Políticos sin ideología

Hay gente que extraña los buenos tiempos de las grandes batallas ideológicas, cuando se sabía quién era quién: liberales, existencialistas, estructuralistas, marxistas, aristotélico-tomistas, populistas, neokantianos, posmodernos. Las charlas de café eran más ordenadas, todos sabían de qué se estaba hablando, y uno podía concentrarse en la oratoria, buscar la frase feliz y definitiva que derrotara (por esa noche) al adversario, y encumbrara al orador en la admiración de sus oyentes (también por esa noche). Ahora no se sabe quién es quién, no hay manera de plantear una polémica: ¿cómo atacar (o defender) a Macri, a Massa, a Scioli, a Cristina, a De la Sota, a Michetti, a quien usted prefiera, si nadie sabe a ciencia cierta lo que piensan? Ni siquiera es posible afirmar que piensen, algo, cualquier cosa.

Entre los nostálgicos de las ideologías se encuentran Jorge Fontevecchia y Beatriz Sarlo. En una columna publicada este mes, el director de Perfil describe como insustanciales a los políticos que encarnan la oferta electoral presente, “entendiendo por sustancia de la política -dice- la ideología”. Su nota gira en torno del intendente de Tigre: “la insustancialidad de lo que Massa representa se plasma en su ambigüedad ideológica”, agrega, y concluye: “La insustancialidad es un signo de época. No sólo es un atributo de Massa: también lo es de Scioli y de Macri, los tres principales candidatos actuales a presidir el país en 2015”. Sarlo, por su parte, le pone la lupa a Gabriela Michetti para llegar a conclusiones parecidas: la candidata del PRO representa a toda una generación política que ha reemplazado la ideología por los “valores”, que ha sustituído la plataforma partidaria por una lista de temas dictada por las encuestas, que agota su promesa en una mezcla de buena voluntad y pericia técnica, y que deliberadamente escamotea las cuestiones que plantean conflictos de intereses. “Se dirá que éstos son los políticos del futuro. Pero entonces ¿cuál será el futuro de la política?”, se pregunta la columnista.

Fontevecchia y Sarlo dejan pendientes, en todo caso, las preguntas más interesantes: ¿por qué las ideologías han debido esconderse entre bastidores, (“agazapadas”, dice Sarlo), por qué han sido ahuyentadas del debate público? En primer lugar, habría que decir que en la Argentina las ideologías ocuparon durante mucho tiempo el lugar del pensamiento: cada bando enarbolaba su catecismo contra el catecismo adversario, en un infructuoso duelo de teorías concebidas en otros tiempos y en otros lugares. No se impugnaba una propuesta o medida de gobierno por su mayor o menor eficacia, sino por su mayor o menor conformidad con el catecismo defendido. Ni la izquierda ni la derecha se caracterizaron por pensar la Argentina, sino más bien por encajar los problemas argentinos, a castañazos y con fórceps, en budineras ideológicas generalmente importadas de Europa. En segundo lugar, el duelo de ideologías engendró la cruenta guerra fraticida que nos enfrentó en la segunda mitad del siglo XX, cuando cada bando supo encontrar en su catecismo la justificación moral de sus propias acciones y la impugnación ontológica del adversario. En tercer lugar, las ideologías han obrado como corsets o chalecos de fuerza para quienes las abrazan, conduciéndolos a decisiones erróneas en momentos clave: por razones ideológicas, los partidos progresistas le votaron al kirchnerismo leyes como las de AFJP, medios, Aerolíneas, YPF, a sabiendas de que las iba a malversar y de que los costos los iba a pagar la ciudadanía. En cuarto lugar, la discusión ideológica entre nosotros en general atrasa: todavía estamos discutiendo asuntos que el mundo ya ha resuelto hace rato, por ejemplo si la inflación es buena o mala, y eso porque nuestro debate ideológico no parte de un examen de la realidad, sino de una confrontación de catecismos. Keynes y Hayek cuentan aquí con parcialidades cuasi deportivas, para curiosidad y asombro de los visitantes. En quinto lugar, el debate ideológico en la Argentina ha sido inocultablemente estéril: no sólo no ha servido para resolver un sólo problema de los que el país viene arrastrando desde hace décadas, sino que en general los ha agravado todos. En la casa de mis padres instalaron el teléfono 19 años después de haber sido solicitado. Durante esos 19 años, mi familia asistió a incontables debates sobre si las empresas de servicios debían ser públicas o privadas, o mixtas, o controladas por los usuarios o los trabajadores, debates ideológicos que no sirvieron para acortar ese plazo en un segundo.

