo. Se cita al pueblo o al mercado como si fueran seres animados, cuyas opiniones o inclinaciones se presentan como dotadas de una sabiduría especial, de un carácter tan inapelable que llevarles la contraria presagia tormentas y estremecimientos cósmicos. La voz del pueblo, o del mercado, es la voz de dios. Se cree en el mercado, o en el pueblo, como se cree en dios. Y como ocurre en toda religión, estos credos también tienen sus sacerdotes, los que son capaces de interpretar la voluntad divina, hermeneutas de la voluntad del pueblo, de la disposición anímica de los mercados. Pero los ateos del pueblo o el mercado sostienen que todo no es más que una superchería montada precisamente por esos sacerdotes para conseguir poder. Los dictadores populistas se justifican diciendo que encarnan la voluntad popular, y los usureros explican su usura diciendo que responde a las leyes del mercado. Los dictadores populistas destruyen las economías de sus países y arruinan la vida de sus pueblos y dicen que lo hacen para salvar a esos mismos pueblos. Los especuladores hacen subir y bajar los indicadores de los mercados, y todos los días encuentran razones para explicar esas oscilaciones con argumentos “de mercado” que excluyen cuidadosamente sus especulaciones. No es posible confiar en quien habla invocando la voluntad popular, porque hoy la expresión de la voluntad popular está tan mediatizada que nadie puede saber a ciencia cierta cuál es la voluntad popular, ni tampoco si existe realmente esa tan mentada voluntad popular. No es posible igualmente confiar en quien habla invocando el comportamiento de los mercados, porque hoy el funcionamiento de los mercados, especialmente esos mercados volátiles que “opinan” sobre cualquier cosa, es harto impuro y tiene menos que ver con el libre juego de la oferta y la demanda que con la especulación y la manipulación. –S.G.

 

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