Primitivismo

El referendo sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea desencadenó, incluso desde antes de la votación, una oleada de calificaciones despectivas, cuando no insultos, contra los partidarios de la separación. Menos lindos e inteligentes, la prensa internacional les dijo de todo. El adjetivo que más me llamó la atención fue el de “primitivos”, ampliamente difundido, incluso aquí en la Argentina donde un diario dijo que “el mismo primitivismo” unía a los seguidores de Trump en los Estados Unidos con los partidarios del Brexit en el Reino Unido. No era que quisieran volver al mundo de su niñez, o el de sus padres, o preservar su identidad o la de su país (y deliberadamente escribo país, no nación ni estado ni patria), no; no era una actitud conservadora o tradicionalista o refractaria a lo nuevo (“misoneísta”, diría Unamuno) lo que se les reprochaba, se les reprochaba un puro y craso “primitivismo”. Pero la noción de “primitivismo” así utilizada sólo puede entenderse como una precuela (perdón) de la historia cuyo fin anunció Francis Fukuyama: este ensayista nos enseñó que hubo una historia humana que terminó con la caída del Muro de Berlín. De ahí en más, sólo queda el mundo uno, que en realidad es el mercado uno, sin fronteras ni muros ni aduanas ni obstáculos de ninguna especie. En esta secuela de la historia en la que al parecer vivimos, las diferencias culturales, históricas, tradicionales, religiosas, lingüísticas, raciales, incluso sexuales, son apenas rémoras de la época histórica destinadas a desaparecer, evaporarse, y cuanto antes mejor en beneficio del más irrestricto funcionamiento del mercado, condición y garantía de felicidad universal. El término “primitivo” no remite a la historia cuyo fin anunció Fukuyama, remite a la prehistoria: cuando hablamos de pueblos, culturas, arte primitivos nos referimos a un tiempo anterior a la historia, anterior a la escritura, a la vida en sociedad. Quienes rechazan la pertenencia al mundo indiferenciado post-histórico, por lo tanto, no tienen -no podrían tener, no deberían tener, sería inconcebible que tuvieran- razones históricas (es decir, ideas, pretensiones, demandas opuestas) para rechazarlo, y sólo pueden ser remitidos al mundo indiferenciado pre-histórico, primitivo. Al dar este salto de un magma al otro, quienes esgrimen el término “primitivo” parecen implicar además que el vasto período que los separa -ese perpetuo combate de ambiciones, ideas, pasiones, creencias, temores, audacias, visiones, sueños, venganzas, celos, envidias que hemos llamado historia y que traza la grandeza y la miseria de la raza humana- ha sido apenas un error, un largo malentendido afortunadamente resuelto y superado ahora de manera indiscutible, eterna, inexorable. –S.G.

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