Las ceremonias del adiós

“Este 20 de junio, para recordar a Belgrano, recordémoslo como lo que era, un combatiente de la libertad, un combatiente de la independencia, un combatiente de la nación y del pueblo”, dijo la presidente en Rosario al hablar durante el acto por el Día de la Bandera. Cristina Kirchner hablaba de Belgrano pero también hablaba de sí misma, de cómo quisiera que se la recordara. Era un discurso de despedida –el primero: seguramente habrá otros– y la presidente no podía evitar verse a sí misma desde la perspectiva de la historia. Implícitamente, se ubicó en un mismo salón junto a los padres de la Patria y los próceres del nacionalismo popular: San Martín, Belgrano, Brown, Rosas, Dorrego. Y justificó ese lugar diciendo que junto a su marido había encabezado “el mayor proceso de crecimiento económico con inclusión social de que se tenga memoria”, afirmación que muchos estarían dispuestos a cuestionar con números en la mano, pero en la que ella parece creer realmente. Dió a entender sin embargo que no quería que la historia la congelara en su momento de primera mandataria: “No nací presidenta, nací militante”, dijo, como si la presidencia fuese apenas un accidente de la militancia. Reclamó una consideración similar para sus compañeros en el salón de los grandes conductores argentinos: “Me resisto a recordar a los combatientes de la Patria como viejitos, o el día que se murieron”, dijo. “Eran jóvenes comprometidos con ideales, con convicciones, con la Patria, con la política y con el Estado”. Como ella misma, le faltó agregar. Después de esta insistencia, frecuente en sus mensajes, en la juventud, el compromiso y la militancia, ofreció una condensación perfecta de su filosofía política. “Política y Estado –dijo– para tener pueblo y nación, que son los verdaderos objetivos [de la política y del Estado]. La nación como entidad de todos los argentinos, y el pueblo como protagonista inamovible de esa nación y de la democracia.” Para completar la recreación del ideario setentista, tantas veces reivindicado en sus discursos y tan ajeno sin embargo a sus ocho años de gestión como presidente, insistió varias veces en esa noción de que sólo el pueblo es protagonista de la historia: “La liberación de un pueblo y una patria nunca es tarea de uno solo, sino que es colectiva”, dijo. Volvió sobre la idea de la acción política como un combate perpetuo, y se burló de quienes la presentan con la liviandad de un cotejo deportivo: “No se es libre gratis, no se es independiente gratis. Los que quieran contarles que las cosas, la patria, la nación, el progreso, el bienestar común se construyen únicamente sonriendo, no es así.” Tuvo un mensaje para quienes aspiran a sucederla: “Yo quiero decirles (…) a esos compatriotas que aspiran a conducir los destinos de la Patria, que la historia no se escribe en la crónica de un noticiero ni en la página de un diario; la historia se escribe en el seno del pueblo, en cada barrio, en cada villa, en cada provincia, en cada lugar de la Patria donde haya un pobre, un necesitado, alguien que necesite la mano del Estado.” Y finalmente tuvo un mensaje, deliberadamente elíptico, sobre sí misma: “Quiero decirles que desde el lugar que esté, siempre estaré junto a ustedes, en todos los momentos, y en los difíciles, más aún todavía.” Mientras hablaba, no se sabía todavía si se iba a presentar como candidata a algún cargo electivo. Nunca despejó la incógnita, pero su declaración de principios y su promesa de fidelidad sonaron a despedida, a capítulo inicial de las ceremonias del adiós. Varias horas más tarde, al llegar la medianoche de ese sábado, se tuvo la confirmación de que el nombre de Cristina Kirchner no estaría en las boletas electorales este 2015. Cualesquiera hayan sido sus motivos, cualesquiera hayan sido las estrategias, los blindajes, los testaferros que haya concebido para seguir manteniendo influencia en el proceso político, su retirada formal de la escena alivió tensiones en la transición política, abrió las ventanas para renovar el aire, ya viciado después de doce años de kirchnerismo sin atenuantes.

–Santiago González

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