Los planteos ideológicos no tienen buena recepción en la opinión pública: el que se quema con leche ve una vaca y llora. Por cierto que en una sociedad sana debe haber un debate ideológico, pero las ideologías cubren un rango mucho más amplio que lo que se pone en juego en una elección, incluso en una elección presidencial. Y si prescindimos de las ideologías antisistema, el resto se reduce a poner un mayor énfasis en la sociedad abierta, espontánea y evolutiva, o en la sociedad cerrada, planificada y construída. Por más “agazapadas” que estén sus ideologías, no es difícil ordenar a los candidatos insustanciales en uno u otro bando. Más difícil resulta encarar problemas prácticos (que en un país destrozado como el nuestro componen el 99% de los problemas) desde perspectivas ideológicas. El dilema que plantea Sarlo como ejemplo –ante la inseguridad, ¿conviene asignar recursos a la policía o a la construcción de viviendas?– es menos ideológico de lo que ella misma supone: una de las dos opciones es más eficaz que la otra.

No es ideología lo que le falta en este momento al debate público. Ni es la falta de ideología lo que define al político insustancial. A la vida política argentina, y a sus protagonistas, les faltan ideas (ideas genuinas, ideas originales), les falta coraje, les falta convicción.

–Santiago González

ReferenciasDe eso no se habla, por Beatriz Sarlo
Insustancial, por Jorge Fontevecchia

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

7 opiniones en “Políticos sin ideología”

  1. Sí, claro, pero la ideología no se manifiesta solamente con la palabra, ni mucho menos. Hay que observar la actitud y la dirección, los antecedentes y la tendencia. La palabra está muy devaluada, pero cuando la emplea una persona honesta se revalúa rápidamente, y si es una persona con visión (cosa rara) más todavía, cobra un valor inédito… Nosotros estamos saturados de vivos; hay gente que ya no sabe ni cuándo miente. La impregnación del populismo K genera toda clase de equívocos y falsos dilemas y las palabras no se refieren a nada más allá de señalar una posición: yo estoy acá y vos… ¡vos estás allá! Solo queda la fidelidad, la lealtad al propio grupo, que se define porque en tanto se opone a otro.
    Desnudado de relato (“ideología”), todo se está tornando muy elemental y primario. Vale la pena repasar el análisis que hizo Massuh (La libertad y la violencia, 1968) de la “ideología” a orillas del barranco.

      1. Muy bueno el artículo de Petrella. Complementa mucho a su propia nota. Esos gestores deben ser tipos bien despiertos y no les debe faltar “sentido de la oportunidad”, ni tampoco su propio relato del proceso histórico; pero están orientados por creencias y valores que trascienden su propia existencia; no pueden ser oportunistas, ambiciosos de poder y codiciosos de riqueza, como los maniáticos que nos gobiernan. Y faltan dos años largos ¿Qué pasará?

  2. Me gustó mucho el análisis. Me parece un punto de vista interesante, que suma bastante a la discusión planteada por las notas citadas. Eso es algo que me gusta de Sarlo (casi siempre, no siempre): cuando escribe, abre un debate interesante, más allá de las razones por las cuales lo hace, o si uno está de acuerdo o no. Esa capacidad de plantear temas con peso propio más allá del rumor de tribuna es otra cosa que desde hace mucho tiempo falta.
    Sobre la nota, yo creo que no se le puede pedir “coraje, convicción” a la mayoría de las fuerzas políticas de hoy en día, en casi todo el mundo. Eso es algo que cuando está, es porque ya era inherente del cuadro político en cuestión. Y con esto también quiero decir que es cuestión de tiempo a que aparezca algún espacio que pueda tener esas cualidades. Creo que este viraje de la imágen pública de los políticos vernáculos (de gobernar a gestionar, de ideología a valores) es consecuencia de la manipulación o el punto de vista que ciertos cuadros (sobre todo de derecha) han tenido sobre aquel “que se vayan todos” del 2001, y la virulencia ideológica kirchnerista. Es pasajero, espero.

    Gracias
    Jorge

    1. Gracias por su comentario. Me queda, sin embargo, esta pregunta: si un político no puede ofrecerme coraje y convicción, ¿por qué habría de darle mi voto? ¿cómo podría confiarle el manejo de la cosa pública?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *