Poderoso caballero

Muchos sucesos y transformaciones aparentemente inexplicables cobran sentido si se sigue la ruta del dinero

Thomas Piketty es un economista francés que se hizo mundialmente famoso con su libro El capital en el siglo XXI (2013). En ese trabajo, Piketty analizó y comparó estadísticas de largo plazo de varios países desarrollados para llegar a la conclusión de que el sistema capitalista, tal como está planteado en las democracias occidentales, genera inevitablemente una distribución del ingreso crecientemente desigual. Además de interesar a millones de lectores, las tesis de Piketty produjeron decenas de miles de refutadores; la refutación de Piketty pareció convertirse casi en una rama particular de la ciencia económica. La mayoría de las objeciones apuntan a encontrar algún error en las fórmulas desarrolladas por el economista para realizar sus proyecciones. Lo que los refutadores no han logrado refutar todavía, tras cuatro años de esfuerzos, es la realidad: basándose en fuentes reconocidas como la revista Forbes y el banco Credit Suisse, una entidad dedicada a analizar la evolución de la desigualdad dijo en su informe de 2017 que ocho personas poseen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial, que son 3.600 millones de personas. Esto asusta, pero lo que más asusta de las cifras compiladas por Oxfam, es su evolución: en 2016 se necesitaban 62 multimillonarios para equiparar la riqueza de la mitad más pobre, y en 2010 había que reunir a 388. Parece que el famoso derrame del que hablan los economistas desafía la ley de gravedad y fluye hacia arriba. Hoy en día, observa Oxfam, el uno por ciento de la población mundial posee una riqueza comparable al del 99 por ciento restante, en el que nos encontramos usted y yo, mi querido lector, porque si fuera de otro modo, ni yo estaría escribiendo esto ni usted lo estaría leyendo. Por supuesto, al igual que Piketty, Oxfam también tiene sus detractores, que en general apuntan a decir que las cifras son innecesariamente alarmantes, que desigualdad no es lo mismo que pobreza, y que ahora hay menos pobres que antes, con desigualdad y todo. Pero dejemos de lado, por un momento, los aspectos éticos o morales de la cuestión, cuya discusión usualmente acaba por precipitarse en las arenas movedizas de la ideología o el sentimentalismo. Veámosla desde el punto de vista del poder. La distribución de la riqueza que asienta el informe citado equivale a una distribución del poder, y estamos hablando del poder real, al que el poder político, el poder que tenemos los ciudadanos de a pie para influir sobre los asuntos que nos conciernen, apenas le hace cosquillas: la diferencia de magnitudes es abismal. Lo que quiere decir que esas ocho personas, u ochenta si se prefiere, u ochocientas, u ocho mil, pueden hacer con el mundo lo que se les antoja, y no hay razones para suponer que alguien en condiciones de ejercer el poder de que dispone se abstenga de hacerlo. Y ojo que ese hacer con el mundo lo que se les antoja va mucho más allá de los negocios, quiero decir del contrato ventajoso o la licitación amañada. No hay día en que uno abra el diario y no se encuentre con noticias que parecen carecer de explicación, que desafían el sentido común, y que uno descarta convencido de que el mundo se ha vuelto loco. Pero no se ha vuelto loco, no. Todo tiene su lógica, y para encontrarla hay que seguir la ruta del dinero. Podría estar hablando de la epidemia iconoclasta contra héroes y dioses, o de la destrucción de la familia y la promoción de la homosexualidad, pero en este momento estoy pensando específicamente en la incapacidad europea para enfrentar la crisis de la inmigración y del terrorismo que anida en ella. Esa falta de reacción no puede ser casual, la incapacidad no puede atravesar las fronteras nacionales. “Pues al natural destierra / y hace propio al forastero, / poderoso caballero / es don Dinero”, escribía Francisco de Quevedo en el siglo XVII. De dónde viene el caballero, y qué se trae consigo no nos lo van a decir los medios, que son sus servidores. Tendremos que averiguarlo nosotros.1 –S.G.

  1. En un artículo publicado en La Nación dos días después de aparecida esta nota, el escritor y diplomático argentino Abel Posse proporciona esta pista: “La batalla decisiva es todavía más secreta: el economicismo tecnológico, con su arrollador poder financista, usurpa la soberanía política de países y pueblos. Ese capitalismo financista, que no es visible, no se hace cargo del contrato social ni de la tradición política. Vacía a los pueblos de sus culturas y de su expresión existencial, que es la política y el derecho a las divergencias que enriquecen el panorama gris del mundo. []

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